¿A qué sabrá tu piel cuando te hayas bebido mi nostalgia?
¿Qué fibras de qué dormidos volcanes despertarán mis garabatos?
Allá van mis manos con la memoria intacta de tus pliegues, a comprobar la curvatura de tu perfecta desnudez.
Allá van mis labios, dispuestos, húmedos, a cabalgar tus cimas y tus simas y a saborear sobre burbujas de transpiración el vino que me va traduciendo la marea de tus palpitaciones.
Soy mano pluma tinta papel caligrafía, saudade risa excitación sudor, collage de códigos secretos para ser descifrados en orgasmos distantes y en minutos distintos.
Piel abierta rumiando la intimidad que le dejaste.
Inventada pasión que te asedia con la furia del vendaval eterno que desde siempre hace girar el universo.
A qué sabrá tu piel cuando me leas? Porque me sabe a vino la distancia!
Dice mi corazón… ayuno corazón…
Caracas, Febrero de 2004. Carta Finalista del Concurso "Cartas de Amor MontBlanc" Fuente: Sagiscorpio
Nuestro miedo más profundo no es el de ser inadecuados.
Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.
Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso, extraordinario?
Más bien, la pregunta a formular es: ¿Quién eres tú para no serlo?
Tu pequeñez no le sirve al mundo. No hay nada iluminado en disminuirse para que otra gente no se sienta insegura a tu alrededor. Has nacido para manifestar la gloria divina que existe en nuestro interior. Esa gloria no está solamente en algunos de nosotros; está en cada uno. Y cuando permitimos que nuestra luz brille, subconsciente le damos permiso a otra gente para hacer lo mismo.
Al ser liberados de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros.
Ahora que el año se nos va y llega uno nuevecito, nada mejor que esta reflexión en forma de entrevista que Víctor A. Mella le realizó a Moussa Ag Assarid, y que a mi me encantó cuando la leí en su momento.
Moussa Ag Assarid nació en algún lugar del desierto, en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali, hacia 1975. De su infancia en el desierto, Moussa ha guardado su pasión por los viajes. Decidió en 1999 cambiar los dromedarios de su infancia por otros modos de desplazamiento. Su llegada a Francia le marcó tanto que quiso volcar en un libro cada uno de sus descubrimientos y sus impresiones.
Estudiante de Gestión en la Universidad de Montpellier-I, de cuyo Consejo de Administración es miembro, Moussa Ag Assarid también colabora de forma eventual con Radio France International y con France Culture. En su tiempo libre ejerce de narrador de relatos en las escuelas y bibliotecas y también de actor. Además, Moussa preside la asociación ENNOR France para la escolarización de los nómadas, promotora de La Escuela del Desierto, que acoge a unos cincuenta niños tuareg a orillas del río Níger.
Que disfruten la entrevista y les toque el corazón, como me lo toca a mi cada vez que la releo :)
¡¡¡Felliz Año Nuevo!!!
Tú tienes el reloj, yo tengo el Tiempo...
Entrevista realizada por VÍCTOR M. AMELA a
MOUSSA AG ASSARID
-No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, ¡sin papeles!
Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo
- ¡Qué turbante tan hermoso!
- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.
- Es de un azul bellísimo...
- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados...
- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
- ¿Por qué?
- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
- ¿Quiénes son los tuareg?
- Tuareg significa "abandonados" , porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso, "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.
- ¿Cuántos son?
- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.
- ¿A qué se dedican?
- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...
- ¿De verdad es tan silencioso el desierto?
- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
- Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante...
- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello: si te pierdes te llevará a donde hay agua.
- Saber eso es valioso, sin duda...
- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
- Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...
- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...
- Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.
- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
- ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...
- ¿Tanto como eso?
- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
- ¿Qué pasó con su familia?
- Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome...
- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...
- Y lo logró.
- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
- ¡Un tuareg en la universidad!
- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...
- Fascinante, desde luego...
- Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...
- Qué paz...
- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo...
La breve biografía de Moussa que transcribo la tomé de aquí, pero lamentablemente, al momento de publicar el post, la página ya no existe :(
La entrevista la recibí vía e-mail, ¡Gracias Miguel!
Como ya se respira Navidad, les traigo una historia real, que toca el corazón, tengamos el credo que tengamos...
El Papa Juan Pablo II, en una solemne sala del Vaticano, recibe a una de las más altas autoridades religiosas del judaísmo, el gran Rabino del Estado de Israel, Meir Lau.
La formal entrevista se llevó a cabo en fraternal marco y quedó espacio para el relato anecdótico. El religioso judío narró al Sumo Pontífice un hecho acaecido hace largas décadas en una ciudad europea.
Le contó que terminada la Segunda Guerra Mundial, una señora católica se dirigió al párroco de su pueblo, para hacerle una consulta.
Ella tenía a su cuidado, desde los días de la guerra, a un pequeño niño judío que le habían encomendado, pues sus padres habían sido enviados a un campo de concentración. Los padres del niño, desaparecidos en el trágico infierno de la masacre nazi, habían previsto para él un futuro en la tierra de Israel.
La señora se encontraba ante una encrucijada y pedía al sacerdote católico un consejo.
El párroco tuvo una pronta y comprensiva respuesta: "Se debe respetar la voluntad de los padres".
El citado niño judío fue enviado al entonces naciente Estado de Israel, donde se criaría y educaría.
La anécdota resultó muy interesante para Karol Wojtyla, y pasó a ser más conmovedora aún, cuando el gran rabino le aclaró la identidad de aquellas personas:
"Usted, Eminencia, era ese párroco católico... y ese niño huérfano...era yo"
Artículo de Maruja Torres, a propósito del Día Internacional contra la Violencia de Género, aparecido en la página El País Digital, el pasado 26 de Noviembre...
Mis hombres
Maruja Torres
"De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será más que yo" (*)
Aproveché el Día Internacional contra la Violencia de Género para reflexionar acerca de los hombres de mi vida que ni son ni han sido más ni menos que yo, y que me han ayudado a ser y a estar. Como me he hecho vieja con relativa sabiduría, y porque a veces les hablo a ustedes en voz baja, me voy a permitir homenajearles en esta columna.
Al hombre que me enseñó a leer y escribir, meciéndome en sus rodillas. Al hombre que me inoculó su pasión por los libros y por la libertad interior de la lectura. Al hombre que me ayudó a cruzar la línea divisoria entre la ciudad y el gueto. Al hombre que cuando me sabía dolorida me decía: "Vuelve a la redacción, éste es tu hogar". Al hombre que me abrió su mundo para que me pudiera pertrechar con alimentos del alma que me ayudarían a salir a la lucha. Al hombre que me acompañó durante diez años, mientras los dos crecíamos sin hacernos más daño que el de los estiramientos rápidos. Al hombre que me dio trabajo diciéndome que yo valía. Al hombre que me dijo por primera vez: "Tú puedes, tú debes". Al hombre que me acompañó en mis duelos. Al hombre con el que hablo de cine y de la enfermedad y la muerte.
Al hombre que vino a mi casa la noche después de aquella en que fui violada, y me hizo el amor con toda la ternura necesaria para que no repercutiera en mí ese involuntario contacto con uno que era menos que cero. Al hombre que se ríe conmigo y hasta de mí y que me permite mantener la fatuidad controlada y la generosidad en improvisación permanente.
De estos hombres muchos están muertos y otros me sobrevivirán. Pero en este corazón tienen su sitio, y ninguno ha dejado de entibiarme la vida durante un solo día.
Va por ellos. Va por vosotros.
(*) Eslogan del campaña contra la violencia de género. En las imágenes, el solista del grupo musical El Canto del Loco, Dani Martín, y la cantante Chenoa
Cuando estaba en Caracas y durante muchos años, vestir la casa de Navidad era un ritual que compartía con mi amiga y comadre Magaly. Los dos últimos fines de semana de cada mes de Noviembre estaba agendada la cita: primero en casa de Maga y luego en la mía, poner el pesebre (nacimiento), montar el arbolito y adornar nuestras respectivas casas para darle entrada a la Navidad eran un ritual mágico... En esos dos días, mientras nosotras ideábamos cómo adornaríamos árbol y casa, los hombres cocinaban para nosotras: En casa de Magaly, nos hacían pan de jamón y para ella pan de queso, porque el de jamón a ella no le gusta... En mi casa, una famosa receta de un también famoso restaurante caraqueño -El Chalet Suizo del Hotel Crillón-, creo que lamentablemente ya desaparecido, en el que el plato ni siquiera aparecía en la carta y que unos diligentes mesoneros preparaban delante de ti, en tu propia mesa, y solo para los clientes asiduos: la Pasta Suiza.
Luego de mi salida de Venezuela me he ido adaptando a casi todo, pero lo que peor llevo de este exilio son justamente estas fechas, en que extraño a morir esos dos fines de semana de rituales mágicos e inigualables... y no dejaré morir la esperanza de volver a tenerlos, mientras me quede corazón...
En La foto superior se ve a Laura en la casa de Magaly y Laureano, en el último -por el momento- Noviembre que pasamos en Venezuela, en el año 2002 y en la foto inferior, nuestro último arbolito de Navidad en nuestra casa de Caracas, el mismo año...
A los que no son venezolanos estas dos fotos no les dirán mucho del libro de Laureano Márquez... pero a los venezolanos ¡sí! Hoy, a casi un año de haberlas hecho, quiero compartirlas con Uds. Quien quiera saber un poquito más del autor del libro puede hacer click aquí, para ver una breve reseña en Wikipedia (que se queda cortísima, la verdad), o hacer click aquíy conocer su Blog :)
En estas dos fotos (hacer click en ellas para verlas más grandes; tranquis que abren en otra ventana) la dedicatoria está manuscrita por Laureano, pero en su libro "El Código Bochinche" hay un par de páginas de "Agradecimientos que forman parte del libro, en los que Laureano, además de a muchas otras personas, nos dedica unas líneas a mis hijas y a mi, así que quien tenga el libro que le de una miradita a ver si nos encuentra :) Y para quien no lo tenga, lo reto a ver si nos encuentran, porque como todo se consigue por San Google, encontré los agradecimientos mencionados aquí ;) Para más pistas, aparezco un poquitico más allá de la mitad de la segunda página, pero si pueden y quieren, leer los agradecimientos vale el ratito que se lleven... Laureano es el padrino de bautizo de mis hijas y yo soy la madrina de la suya, como dijo él en su momento, "todo quedó en familia". Entre nosotros, sus cercanos, le decimos "Nano", porque mi hija Laura, cuando era muy pequeñita, ante la imposibilidad de decir su nombre en su media lengua de trapo, lo llamó Nano y así quedó...
Desde aquí -hoy y siempre- van para él (que nunca se asoma por aquí, porque ni sabe que este Blog existe, así que estoy a salvo) todo mi cariño, respeto y admiración...
No creo que alguien que viva en Córdoba no se haya tropezado alguna vez a Isabel González Navas, la lotera que recorre la ciudad de punta a punta durante 21 horas diarias, todos los días del año, aunque la artrosis le apriete los brazos sin piedad...
Yo me enamoré de su carita enjuta y surcada de arrugas desde la que vi por primera vez en 2003, cuando llegué a Córdoba... Alguien en algún momento me contó su historia: "Tiene un hijo drogadicto que se queda con todo lo que con tanto esfuerzo gana Isabel vendiendo lotería..."
El 30 de Julio me la tropecé en la contraportada del Diario de Córdoba, aunque no pude encontrar ese artículo que me ha hecho escribir estas torpes líneas, sino este otro, más hermoso aún que el que ayer me conmovió...
Isabel trabaja de sol a sol desde que tiene memoria, pero no tiene un techo propio en el que cobijarse, así que va de pensión en pensión. Un restaurante del que ella no da el nombre, le da de comer, pero llegado el verano, el restaurante cierra todo el mes de agosto, así que entonces Isabel se pregunta dónde irá a comer, porque con lo poco que se vende la lotería en estos tiempos de crisis, le alcanza escasamente para pagar los 28 € que le cuesta la habitación en una pensión para dormir cada noche...
Isabel no tiene ropa, lava cada noche su vestidito y por la mañana, muy temprano, se lo pone y sale a caminar por toda la ciudad, vendiendo ilusiones en forma de cupón de lotería...
Isabel no sabe leer, ni escribir, así que a veces, cuando termina de trabajar, se da cuenta de que alguno la ha engañado y le falta dinero: algunos clientes saben que yo no se contar y me lían. Y a mi no me cabe en el alma que alguien pueda ser capaz de hacer algo así...
Isabel vende ilusiones y en tres oprtunidades fue ella quien vendió los boletos en los que cayó el premio gordo de la lotería, pero nunca sabe dónde irá a pasar la noche, ni si podrá comer...
Isabel tiene el corazón roto, no solo por los dos infartos que ha sufrido. Su hijo es su obsesión y ella solo quiere que lo ingresen y lo curen de su adicción a las drogas Isabel me conmueve hasta el infinito, cada vez que me la tropiezo en alguna calle de la ciudad... Siempre va de prisa, llena de energía, a pesar de sus muchos años, pensando quién sabe en qué cosas, pero siempre sonríe cuando la saludas, con ese gesto tan suyo de taparse la boca con la mano para que no le veas la sonrisa de pocos dientes... siempre sonriendo, a pesar de todo lo que su alma lleva a cuestas...
Isabel...
La foto de Isabel González Nievas pertenece al Diario de Córdoba