Friday, June 6, 2008

El costo monetario de competir


Por CARLOS LOPEZ DZUR

En un país capitalista, las elecciones presidenciales, lo mismo que a niveles estatales y locales, son asunto de muchos millones de dólares. Tener una posición de poder no es lo mismo que tener una posición voluntaria de servicio. O un cargo público por designación. Calificarse como poderoso e influyente, ser un político de alto rango, es saberse acreditar con los que tienen mucho dinero. Esto implica comunicar la idea de que se es merecedor de la confianza pública y privada. En las tareas de gobierno, el que ostenta el poder tiene que aparentar de algún modo ante todos, ante la ley, que recibió su mandato del pueblo, de una mayoría, aunque una vez tenga ese poder a quien sirva sea al interés propio o al de un pequeño grupo. La voluntad mayoritaria como fuente de la autoridad ya es muy abstracta; el poder lo da algo más práctico que la mayoría de un electorado.

Aquí, en lo que mi análisis se centrará, es el costo monetario del competir en esa etapa inicial de la política. Este tipo de funcionario público tiene que manejar una cierta calidad moral para iniciar el juego y validarse como un ciudadano de buena fe y catadura. Pretender una dignidad que lo califique para obedecer y mandar. El que sólo obedece no es líder y no brilla. A las naciones les gusta el candidato con dones de mando y que ofrece algunas guías, quien aparentemente formula coherentemente sus iniciativas. Los aspirantes políticos deben tener ciertas virtudes y una personalidad carismática que suele ser aquella que no utiliza las reglas o la ley para perjudicar a otros ni perjudicarse a él mismo, ciñéndose rígidamente a ellas; pero, el dirigente carismático aprende a no desdeñar las normas a la que debe obediencia por razones de credibilidad y la confianza ante sus superiores. El funcionario público es responsable de ofrecer el servicio para el que se ha elegido, aunque crezca su poder y llegue de veras a ser temible y tener a la gente besándole los zapatos, o haciéndole regalos y alaharacas por algún beneficio.

Es que el poder una vez concedido tiene fuerza. Quien compite y triunfa lo que, en realidad, obtiene es una fuerza sobre otros que se llama autoridad y que se supone la sepa administrar con justicia. Lo que el pueblo delega es la confianza en combatir la tiranía y el poder de unos pocos sobre la mayoría. En una democracia, la mayoría es el pueblo que delega su voluntad general en sus funcionarios electos.

Cuando no se cumple, la misión de los deberes y obligaciones políticas con la abstracta mayoría, ya no se hace justicia delegada. Se ejerce la injusticia del poder incautado. Y puede que ocurra lo que Blaise Pascal temiera cuando dijo: «Justice without force is powerless; force without justice is tyrannical». Es decir, al funcionario que se le entregó autoridad se convirtió en el tirano. El político se convirtió en desobediente. En un mandatario que no supo agradecer al pueblo y ya se siente con el derecho de tratar a sus sometidos electores, no como hermanos, sino como enemigos.

El principio del poder es real. Existe a niveles prácticos en la persona individual y el colectivo. El poder proviene de una renuncia de ambos agentes, el individual y el colectivo, a comportarse con violencia, opresión y humillación ante otros. Toda la fuerza de la revancha se deposita en quien cree que tiene las dotes especiales del mando, con respecto a los que prefieren la obediencia, o el retraimiento pasivo a cambio del amor. Por esta razón, el siquiatra Carl Jung decía: «Where love rules, there is no will to power; and where power predominates, there love is lacking. The one is the shadow of the other. / Donde el amor reina, no hay voluntad de ejercer el poder y donde el poder predomina, hay una cierta carencia de amor. El uno es la sombra del otro». No es, agregaría Jung, que el poder sea malo, o desamor. Sólo que el poder origina la apertura a otros dominios y trata con zonas de influencia, donde hay la objetividad que convierte la justicia en acción, en fuerza ciega, que es lo que Pascal advirtiera al decir que la justicia sin fuerza, sin autoridad, no sirve. No se cumple.

Esta introducción viene a colación porque es el pueblo y sus grupos organizados los que financian al político, sea éste desobediente, a la postre, o sirva bien como funcionario electo. El pueblo paga las campañas políticas de los candidatos en cada partido. Y pone su dinero donde cree que recibirá el beneficio de los servicios que se le brindarán y la lealtad a la agenda del partido al que da su voto. Así que financiar un candidato es el acto de un súbdito a un amo a quien se delega la confianza. El pueblo se somete voluntariamente por amor al Bien Común.

¿Cuánto se paga por tener un presidente? Con la idea de que el político sirve a miles de personas, es fácil creer que es como el amo, un jefe político, un poderoso e influyente individuo. El pueblo les paga como a ejecutivos de una gran corporación. Buenos salarios. Les paga porque les cree los mejores y los eficientes para las tareas del Bien Común. Y les paga las campañas de sus reelecciones. Puede que, inicialmente, sea en mayoría el pueblo sencillo quien los elije; puede que para la reelección se sirvan más de otros grupos que no son, precisamente, el pueblo al que fue con una agenda de Bien Común. Los políticos, gustosos ya del poder y su prestigio, cambian y repiten cínicamente, sin gratitud, lo que una vez dijera Alessandro Mazoni: «Manda el que puede y obedece el que quiere».

Por esta razón, también es cierto que los políticos electos y encumbrados descubren la esencia secreta del estar arriba y privilegiar su posición con demandas. Son ellos los que tarde o temprano crean el sistema y dicen que no se puede cambiar. Se alían para que no cambien ciertas reglas. Frederick Douglass decía: «El poder no concede nada sin demandar algo. Nunca lo hizo y nunca lo hará / ... Power concedes nothing without a demand. It never did and it never will».

Un informe en The Washington Post, publicado en marzo de 2006, especificó las expectativas de lo que será la campaña presidencial de 2008. Necesitarán recaudar más $400 millones cada uno para las elecciones del 4 de noviembre de 2008, en el menor tiempo posible y no gastar su precioso tiempo de campaña con eventos de recaudación. Según Edsall y Cilliza, la razón para tal cosa es que puede que haya sido el tiempo predicho por los analistas de finanzas y asuntos políticos para que los nominados rechacen la utilización de fondos públicos y los límites de gastos que gobierna el proceso. Los principales contendientes en campañas previas suelen intimidar a los rivales con sus tempranas campañas de recaudación y un enfoque de «shock and awe», desde 2000.

Pero ya sucedió. Sherry Chandler, en su blog, resume lo escrito en The NY Times: Los candidatos presidenciales John McCain y Barack Obama gastaron más de $900 millones y sólo hasta el final de mayo, lo que es $470 millones más que lo gastado en las primarias del año 2000. Cerca de la mitad del presente gasto ha sido pagado a unas pocas docenas de compañías.

El presidente George Bush, Jr. descartó el emparejamiento de fondos públicos del sistema federal para su nominación republicana; pero, para 1999, ya había recaudado $70 millones y para el tiempo en que logró su nominación estableció un nuevo récord de recaudación para costear su campaña: $101.5 millones. Para las elecciones del 2000, la campaña Bush recaudó $191 millones. La Campaña de Gore: $133 millones.

Alan Shapiro en un análisis sobre los costos de campaña para la elección presidencial del 2004, explica que la recaudación de fondos se realiza durante una campaña y se extiende aún después de terminada.

Un día típico, a tiempo completo de actividad de campaña, puede costar entre $100,000 y un poco más lo que incluye labores con anticipación, costos de viaje y hotel para el candidato, el alquiler de salones, preparación de salones, etc. Con los donativos de campaña se le paga el salario al personal del candidato, cuñas comerciales en televisión, llamadas telefónicas y docenas de otros asuntos. Se les requiere a los candidatos, por ley federal, informes detallados de sobre los donativos recibidos; pero, en realidad, al requisito muy pocas se les toma tan seriamente por su efecto limitado.

En los primeros tres meses de 2007, en preparación para sus campañas presidenciales, tres candidatos Hillary Clinton, Obama y Romney, recaudaron más de $20 millones en fondos. Edwards, Giuliani y McCain, poco más de $12 millones. Los informes más recientes sobre McCain y los recaudos del Comité Nacional Republicano indican que combinamente tienen un total de $85 millones en efectivo a la mano. Para finales de abril, Obama has tenía $46.5 millones a la mano. El Comité Nacional Demócrata tenía en el banco casi $5 millones en mayo.

¿Cuánto gastan el país niveles federal, estatal y municipal? Para elegir sus candidatos de elección pública, según ha estudiado Herbert E. Alexander, quien es director de Citizens' Research Foundation y profesor de Ciencias Políticas de la University of Southern California, los estadounidenses gastan más de tres trillones de dólares en dinero de los contribuyentes. Al ofrecer el ejemplo del año fiscal de 1992, cuantificó: «In 1992, governments at all levels in the United States -- national, state, county and municipal -- spent a total of $2.1 trillion ($2,100 000 million) in taxpayer money. The $3.2 billion ($3,200 million) spent on election campaigns, whose outcomes determine how such enormous sums of tax money are spent, amounts to a mere fraction of one percent of the total amount of government spending».

Ese mismo año, el país gastó cerca de $550 millones para elegir al Presidente. Cuando George W. Bush compitió y ganó en el año 2000, tenía $649 millones para financiarlo; más que los $448 millones que en 1996 necesitara Bill Clinton, para ganar la Casa Blanca. Un ciudadano, por ley, puede contribuir con no más de $1,000 por candidato y por elección; pero los comités de multicandidatos pueden llevar es esa cifra a $5,000 por candidato y por elección.

LOS DONATIVOS GORDOS: Cuando el periodista Rafael Alvarez Cordero estudia estas cifras a los que llama «exceso» y medita en que la campaña de elección de este año «tendrá un costo final de más de 3, 500 millones de dólares, se pregunta: ¿De dónde sale tanta generosidad en la derrama? Pero él tiene sus teorías acertadas: «Los sindicatos, que quieren tener canonjías cuando el candidato llegue al poder, los grandes empresarios, comerciantes y magnates que quieren tener derecho de picaporte en la Casa Blanca, las asociaciones (como la lamentable Asociación del Rifle, que defiende la venta de armas que mata a 50,000 civiles cada año, pero que sigue protegida por Bush). También los cientos de Organizaciones No Gubernamentales, ONG"s, que dan dinero para que el gobierno luego les dé más dinero o prerrogativas».

Alvarez Cordero sospecha como yo. La democracia está en venta y se practica a billetazos.
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Thomas B. Edsall y Chris Cillizza, «Money's Going to Talk in 2008: Entry Fee' for Presidential Race Could Be $100 Million», Washington Post, Saturday, March 11, 2006; Page A01

2004 Presidential Campaign Financial Activity Summarized. en: Ver

Alan Shapiro, «Presidential Election 2004: From Start to Finish»: Ver


Herbert E. Alexander, «Financing Presidential Election Campaigns», en: Ver


«United States presidential election, 2008: Pre-primary campaign», en: Wikipedia.Org Ver


Rafael Alvarez Cordero, «El costo de las campañas presidenciales», en: Latino USA, sección Metro Ver

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