Wednesday, June 11, 2008

La Confederación, Jim Webb y la vicepresidencia


Por CARLOS LOPEZ DZUR

A la Campaña Presidencial de Barack Obama no hace ningún favor que su compañero de papeleta sea el senador demócrata de Virginia, Jim Webb. Eso sería como mezclar aceite con vinagre. Webb no es el candidato idóneo para la vicepresidencia, cualquiera sea el partido que lo quiera. Y, de este momento descrito como la oportunidad histórica para el cambio, se debe sacar más jugo para sensibilizar en torno a unidad nacional sobre bases verdaderas. Webb trae a la memoria del país una piedra de tropiezo y división, históricamente conocida, como es el asunto de la Confederación.
Al encuestarse el nivel de aceptación en la comunidad afroamericana que tendría Webb como candidato presidencial, una encuesta de salida indicó — 85% — pero ellos son el 16% de todos los electores, asunto indicativo de la falta de sabiduría política que reina desorientando a todos, en particular a este grupo. El pensamiento neo-Confederalista no es bueno para nadie en la nación. Es peligroso. Son otros los héroes y patriotas que se necesitan rescatar.

Valdría que se recordara lo que la Confederación y sus líderes fueron en la historia estadounidense y quiénes estuvieron tras ella, con sus motivos: El 1 de febrero de 1861, cinco estados del sur ya se habían separado en un proceso que el Presidente Abraham Lincoln llamó «ilegal» pues su «constitución es nula y atentatoria». El 8 de febrero los seis estados firmaron una constitución provisional para los Estados Confederados de América. Los demás estados del sur seguían siendo miembros de la Unión. Texas había empezado a preparar su separación. En el preámbulo de la Guerra Civil, tras tomar su juramento como presidente, Lincoln exhortó a los confederados «a restaurar los lazos de Unión», pero el Sur se negó a escucharlo y el 12 de abril sus cañones confederados abrieron fuego contra la guarnición federal de Fort Sumter en el puerto de Charleston, Carolina del Sur. Este acto de desobediencia y rebelión inició la guerra civil en la que morirían más estadounidenses que en ningún otro conflicto armado anterior o posterior.

¿Cómo se ha interpretado este desafío de siete estados y qué motivaciones tuvo?

(1) En once estados, donde había el interés por la preservación de la esclavitud negra, habitaba una población de nueve millones de personas, incluidos los esclavos, y se combatiría contra 23 estados con una población de 22 millones. El combate sería desigual y desgastante. El Sur tenía por ventaja una tradición militar más sólida y contaba con los líderes militares de mayor experiencia. Las victorias sureñas solían ser sangrientas. Ejemplo del encarnizamiento que provocó la guerra civil fueron los contraatques confederados, tras la toma por la Unión del importante puerto fluvial de Memphis, en el río Mississippi. Los confederados en Shiloh, en los farallones que dominan el río Tennessee, dieron una intensa batalla con un saldo de más de 10,000 muertos y heridos por cada bando. Un índice de bajas que los estadounidenses nunca habían sufrido.

(2) El día más sangriento en el país esperanzado en dar el ejemplo del Sistema Político Americano (de democracia, convivencia y progreso) llegó. Los ejércitos de la Unión y la Confederación chocaron en Antietam Creek, cerca de Sharpsburg, Maryland, el 17 de septiembre de 1862, el día más sangriento de la guerra. «Más de 4,000 hombres murieron en ambos bandos y hubo 18.000 heridos». En vano buscaron los confederados lo que esperaban con esa carnicería: el reconocimiento diplomático de Gran Bretaña y Francia, que estaban a punto de reconocer a la Confederación ya que profesaban un desprecio profundo a Lincoln.

(3) Aprovechando estratégicamente que, por alienación, los esclavos del Sur peleaban obligados por sus amos confederados, Lincoln dictó la Proclamación de Emancipación preliminar, en la cual declaró que a partir del 1 de enero de 1863 todos los esclavos de los estados que se rebelaron contra la Unión quedaban en libertad. Ejemplo ilustrativo de que sólo la coersión podría justificar que el esclavo peleara en favor de sus amos fue el resultado de la acción de Lincoln: la Proclamación de la Emancipación, que sólo fue una preliminar. No obstante, a partir de entonces, «el Ejército de la Unión reclutó y entrenó regimientos de soldados afro-estadounidenses que lucharon con distinción en batallas desde Virginia hasta el Mississippi. Cerca de 178,000 afro-estadounidenses sirvieron en la Tropa de Color de Estados Unidos y 29,500 sirvieron en la Armada de la Unión» (Cf. Cap. 7, «La Guerra Civil y la Reconstrucción», en: «Reseña de la Historia de los EE..UU.». Vea: US INFO

(4) La confederación nació como un instinto de Dominación Social y un deseo económico de satisfacerlo. «Los blancos del sur defendían la esclavitud no sólo bajo el criterio de la necesidad económica, sino también por su apego visceral a la supremacía blanca». La historia es obvia en mostrar que: «En el norte, el sentimiento abolicionista era cada día más fuerte. Los sureños, en general, no sentían mucha culpa por la esclavitud y la defendían con vehemencia». Vea: Cap. 6. US INFO; pero, al mismo tiempo, es bueno que la clase de estudios históricos que Jim Webb realiza, nos muestre que la proclividad a la dominación social y el sostenimiento de la explotación del esclavo no es una cuestión de región, de geografía Norte unionista o Sur confederado. Y Webb está en lo correcto cuando dice que los esclavistas en el Sur fueron unos poquitos. «Aunque el censo de 1860 mostró que había casi cuatro millones de esclavos en una población total de 12.3 millones en los 15 estados esclavistas, sólo una minoría de los blancos del sur tenía esclavos. De 1.5 millones de familias blancas, 385,000 eran dueñas de esclavos. El 50% de estas últimas no tenían más de cinco esclavos. El 12% poseían 20 esclavos o más, el número que establecía el límite entre un agricultor y un hacendado».

(5) Es la proclividad a la Dominación Social lo que crea el miedo a la competencia. O sea, el que el blanco tema que el negro se vea en libertad y condiciones jurídicas de ser su competidor. Pero basta un grupito de familias para dar a ese miedo una ideología y la excusa fue el confederacionismo. «Es fácil entender el interés de los hacendados en preservar la esclavitud, pero también los agricultores y los blancos pobres la apoyaban por temor de que los negros liberados pudieran competir con ellos en el plano económico e impugnaran su nivel social más alto. Los blancos del sur defendían la esclavitud no sólo bajo el criterio de la necesidad económica, sino también por su apego visceral a la supremacía blanca». Ibid.

(6) Los historiadores concluyen que la Confederación es un símbolo del legado de una justificación entonces imperante de la explotación del negro («a legacy of slavery and segregation») y, sin duda, lo es. Webb está más interesado, por razones personales o genealógicas, de glamorizar lo que, en parte, la época refleja para algunos políticos y hacendados de la minoría: el Orgullo Sureño / y la galantería de los rebeldes / gallantry / en tal mentalidad. Mas, ¿qué le puede importar el orgullo y la galantería del sureño a quien es un esclavo? Más resentido que el esclavo para criticar al amo y al Sur, obviamente estuvo el norteño, quien se inclinaba a la abolición. El resentimiento del racista tenía dos direcciones, el negro rebelde y liberacionista y el Norte, próspero por sus industrias: «Resentidos por las grandes fortunas que amasaban los empresarios norteños con la comercialización del algodón, muchos sureños atribuyeron el atraso de su región a la gran prosperidad del norte. Por otra parte, muchos norteños declararon que la esclavitud — esa institución peculiar que el sur consideraba esencial para su economía — era en buena parte la causa del relativo atraso financiero e industrial de esa región».

(7) En su libro Born Fighting: How the Scots-Irish Shaped America (2004), Webb hace un radiografía de la Causa sureña, entiéndase su confederacionismo, como una comprensible y, en cierto modo, justificable. Es aquí donde elabora sobre el hecho de que el número de hacendados esclavistas en el Sur era relativamente pequeño y que la causa que pelearon fue en defensa de los Derechos de los Estados y gobiernos locales («state sovereignty», incluyendo el derecho a diferir y separarse del gobierno nacional. Explica Webb: «The states that had joined the Union after the Revolution considered themselves independent political entities, much like the countries of Europe do today... The 10th Amendment to the Constitution reserved to the states all rights not specially granted to the federal government, and in their view the states had thus retained their right to dissolve the federal relationship». Pero, sea premeditada o no, Webb no entiende lo sensitivo que es el tema para la población afroamericana y, en particular, el electorado educado que entiende el tema y su proximidad con un nuevo Confederacionismo. El tema ya ha sido estudiado por Edward H. Sebesta, co-autor del Neo-Confederacy: A Critical Introduction (ya anunciado por la editorial University of Texas Press), y que destaca que los puntos de vista de Webb son parciales, desorientadoras y estimulan el neo-conderacionismo. Sea que Webb simpatice con la noción de la soberanía local (más derechos para los estados, erspecto al centralismo), el sistema político propuesto los confederados o los rebeldes sureños que desencadenaron la Guerra Civil en los Estados Unidos fue también la defensa de la esclavitud.

Es cierto que Webb en su libro estudia la mentalidad del soldado confederado como individuo e insiste en que, en su mayoría, fueron pobres y blancos; pero, en una cómoda posición intelectual, ignora el hecho de que reaccionaron aliándose a los que sí eran influyentes y ricos hacendados. Lo que importa es qué consciencia tenían, o qué ideologemas sustentaron, para aliarse finalmente con los esclavistas.

(8) SIMBOLO DE LA DIVISION: El hecho simple es que como idea la mentalidad confederacionista existe y perdura hoy. John Ashcroft, ex-fiscal general de los EE.UU. en la Administración de Bush, declaró su simpatía por la Causa Confederada en una importante revista sureña. David Mark en su artículo Webb's rebel roots: An affinity for Confederacy, ofrece dos ejemplos más sobre lo que el sólo uso de la bandera de la Confederación provoca: las derrotas de dos gobernadores David Beasley (R-S.C.) en 1998 y. Roy Barnes (D-Ga.) in 2002. Pero más significativo aún, según escribe Mark: «Cuatro años antesr, en su primera carrera presidencial, el Senador John McCain ventiló el asunto de la bandera («Confederate flag») en Carolina del Sur, pero luego pidió disculpas por su equivocación. En anticipación de las primarias en Carolina del Sur este año, hizo un llamado a boca llena a que no se hice ese símbolo divisivo, uniéndose a los candidatos presidenciales demócratas que tomaron esa posición». David Mark La bandera Confederada es tabú y representa algo perverso.

(8) TAPAR EL OJO AL MACHO: Con sus cantos de sirena sobre el Orgullo sureño y la galantería del caballero y el rebelde sureño, desvía la atención sobre las causas de lo que ocurre durante ese período. Webb le tapa el ojo al macho y frivoliza las fuerzas históricas en pugna. Cierra los ojos ante la posibilidad de un análisis sobre quiénes y por qué se lanzan a destruir la Unión, resquebrajándola a un costo fratricida en Estados gobernados por el esclavismo y acólitos de intereses extranjeros. Para identificar esas fuerzas se debe hacer un análisis diferente económico y político. En primer lugar, hay que entender que las guerras, bien organizadas y propuestas, para destruir el sistema vigente tienen sus mentes maestras, unos grupo de dirigentes en los círculos de poder para desatarla y financiarlas. A los autores intelectuales de esa guerra hay que identificarlos, reseñarles el interés que los mueve; hay que discutir con franqueza si crean un retroceso o un progreso que tendrá un valor para el futuro, no sólo el furor de la matanza y la demencia social que hoy sabemos.

(9) LA VERDADES DETRAS DE LA CONFEDERACION: Una observación del historiador George E. Pozzetta, profesor de la Universidad de la Florida, sobre el Sur americano, tan étnicamente diverso, se relaciona a los sentimientos antiinmigrantes que se introdujeron en la región del antebellum South y que se manifestó en brotes de nativismo. En el decenio de 1850 se observa el auge del partido Know Nothing que es la culminación de dos décadas de creciente sentimiento anticatólico. El partido Know Nothing fue muy poderoso en Maryland y Luisiana y cuando ganó sus primeros escaños públicos y políticos estableció periódicos nativistas. Para 1856, explica Pozzetta, «the Know-Nothing party became something of a southern institution», siendo endosada por el candidato presidencial Millard Fillmore, a quien se le da apoyo en la región. El partido tiene sus preocupaciones centradas en la inmigración extranjera. Se dan, motivadas por las jactancias nativistas, confrontaciones electorales con inmigrantes irlandeses en Memphis, Louisville y Baltimore. Antes de que se desencadene la guerra civil, habría que destacar el sentimiento anti-católico y el racismo se canalizaba contra trabajadores sicilianos, chinos (operarios de pequeñas lavenderías), mercaderes judíos e inmigrantes eslavos, con negocios en la industraia de las ostras.

Antes y después de la Guerra Civil, muchos inmigrantes potenciales aprendieron a considerar «the South as undesiderable». Es que el nativismo, germen que alimentó el pensamiento confederalista, rebrotó después de 1890, ahora redisfrazado y nutrido por racialismo seudocientífico, eugenesia y una más clara tendencia a la orientación de dominancia social, basada en la idea de que los «sureños son culturalmente superiores» y tienen el derecho a crear «estructuras raciales subordinadas». ¿Es éste el Orgullo sureño acerca del cual teoriza Webb? A lo que llevara ese orgullo nativista fue a esporádicos brotes de violencia y bandolerismo contra inmigrantes extrajeros. «Italians and Jews were the most common targets, with the 1891 lyinching of 11 Italians in New Orleans easily constituting the most dramatic episode».

Además del nativismo, el fundamentalismo religioso y la defensa de la institución esclavista, un exclusivo y reducido grupo de sureños, durante dos decenios antes de la Guerra Civil cultivó lo que Steven Vicent Benét llamó el Sueño Púrpura de un imperio caribeño. «Some southern slaveowners looked upon the Caribbean as the potential locale for expansion. Americans of the time who considered the area were generally disturbed by the poverty, disease, political inestabilitym and miscegenetion they saw, but white Christian slaveowners, assuming the whiteman's burden, saw it as a challenge to bring civilization to the downthrodden while expanding slavery's influence within the United States. Cuba was to be the key to a tropical empire, based on either outright annexation of the Caribbean Island or the creation of colonies managed by southern whites. This was regarded as progress for the unfortunated peoples of the islands and for the civilized world, which would then have plentiful and stable supplies of sugar, coffe, fruits, and rice», nos explica el profesor Charles Reagan Wilson, docente en la Universidad de Mississippi.

Lo que el Sueño Púrpura indica es la petición sureña al gobierno federal a las ideas imperialistas. Esta es la tarea en la que anduvo, sin éxito, John Quitman, William Walker, Henry M. Flager y otros. Los confederalistas son los exponentes de ese sueño imperial sureño y necesitaron un pretexto para dar legitimidad a ese sueño de dominio que los líderes moderados no apoyaron, desanimando las aventuras de ejércitos privado en el área.

El imperialismo disfrazado del intervencionismo (como es la actual política de los EE.UU. en Cuba, Venezuela y los pa1ses del Oriente Próximo) es tan malo como el Sueño Púrpura de los padres intelectuales del confederalismo que condujo a la Guerra Civil bajo la presidencia de Lincoln. Y sería una pena tener en la vicepresidencia, después de Noviembre, si ganara Obama, alguien que canta sus solapadas loas a esos delincuentes sureños de ayer, que piensan que los negros y los isleños hispánicos están para cultivarles sus cañaverales, porque nacieron racialmente inferiores y hacerlos peones, sin patria, es un acto de civilización. La Whiteman's burden.

Por otra parte, el nativismo político de los sureños es mucho más que su orgullo por las normas de homegeneidad cultura y sus valores tradicionales, es decir, la seguridad de que quedará sin amenazas sus instituciones y orden social. El nativismo, cuyas raíces son el racismo, el antisemitismo, el anticatolicismo y el antiradicalismo, es un decálogo de inmadurez. Orgullo falso del movimiento Old South Know-Nothingism que se entronizó durante los años de controversia y debate del esclavismo y que se tuvo que conformar con sus arrogantes presiones al gobierno para que aprobara controles migratorios. No es de extrañar que los neo-nativistas de hoy (disfrazados en la popularidades de los Minutemen y el vigilantismo, con la anuencia de los republicanos) nos recuerden esos orígenes en el Viejo Sur, temeroso de los inmigrantes, su diversidad religiosa y sus ideas.

Al menos, los líderes confederados eran racistas declarados. No como hoy. Me impresiona la biografía que William J. Cooper Jr., escribiera sobre el presidente confederado Jefferson Davis: «For his entire life he believed in the superiority of the white race. He also owned slaves, defended slavery as moral and as a social good, and fought a great war to maintain it. After 1865 he opposed new rights for blacks. He rejoiced at the collapse of Reconstruction and the reassertion of white superiority with its accompanying black subordination».

Lo más incómodo y retrógrado de las pretensiones confederalistas, o líderes del movimiento secesionista, que jamás negó que la razón más compelente al fin de buscar su independencia fue el sostenimiento de la esclavitud (después el agrariarism vs. la industrialization y los derechos estatales) es el reclamo grupal de que se viole la soberanía misma de la nación (la Unión). Confiaba que Francia e Inglaterra les ayudara, no sólo con la venta de armas, sino con una participación militar de agresión contra la Unión. «Throughout the early years of the war, British foreign secretary Lord Russell, Napoleon III, and, to a lesser extent, British Prime Minister Lord Palmerston were interested in the idea of recognition of the Confederacy». Hasta el Papa Pío IX tenía palabras de simpatía por la Confederación y su gobierno, tan viciado de rencores, ambiciones imperiales, que ni en los propios civiles, engañados y entusiasmados en los inicios de la guerra (1861-62), se mantuvo la fe en algún futuro. Su verdadero papel se redujo para 1864, a proteger sus hogares y comunidades, porque, en realidad, esa guerra no les ofrecía ningún legado valorable. «This contraction of civic vision was more than a crabbed libertarianism; it represented an increasingly widespread disillusionment with the Confederate experiment» {George Rable].

La prensa ha reaccionado apuntando a estos hechos la afinidad de Webb con ideas confederalistas. El mejor artículo que he leído sobre el asunto se titula Webb's rebel roots: An affinity for Confederacy, escrito por David Mark.

Es cierto que durante los años de la guerra de confederados convergen ciertos aspectos no totalmente comprendidos por los estadounidenses de hoy. Webb, con ancestros familiares en la Armada y oficialidad de los confederados, trata de explicar y justificar en un libro su simpatía or la noción de Estado soberano tal como se entendía en los comienzos de 1860's y sugiere tales estados, justificadamente, tratarían de separarse. «That states were justified in trying to secede». En un discurso, en junio de 1990 ante los invitados a conmemorar los soldados caídos en batalla en Confederate Memorial at Arlington National Cemetery, dijo: «Most Southern soldiers viewed the driving issue to be sovereignty rather than slavery... Love of the Union was palpably stronger in the South than in the North before the war — just as overt patriotism is today — but it was tempered by a strong belief that state sovereignty existed prior to the Constitution and that it had never been surrendered».
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Bibliografía


George E. Pozzetta, «Ethnic Life», Encyclopedia of Southern Culture [1989.The University of North Carolina Press], 401-404

Charles Reagan Wilson, «Caribbean Influence», op. cit., ps. 405-06.

William J. Cooper, Jr. Jefferson Davis, American. (2000)

George C. Rable, Civil Wars: Women and the Crisis of Southern Nationalism, 1989.

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