Thursday, June 19, 2008

La paradoja del «Wild West» (1)


Por CARLOS LOPEZ DZUR

Thomas E. Woods, Jr. utiliza sus talentos de escritor para reescribir la historia norteamericana para el gusto y sazón de la ultraderecha conservadora. Después del ataque del 9 / 11 y todos los sospechosos recovecos que incitan a pensar en tal acto como manufactura misma de esa derecha política, el gobierno oligárquico en su más alta expresión, que es la dirigencia local de ese Nuevo Imperio Romano soñado, necesita, no sus justificaciones, sino apañar la resistencia de la mentalidad estadounidense, atacándola en la base de sus creencias más progresistas. Woods, Jr. se presta para tal trabajo.

La historia estadounidense que hemos conocido está construída sobre mentiras. No se vaya a creer o respaldar a los liberales que arguyen que los indígenas nativoamericanos son y fueron buenos. Esto lo dice Woods: Son todavía unos salvajes y es falso que salvaron a los Peregrinos, en los albores de la colonización de Norteamérica: «The Indians didn't save the Pilgrims from starvation by teaching them to grow corn». Es decir, sugiere Woods, a los indígenas no hay que agradecerles nada. Ni desde el comienzo mismo de la historia americana ni hoy. En realidad, los gargajos que lanza Woods parecen recaer más, en este tópico del indígena Squanto, en el rostro del peregrino William Bradford, quien fue quien describió al pobre líder indígena como «un instrumento especial enviado por Dios para nuestro bien más allá de cualquier expectativa». Bradford describe cómo Squanto lo condujo a maizales y lugares de pesca donde los hambrientos peregrinos podrían alimentarse. Lugares desconocidos donde los peregrinos pudiesen, sin interferir con la vida indígena su fin lograr «their profit» y, aún como veedor de buena voluntad, Squanto «never left them till he dyed». La compensación de los ingleses también está descrita en la historia estadounidense. Fue secuestrado por uno de los exploradores más voraces de ese tiempo. Llevado a Europa en 1615, donde el presunto salvaje aprendió inglés, el indígena dio ejemplos de grandes habilidades de sobrevivencia. Es decir, inteligencia. Como piloto de un barco, regresó a Norteamética para quedarse entre los suyos.

Todavía más, descártese el calificativo que Robert S. Cotterill utiliza en su libro The Southern Indians: The Story of Civilized Tribes before Removal (1954) o que también utiliza Gary Clayton Anderson, el investigador de Texas A&M University, cuando estudia a los Indígenas y el Medio Ambiente y alega, por vías de sus estudios, que «los indios del Suroeste poseyeron un inusualmente sofisticado entendimiento del ambiente, que les proveyó virtualmente cada cosa que necesitaron para sobrevivir». Lo que hay que creer es que no son civilizados, que contrario a lo dicho por Anderson no dieron ejemplo positivo alguno. Fueron incapaces y zalapastrosos. No manipularon el ecosistema «to its fullest, changing the natural environment when necessary to suit needs, but neither living within its bounds more fully than most of other civilizations in history». Insiste: De esos desarrapados no hay que aprender nada.

Cuando Walter L. Williams, de la Universidad de Cincinatti o Duane H. King, en su libro The Cherokee Indian Nation: A Troubled History (1979), reclaman que los cherokees como diplomáticos trataron con destreza con los funcionarios franceses y británicos, alternando sus relaciones, «alternately allying and tradying with one side against another», hasta que Francia se distancía de Norteamérica, es mentira. Valen gorro como diplomáticos. Para 1,800 sus dirigentes tribales fueron una minoría aculturada que emergió estableciendo un gobierno nacional, donde los progresistas favorecían el estilo de vida de los «blancos». No. Eso tiene que ser mentira, vocea Woods. El prefiere que la Norteamérica de hoy vea a los cherokees como enemigos para que no se les agradezca nada y se pueda justificar lo que el país hizo con ellos en 1838, cuando 16,000 fueron mudados y devastados durante el Trail of Tears. Por lo menos, 4,000 de ellos murieron durante ese camino de lágrimas. Este fue el mismo pueblo que las epidemias traídas por el europeo diezmó «Cherokees were weakened by smallpox epidemics, which severely reduced their population in the late 1,700s, precisely at the time that white settelers began moving into their lands». El historiador Williams arguye que, poco después, su alianza con los británicos fue motivada por el hambre de tierra de los que se decían «revolucionarios», independentistas antibritánicos. Los revolucionarios washingtonianos derrotaron a los británicos, pero a los cherokees siguieron debilitándolos y matándolos de hambre. En fin, todo cuanto muestre la crueldad anglosajona contra el indígena debe ser reescrito para que les guste a esos republicanos ultraderechistas que son un renuevo de la ortodoxia conquistadora y colonialialista.

Esa ultraderecha está dolida. No entiende el mensaje. Cree que la solución es evitar que se enseñe en las escuelas públicas lo que llaman «the politically correct, multicultural drivel that ignores or ridicules America's great history». La Gran Historia Americana tiene que ser una en que brille por su ausencia el indígena, el negro y el hispánico. Sacarlos de la historia es lo único que puede ser correcto. La multiculturalidad será el tabú, lo indeseado.

No se trata de idealizar a las tribus nativoamericanas en cuanto son indios. De lo que se trata es de que se admita la evidencia documental de un trato que dio el blanco, hambriento de codicia y poder. La realidad histórica tiene un momento y los hombres responsables de genocidio, violencia e injusticia política, no debe pasar por héroes ejemplares y benévolos, si su comportamiento no fue tal. La historia no es para que se borre con una pluma mojada en tinteros de odio, como la es la de Woods, Jr. Son muchas las ideologías que inciden en cada época histórica y los individuos y los grupos cambian con las generaciones.

Walter L. Williams, como historiador moderno responsable, dedicó tiempo para reconstruir un aspecto menospreciado de aquella sociedad matriarcal que fue la cherokee, con su sistema de clanes y una relifión que no enfatizaba la idea de un dios. «Instead focused on the spirituality of everything in existence». Espíritus en los animales, las plantas, el agua, la tierra y el cielo, el respeto a los ecosistemas, «which humans had no right to dominate or misuse», Los cherokee no necesitaron que viniese el europeo a enseñar un ceremonial de Acción de Gracias. La propiedad de sus maizales fue comunal, así como las tiendas de su distribución. El sentido de comunalidad estuvo basado en valores de igualdad, generosidad y cooperación, lo que produjo una sociedad sin diferencias de clase y con muy poca necesidad de leyes formales. Esto fue lo que el europeo destruyó cuando a finales de 1600, por influencia de los invasores de su territorio, se les impone el comercio de pieles y su involucramiento con guerras.

No es de extrañar que, pese a que para el siglo pasado, aún con matrimonios interreacionales con el blanco, las comunidades cherokees prefieran ser tradicionalistas, aislándose en comunidades en los bosques de Oklahoma, donde puedan retener su fuerte identidad. «Even as acculturation takes place, their Indian identity is growing, adn traditionalists among both eastern and western Cherokees are becoming more infuential in their tribal goverments». ¿Por qué es ésto así? Esa es la pregunta debe estar contestando Woods antes de ponerse a cumplir esa tarea tan vulgar que le asignan los ultraderechistas y racistas de siempre.

En su The Politically Incorrect Guide to American History, Woods hilvana su guía chapucera para imponer sus criterios hegemónicos y elitistas sobre «key issues» (las vidas inspiradoras de Squanto, Pocahontas, Sequoyah, Tenskwatawa, Tecumseh, Sitting Bull, Black Hawk, entre otros); trata de hacerlas pasar como seudohistorias y escritas por liberales, políticamente motivados; pero, ¿qué es lo que él hace con su nueva agenda, sino regodearse en lo retrógrado de algunos historiadores oficiales que no desean agradecer nada a los pobladores nativos. Para Woods, la historia debe escribirse al estilo de Francis Parkman, quien fue el que impuso entre muchos de sus lectores sus propios prejuicios, como el que los indios son, por naturaleza, antidemocráticos, salvajes e indignos de confianza [«Indians are untrustworthy savages and Catholic by nature undemocratic»].

Ciertamente, el encuentro del indígena con el europeo supuso un choque de culturas (obsérvese que no digo, civilizaciones, sino interacciones de prácticas y puntos de vistas del Viejo Mundo con el desconocido para el hombre blanco, las hoy América). Contrario a Woods y la mentalidad ultra conservadora de los nuevos «civilizadores», el historiador Alfred W. Crosby en su libro The Columbus Exhange, el europeo trajo sus propios microbios, animales, herramientas, armas e ideas. En América, tuvo que influenciarse con lo aquí habido, incluyendo una nueva forma de pensar, vestir y pelear. El indio ingrato de los colonialistas fue más que una víctima de genocidio. Se convirtió en una presencia viviente que desdecía mucha de las presunciones de superioridad que trajo el blanco. «El Profeta», mote de Tenskwatawa, hermano de Tecumseh, tuvo una gran queja durante toda su vida contra el blanco europeo. «Ustedes han sido los corruptores». Como su hermano, urgía a los indígenas dejar de beber el alcohol que los blancos le traían para entontecerlos. Regresar a su estilo de vida tradicional. No vestirse a la usanza europea ni utilizar sus herramientas, porque, antes de ganarse un respeto, se estaban sometiendo y haciéndose el hazmerir de una sociedad europea que nos los iba a integrar, sino a despojarlos hasta en el hálito de sus almas.

La mayor parte de los grandes líderes nativoamericanos hicieron todo lo posible para no batallar con los blancos, conscientes de su superioridad militar y su capacidad para traicionar y destruir espiritualmente sus vidas. Tanto los ingleses como los franceses en los EE.UU., tenían una mentalidad conspiradora y divisora. Por quitar a los indios sus tierras y tradiciones, los involucraron en sus aventuras militares. Los utilizaron como sangre de cañón contra sus propias tribus, o en favor de sus bandos. La complejidad de estas intenciones no es algo que Woods pueda despachar con un parrafillo en su Guía de lo incorrecto.

Woods, Jr. comienza una tarea sucia de crear desconfianza y desmentir la historia «oficialmente convenida»; pero que, desde que el neoglobalismo, es preferible reescribir. De ahí el libro 33 Questions about American History You're Not Supposed to Ask, como todo lo típicamente chapucero, nada de investigación profunda. Sólo un encargo de atacar sin piedad ni aviso. La gente que leerá, posiblemente, ese libro (aún asumiéndose lo más granado del «patriotismo» americano) puede que ni sepa quiénes han sido Pocahontas, Franklin Roosevelt y Woodrow Wilson. Puede que referencial y vagamente sepan quiénes son los sujetos cuyos nombres se publicitan durante las celebraciones de días de fiesta nacionales. De modo que el trabajo es fácil: «Cágate encima de todo lo que encuentres».

Y Thomas E. Woods lo hace. Hace una defensa del Salvaje Oeste, como si fuese el mundo ideal con que sueñan las ciudades modernas. «The Wild West" wasn't a freewheeling, lawless region. In fact it was more peaceful and a lot safer than most modern cities». Es que, en ese mundo, Woods sólo halla para su gozo que la única gente que parece ostentar derechos civiles y humanos es el anglosajón. La demás gente son vecindades de despojo. Gente prescindible. Se justificaría todo el salvajismo del blanco contra ellos, ¿no?

El tema del Salvaje Oeste es toda una paradoja. Muchos lectores fascinados con ese tipo de vida, tan abundantemente documentada en los archivos policíacos, las novelas de aventuras, biografías y prensa, se pregunta, sin deseo alguno de tener una visión romántica de la época: ¿Por qué pudo una nación tan rica y prometedora vivir al margen de la ley e instaurar un régimen de instituciones tan corruptas? En un muy bien investigado website, titulado The Wild West: Cowboys and Legends, uno de sus escritores observa algo que Woods, Jr. debe tomar en cuenta antes de negar toda la violencia del periodo y tapar así el cielo con su dedo: «En el Viejo Oeste, los hombres de ley se convertían en delincuentes y los delincuentes en hombres de ley. Grat, Bob y Emmett Dalton, dirigentes de la infame Pandilla Dalton, todos portaron una placa de alguaciles antes de sumergirse en el lado oscuro. Grat fue un alguacil federal, Bob sirvió como jefe de policía para los indios de Osage y Emmett fue policía para ambos hermanos en una ocasión». [«In the Old West, as lawmen turned outlaw and outlaws turned lawmen. Grat, Bob and Emmett Dalton, leaders of the infamous Dalton Gang, all wore badges before turning to the dark side. Grat was a U.S. marshal, Bob served as chief of police for the Osage Indians and Emmett was a deputy to both brothers at one time»].

Algunos individuos, héroes y personajes de ese Salvaje Oeste, entre las decenas que el website citado incluye en la sección de biografías de Outlaws and Lawmen of the Wild West, bastarían para convencernos de que hablamos de una larga época vergonzosa. «El Oeste Americano está lleno de hechos interesantes sobre gente como James Bowie, General Armstrong Custer, Sam Houston y Levi Strauss, quien inventó los pantalones azules de mezclilla («blue jeans pants»). The Lewis & Clark Expedition, la cual marcó de Northwest Passage, fue una gran aventura y una gran parte de la historia estadounidense. Otros eventos como el famoso Gunfight en el O.K. Corral o los trágicos eventos de Donner Party ilustran que este periodo en la historia americana es peligroso y mortal. Este fue ciertamente The Wild West».

Durante este período, hay eventos donde la criminalidad tiene una motivación personal: la ambición desmedida, la codicia acumulativa, el odio antisocial y la corrupción de la consciencia. Sin embargo, también una violencia institucionalizada que es el brazo del racismo y la discriminación poltica. A ambos tipos de violencia contribuye el lucro corporativo que deviene por causa de la venta indiscriminada de armas. Un ejemplo es el revólver Colt, calibre 45, por largos años elogiado como «the gun that won the West», durante los finales del último decenio del 1800. Fue fabricado y comercializado por la Colt Fire Arms Manufacturing Company, de Hartford, Connecticut. De 1873 a 1893, el ejército norteamericano compró unos 37,000 modelos Colts, cuya producción comercial cesó en 1941.

ALGUACILES DEL DELITO: Me gustaría dar varios ejemplos de la moralidad institucional de ese época. Veamos el caso de Joe Horner, nacido cerca Richmond, Virgiania. Este adquirió el nombre de Frank M. Canton para ocultar su pasado delictivo. Su vida criminal comenzó en 1871 como asaltante de bancos y cuatrero. Preso en 1877 por robar un banco del pueblo de Comanche en Texas; pero escapó de la cárcel. Fue el juez del Condado Johnson, Wyoming, durante 1890s. Encabezó cuatreros y pistoleros por todo el condado y su fin fue intimidar y obligar a los pequeños agricultires en beneficio de otros más ricos y poderosos. Cuando logra que se le nombre Alguacil federal («US deputy marshal»), aún sigue siendo el defensor de «the big cattlemen», y cumple la ley según tales intereses corruptos.

Este civilizado vaqueros del Viejo Oeste se unió a un grupo de «Reguladores» de Frank Wolcott, o un que funciona como pandilla de más de cincuenta hombres armados de alquiler que los rancheros utilizan para sacar a los agricultores pobres del condado. Fue aquí, durante un violento operativo de ese tipo, que dos personas son asesinadas en 1892. Canton renuncia y deja Wyoming por Oklahoma.

En Oklahoma sirve como alguacil para el juez Isaac Parker, se vuelve un leguleyo, presto a defender a los delincuentes («any outlaw», durante los años 1895-1896). Un año después se lleva su sabiduría parda a Alaska en calidad de Alguacil Federal. Las aventuras de Canton, documentadas por un amigo suyo. el escritor Rex Beach, fueron muy conocidas y reportadas a tiempo en el pueblo, totalmente sin ley de Dawson. Rex Beach idealizó a Canton como «role model» de los héroes de fronteras de sus novelas. En 1907, Canton se convirtió en Ayudante General de la Guardia Nacional de Oklahoma y sirvió en esa posición hasta su muerte en 1927.

VIOLENCIA CONTRA ANTI-ESCLAVISTAS: En el civilizado Salvaje Oeste que elogia Woods, Jr., destacó la banda de guerrilleros de William Clarke Quantrill, conocida como Quantrill's Raiders. Esta operaba en la frontera de Kansas-Missouri. Aquí uno de los hermanos Jesse y Frank James, hace amistad con Cole Younger. Es Frank. Por su parte, Jesse James se une a los Rebeldes de "Bloody Bill" Anderson. Ambos grupos comenten sus tropelías contra pueblos que son anti-esclavistas y dan reclutas al ejército de la Union. Los hermanos James son dos de los forajidos más famosos del Oeste Americano. Cole Younger, junto a varios de sus hermanos, se unieron a lo que se llamaría la Pandilla James («James Gang»). Con esta organización robaron bancos de Iowa a Alabama y Texas. Después, para 1873, asaltaron ferrocarriles, además de sus tradicionales robo a diligencias, tiendas e individuos.

La mentalidad criminal que prevalecía no sólo en estas pandillas, sino en las comunidades que leían sobre ellos, en la prensa y en las novelistas de aventura de la época, colmándoles de simpatía y con el rango de héroes de su folclor («folk heroes») desmiente la versión de moralidad general que Woods, Jr., asigna al Salvaje Oeste. Cuando en una tentativa de capturar a estos jóvenes criminales, uno de los detectives de Pinkerton tiró una bomba en la casa de la madre de ellos y la explosión hirió severamente a Jesse y mató a su medio hermano, de 8 años de edad.

Después del intento fallido de robar el First National Bank, de Northfield, Minnesota, en 1876, las capturas de Jim y Bob Younger, sentenciados a cadenas perpetuas, los James forman una nueva pandilla, cometen robos (incuyendo un tren cerca de Glendale, Missouri) y asesinatos. Una recompensa de captura o convicción de $5,000 se pone sobre sus cabezas.

Robert P. Ingalls, profesor de la Universidad del Sur de la Florida y otro de los cuestionados historiadores liberales que desocultan los trapos sucios de la historia estadounidense, Richard Maxwell Brown, nos recuerdan que los primeros movimientos de vigilantismo en la frontera sur, «donde el cumplimiento con la ley parece inefectivo», datan del siglo XVIII. Se ofrece en Strain of Violence: Historical Studies of American Violence and Vigilantism (1975) un panorama de lo que vendría a ser un fenómeno nacional. La Ley Lynch, inspirada en el coronel Charles Lynch, fue una práctica de justicia privada originada en el oeste de Virginia para el 1780. Esta iba todavía más lejos en su castigo que los dados por los reguladores, consistentes en juicios de burla y azotes contra los delincuentes. Con la práctica de Lynch se adopta por los vigilantes contra todo los que sean considerados indeseables. Entre 1830 a 1836, la violencia de los vigilantes y reguladores azota a comunidades de Texas y Mississipi. Los linchamientos se vuelven comunes y son convocatorias de turbas violenta contra personas blancas que se oponen a la esclavitud, jugadores ebrios, negros, inmigrantes tenidos como radicales, organizadores sindicales y judíos. El historiador Ingalls escribe que detrás de los linchamientos, especialmente, se abogaba un sentimiento de supremacía blanca..

En 1891, una turba vigilantista en Nueva Orleans, Luisiana, ejecutó a once italianos. Este tipo de turbas violentas que tuvo miles de víctimas de 1890 al 1930 se enfocaba en personas que sostenían, o eran sospechosas de profesar, causas impopulares, como el sindicalismo o el comunismo; antes el judaísmo o los derechos de la gente afroamericana o de otras etnias. Ingallls y Maxwell coinciden en describir sus métodos de regularizar sus conductas: «Castigo corporal, a menudo en la forma de latigazos, pegar plumas en su cuerpo» (para arrancárselas luego), en medio de una turba o grupo bien organizados. «Personas de todas las clases, incluyendo la élite, participaban en las turbas y muchos miembros de la prensa y la policía sureña endosaban o toleraban el vigilantismo. Como resultado, pocos participantes fueron alguna vez castigados».

LOS RANGERS: Según las familias angloscaucásicos comienzan a mudarse hacia el Oeste y, por tal razón, desafiar la tranquilidad de los pequeños grupos indígenas, temidos o tomados por hostiles, otros grupos con interés vigilantista se forman. Son los llamados Rangers que para los anglocaucásicos pueden parangonarse con una norma de bravura personal, guardianes virtuales de la frontera entre Texas y México, pero, apunta el profesor John L. Davis en su libro The Texas Ranger: Their First 150 Years (1975), «Los Rangers también han atraído mucha crítica. Ellos han sido acusados de brutalidad, racismo y arrestos ilegales. En años recientes, los mexicoamericanos han sido especialmente críticos de los Rangers, juzgándolos una fuerza autoritaria utilizada contra las minorías».

Y el meollo de la discrepancia es el contexto político en que surgen como unidades irregulares de combate. Se formaron para combatir al mexicano y a los indios. «After Mexican President Antonio López de Santa Anna overthrew the Constitution of 1824, the Rangers organized themselves into a broader band whose intent was to seek restoration of the Constitution. Thus, The Texas Rangers was formally organized into a force of three 56-men companies to be deployed on the Indian frontier to protect the Texas citizenry against Indians and Mexican raiders».

Woods dedica sus páginas a echar escoria sobre Franklin Roosevelt y la política del New Deal o Nuevo Trato. New Deal didn't lift the United States out of the Great Depression. Se acuerda de atacar a los programas de ayuda extranjera, sugiriendo que este país no tiene que dar nada a nadie; sólo tomar para sí, mientras expande sus fronteras. Claro está, excepto el imperialismo de las cañoneras. «Foreign aid programs don't help our friends and allies break out of poverty», concluye Woods.

En la segunda parte, de este artículo nos concentraremos en analizar la paradoja del Salvaje Oeste y el tipo de justificación que pretende Woods. Subsiguiente, la evaluación del Nuevo Trato.

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Bibliografía

Thomas E. Woods, Jr., Questions about American History You're Not Supposed to Ask. [

Gary Clayton Anderson, «Indians and the Environment», en: Encyclopedia of Southern Culture [The University of North Carolina Press, 1989}, ps. 340-341.

Walter L. Williams, Southeastern Indians Since the Removal Era (1979) y «Cherokees», en: Enyiclopedia, ed. cit., ps. 423-24.

Robert P. Ingalls, Mob violence, en: Encyclopedia, ps. 1508-09.

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