Por Horacio Verbitsky 
La  Sociedad Rural eligió el primer mes del año para la reanudación de su  ofensiva sobre el gobierno nacional, que intentará reforzar a partir de  marzo. El Estado planea responder sólo en términos de racionalidad  económica, que pongan en evidencia el trasfondo ideológico y político  del desafío: el rechazo a toda intervención estatal, incluyendo el  control de la evasión impositiva, y la inminencia de una campaña hacia  las elecciones primarias de agosto y generales de octubre. Para los más  poderosos, cualquier límite que el Estado ponga a su libertad de acción  es intolerable, aunque se fundamente en el bienestar colectivo. La  renovación presidencial de este año decidirá la continuidad o no de un  gobierno al que las patronales agropecuarias consideran el enemigo  principal con el que anhelan acabar. No es superfluo recordar las  manifestaciones explícitas en ese sentido de Hugo Biolcati, quien llegó a  expresar su deseo de que la presidente CFK no concluyera su primer  mandato, y de su satélite Eduardo Buzzi, cuyas acciones se orientaron  según su propia confesión, a desgastar al gobierno. Ninguno de esos  deseos se cumplió, lo cual exasperó sus ánimos, a pesar de la  extraordinaria rentabilidad obtenida por sus representados en estos  años. La estrategia oficial de separarlos choca con la realidad de un  acuerdo profundo. Difieren los intereses de los respectivos  representados, no los dirigentes que coinciden en sus valoraciones  superestructurales.
A paladas
Tal como ocurrió en 2008, la confrontación dispuesta por Biolcati en  torno del trigo se produce en momentos de grandes cosechas y alza de  los precios internacionales de los granos. Esto indica que los distintos  sectores del agro no están atravesando un momento de crisis sino de  bonanza excepcional, lo cual también se refleja en el impresionante boom  inmobiliario, que no sólo alcanza la zona núcleo cerealera sino también  a los países vecinos, donde las ganancias de los inversores argentinos  se atesoran en ladrillos, más seguros que lingotes de oro. En julio de  2008, cuando el vicepresidente Julio Cobos gozó de sus 15 warholianos  minutos de fama, el precio de la soja llegó a los 550 dólares por  tonelada, y el del trigo estaba en 330, en ambos casos en moneda  corriente. Luego de la fuerte caída posterior y superadas la sequía  argentina y la crisis financiera internacional, ambas las peores en un  siglo, los precios vuelven a florecer. En noviembre de 2010 la tonelada  de soja rondaba los 500 dólares y la de trigo los 300, siempre en moneda  corriente. Pese a que Biolcati y Buzzi habían augurado que en 2010 y  2011 sería necesario importar trigo, la actual cosecha superará los 14  millones de toneladas de trigo, casi el doble que el año pasado, de las  cuales sólo la mitad se consumirá en el país.
Los términos del debate
El punto central del debate es la fijación de un cupo que el  gobierno nacional considera innegociable, porque hace a la seguridad  alimentaria, y el requisito de permisos de exportación que sólo se  otorgan si no está comprometido el abastecimiento interno. El Estado  calcula a cuánto llegará cada año el consumo de los 40 millones de  habitantes del país y reserva ese cupo para las empresas que se encargan  de triturar el grano y convertirlo en harina. Recién por encima de esa  cuota permite la exportación, que está en manos de otras empresas,  aunque algunas coinciden en ambos rubros. De ese modo asegura que no  faltarán pan, galletitas, fideos, ravioles y pizza. Para que lleguen al  público a precios razonables, el Estado paga subsidios a los molineros.  Esto les permite no trasladar al mercado interno el precio  internacional. Por medio de la ONCAA (Oficina Nacional de Control  Comercial Agropecuario) verifica que los productores reciban el precio  de exportación, menos las retenciones vigentes, que en el caso del trigo  son del 23 por ciento, y los costos del embarque. En caso contrario, no  paga el subsidio a los molinos. Para que los productores puedan  participar en una instancia previa de control al momento de vender, el  Estado informa cuál es ese precio teórico. Además, a los productores de  menos de 800 toneladas (que son casi la mitad del total) se les  devuelven las retenciones. Según la Sociedad Rural, ni la industria de  la molienda ni los exportadores les pagan a los productores ese  denominado “precio pleno”, es decir sin otros descuentos. Por eso  pretende que no exista cupo alguno y que toda la producción quede  librada a las fuerzas del mercado, aunque no explica cómo haría para  que, con precios internacionales en alza, esa competencia irrestricta no  encareciera la alimentación popular, nivelando hacia arriba.
Cien años de perdón
En cambio, el gobierno ofreció créditos del Banco Nación a tasa cero  y sin otra garantía que el propio grano, por el equivalente a un millón  de toneladas, de modo que los productores más débiles pudieran retener  el trigo por seis meses y no se vieran obligados a malvenderlo. Para las  asignaciones se privilegiará la zona de emergencia climática y las  evaluaciones serán realizadas en cada región por los ministerios de  Agricultura, el Banco Nación y los municipios. A esa línea, de 840  millones de pesos se suma otra por igual valor con financiamiento  subsidiado para compras adicionales de los molinos.
Si, tal como afirma la Mesa de Enlace y no desmiente el gobierno,  molineros y traders pagan menos que el precio pleno, ¿cómo es posible  que no haya denuncias específicas por esta infracción, que descalifica  para recibir el subsidio? La razón de este misterio es que imponen un  fuerte descuento a quienes ofrecen sus granos en negro, en aplicación de  un axioma de la sabiduría popular sobre el perdón y el tiempo que dura  según quien sea la víctima. Pero hay que buscar en el orden de la  ideología y de la política para entender por qué las entidades que dicen  representar a los pequeños chacareros y a las cooperativas, vuelven a  correr detrás de la representación de los grandes latifundistas,  agrupados en la Rural y en Carbap. Biolcati también fue el vocero del  conjunto para descalificar la petición de la presidente de que en el  encuentro pactado con los gremialistas patronales también se analizaran  las medidas posibles contra la informalidad y el trabajo esclavo en el  sector agropecuario. Las cuatro entidades se opusieron a la  formalización de esas relaciones y su adecuación a la legislación  vigente cuando la Comisión Nacional de Trabajo Agrario las planteó en  diciembre de 2008.
Concentración
Cada eslabón de la cadena triguera tiene un grado distinto de  concentración. El 92 por ciento de los productores, es decir unos  27.000, son responsables de algo más de la mitad de la cosecha. La otra  mitad está en manos del 8 por ciento restante, unos dos mil productores.  Es obvio el mayor poder negociador de este último grupo. Tres molinos  (Cañuelas, Lagomarsino y Cargill) compran el 30 por ciento del trigo  para harina; los otros 160 molinos, que manejan el 70 por ciento  restante son empresas familiares y/o pymes. Las diez grandes traders  comercializan nueve de cada diez toneladas (también aquí Cargill, más  Bunge, ADM, Dreyfus, ACA, Toepfer, Oleaginosas Moreno, Nidera, Aceitera  General Deheza y Noble), mientras otras treinta y tres se disputan la  tonelada restante. Además, molinos y exportadores pactaron acuerdos de  los que la Mesa de Enlace se negó a participar y que consistieron en  deprimir los precios que reciben los productores más débiles. Otro actor  que cincha del mismo lado de la soga es el sector de acopiadores, que  embolsa la diferencia entre el precio reducido al que liquidan las  operaciones con los pequeños productores y el pleno que le pagan molinos  y exportadoras. Esta cartelización de los actores principales, que se  reparten los cupos, es un dato histórico, que la Sociedad Rural recién  denuncia ahora, porque hay un Estado presente. En otros países los  gobiernos difunden cuál es el costo de producción, al que le suman un  porcentaje de rentabilidad. En la Argentina, en cambio, se publica el  valor en el mercado internacional, que es un arma en defensa del  productor. La respuesta de la Sociedad Rural a esta situación compleja  que requiere mejorar las herramientas de fiscalización con que cuenta el  Estado, consiste en suprimir las pocas que hoy existen. Si su  aspiración se concretara no sólo sufriría el consumo interno, también se  acentuaría la desigualdad entre los grandes y los pequeños productores.  Por el contrario, el Estado exige la documentación completa sobre las  circunstancias de cada operación, lo que incluye el pago de impuestos,  como condición para el cobro del llamado precio pleno. La solución  propuesta por Biolcati bajaría aún más los precios que recibe el  productor, ya que se duplicaría la oferta, de 7 a 14 millones de  toneladas, frente a una demanda muy concentrada. Y al mismo tiempo  aumentarían los alimentos, porque las comercializadoras impondrían al  mercado interno el precio internacional.
Veinte años después
Desde la década de 1930 y bajo gobiernos militares, peronistas y  radicales, existió un organismo regulador que fue disuelto en 1991 por  el presidente Carlos Menem, su ministro de Economía Domingo Cavallo y su  secretario de Agricultura Felipe Carlos Solá. Ese organismo, cuyo  último nombre fue Junta Nacional de Granos, compraba en el mercado un  tercio de la producción y lo comercializaba, con lo cual regulaba su  precio. En aquel momento se destruyó también la flota mercante, con lo  cual el Estado perdió instrumentos decisivos para lograr que la renta  agrícola quedara en el país. La recreación de un ente similar ya fue  contemplada durante la crisis de 2008 y reaparecerá cada vez que se  plantee un reto similar. Los principales compradores asiáticos de granos  argentinos, como China, prefieren centralizar el comercio entre los  estados, sin intervención de las multinacionales. La nostalgia de la  Junta Nacional de Granos fue uno de los rasgos identitarios de  chacareros y cooperativistas. Pero una vez más han privilegiado la  unidad de la Mesa de Enlace, al mismo tiempo que el principal mentor  político de Buzzi, Víctor De Gennaro profundizaba un giro sorprendente,  debutando como columnista en el diario La Nación. No obstante, han  recomendado que sus afiliados aprovechen las inusuales líneas  crediticias ofrecidas por el gobierno. Tal vez haya que esperar el  surgimiento de una dirigencia gremial sin mañas políticas ni agenda  oculta para que al avance del Estado en esa dirección la respuesta deje  de ser la puñalada por la espalda. Mañana, cuando comience el lockout  patronal, arrancará también el raid con que el ministro de Agricultura  Julián Domínguez se propone cubrir toda la región triguera, en contacto  con los ministros provinciales y los intendentes de Buenos Aires, La  Pampa, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, para hablar con los productores  en el comprensible idioma del bolsillo.
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