Algunas veces ella quiere quedarse quieta, en su cama, arrancarse los oídos y los ojos. Su perro, echado al pie de la cama, la intuye, sabe que si la deja inmóvil se puede deshacer como el polvillo de los grillos muertos.
Le ladra, tira las sábanas, lame sus manos colgadas, inertes casi. Sube al lecho, relame la cara, las orejas; le llora, rastrilla la cabeza con sus patas suplicantes.
Ella, reacomoda la audición y la mirada. ¿Cómo desairar al resucitador, con qué desacato? Hay tantas formas de ser Dios, de sanar las tristezas con saliva, hocico de perro terco que sabe de muertes emocionales, desganos de andar.
Se incorpora, lágrimas amorosas la visten... ¿Qué otra inducción puede acrecentar bendiciones y agradecimientos?
Le ladra, tira las sábanas, lame sus manos colgadas, inertes casi. Sube al lecho, relame la cara, las orejas; le llora, rastrilla la cabeza con sus patas suplicantes.
Ella, reacomoda la audición y la mirada. ¿Cómo desairar al resucitador, con qué desacato? Hay tantas formas de ser Dios, de sanar las tristezas con saliva, hocico de perro terco que sabe de muertes emocionales, desganos de andar.
Se incorpora, lágrimas amorosas la visten... ¿Qué otra inducción puede acrecentar bendiciones y agradecimientos?
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