Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
Sin agua no es posible la vida. Nuestro planeta Tierra está compuesto de unas dos terceras partes de agua. Sin ese precioso líquido no podríamos hablar de salud ni de agricultura. En estos días se oye hablar constantemente de los peligros de quedarnos sin agua. Sequías prolongadas se esparcen por todo el planeta. Fuegos feroces arrasan tierras fértiles. Y los desiertos parecen que van ganando terreno. Toda una serie de situaciones se van dando a la misma vez atentando contra la vida –humana, animal y vegetal- en todas las latitudes de nuestro único hábitat: la Tierra. La comunidad científica tiene un constante anunciar de que hay que tomar medidas inmediatas para que este planeta enfermo pueda recuperar sus fuerzas vitales. Sobre 6 billones de seres humanos dependemos de ese formidable recurso –el agua- para poder seguir viviendo en este gran puntito del universo.
La situación es seria. A diario vemos resultados desastrosos que son consecuencia directa de la gran escasez de agua que existe en todo el planeta. Unos 2 millones de personas –de los cuales el 90% son niños- mueren cada año por falta de agua potable y saneamiento adecuado. Diane Raines Ward, autora del libro Water Wars –Drought, Flood, Folly; and the Politics of Thirst, señala que el 40% de la población mundial “recoge el agua necesaria de pozos, ríos, lagunas o charcas”. En algunos países, las mujeres dedican hasta seis horas al día a acarrear agua para sus familias en recipientes que pesan más de 40 libras. Ese mundo desconocido para nosotros está ahí, existe y vive con dolor. Pero el nuestro muestra otra cara: el agua la tenemos al alcance de nuestras manos y en abundancia. Los retos de unos son los vicios de otros. Aquellos conservan, nosotros desperdiciamos. En este mundo todo se da en la perversidad de las desigualdades. Bondades para los menos, privaciones para los más.
Esta vida no puede seguir en el bamboleo eterno de manifestaciones de desprecio hacia los países pobres. Urge un cambio de mentalidad en el hombre para que la justicia, la paz y la igualdad puedan transitar del sueño hacia la realidad. O todos somos iguales en las riquezas, o todos somos iguales en la pobreza. Es hora de dejar atrás las buenas intenciones y los discursos demagógicos. De resoluciones dulces y promesas vanas el mundo está empalagado.
Estudio tras estudio nos muestran unos datos alarmantes. Un cuadro triste. Una realidad dura. En Africa 6 de cada 10 personas no cuentan con un retrete adecuado, hecho que, según la Organización Mundial de la Salud, contribuye a «la transmisión de bacterias, virus y parásitos presentes en las excretas humanas, que pueden contaminar los recursos hídricos, el suelo y los alimentos. Esta contaminación es una importante causa de enfermedades diarreicas (segunda causa de muerte en los niños de los países en desarrollo), entre ellas el cólera, y también produce otras enfermedades importantes, como la esquistosomiasis o el tracoma».
Las enfermedades diarreicas son las causantes directas de que mueran anualmente 1.6 millones de niños, cifra que supera el total de muertes por sida, tuberculosis y paludismo. Esa realidad no nos duele porque no es nuestra. Ese dolor no lo padecemos porque no es nuestro. Ese cuadro no lo miramos porque es muy triste. No queremos que nuestro gozo se vea empañado por situaciones tan lejanas, tan fuera de nuestro alcance. No le prestamos oídos. Tampoco queremos prestarle nuestro olfato. Vivimos una hermandad de mentiritas. La piel sudada de otros puede contaminar la nuestra, una que mantenemos bien perfumadita. El buen discurso se deja para los recintos universitarios, religiosos y políticos. Sin embargo, todos –pobres y encopetados- llevamos la misma carga en nuestros intestinos. Cosas de la vida.
En realidad, nuestro planeta nunca ha estado falto de agua. Otros factores son los que motivan la escasez de tan preciado líquido. Nuestro perverso sistema económico mundial tiene mucho que ver con el problema aparente de la falta de agua. El sistema político corrupto del mundo también juega su papel preponderante a la hora de bregar que ese recurso tan vital para la subsistencia de toda nuestra vida. Hay otro factor que hace el problema aún más apremiante. ¿De cuánta agua dulce disponemos? De toda el agua del planeta el 97.5% es salada. Eso nos deja con solo un 2.5% de agua dulce. Y solo el 1% queda disponible para los casi 7.000 millones de seres humanos y otros millones de seres vivos. El 99% del agua dulce esta atrapada en glaciares y a niveles subterráneos muy difíciles de extraer por la tecnología conocida. Todo parece confabularse para hacerle la vida incómoda a los moradores de este planeta.
Asombrada, la mujer le preguntó a Jesús: «¿Cómo es que tú, a pesar de ser judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana?» Hasta en el tema del agua los prejuicios religiosos meten sus manos, piernas y hocicos.
Caguas, Puerto Rico
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