Tuesday, May 29, 2007

Reflexiones de una mudanza o cómo cambia la Vida...

Me quedan horas en esta casa... sus paredes no me pertenecen, es verdad, pero aquí llegué hace 4 años, con las velas y el corazón rotos. Luego de dejar atrás mi vida de siempre, mi país, mi padre -recuperado, después de muchos años de alejamiento, recién un par de días antes de partir-, mis amigos, mis paisajes, mi trabajo, todo, estas paredes hoy desnudas, estas habitaciones hoy llenas de cajas, me dieron cobijo... Aquí empecé mi vida fuera de todo lo que me había sido familiar y querido hasta entonces, aquí superé una depresión -sin psicólogos, ni antidepresivos-, paso a paso, con tesón, mirando las caritas de mis hijas que eran las que me daban -y me dan- las fuerzas que creía entonces tan muertas como lo estaba mi alma...

Poco a poco logré recuperar mi termostato: en invierno me moría de un frío que me venía desde dentro y en verano sentía que me deshacía, licuada en sudor y lágrimas, añorando el clima siempre primaveral de mi Caracas... Aquí estaba cuando me llamaron para comenzar a trabajar, cuando me llegaban cartitas desde tan lejos, cuando me entregaban los paquetes Azules del correo, llenos de los tesoros que Maga recolectaba para nosotras con todo su corazón, aquí cuando me llamaron para decirme que mi autito new había llegado desde Francia y me estaba esperando, aquí cuando Pili, Alberto, Fati, Orling y Yola me vinieron a visitar y salíamos de paseo por esta ciudad mágica, aquí cuando un día -no se bien cuál- dejé de llorar y me dije a mi misma: "esto es lo que hay, mijitica, así que ¡¡¡échele corazón y camine!!!"...

Laura dice que le da tristecita marcharse de aquí... y yo me quedo pensando dos minutos antes de responderle: No hay que tener apego a nada, lo que esta casa nos dió y le dimos es nuestro, ayer estábamos en otro continente, con otra vida, hoy estamos aquí, a punto de cambiar de nido... y mañana quién sabe a dónde nos llevará la Vida...

Cuando voy a mi nueva casa, suelo sentarme en el suelo de madera para sentirla y me gusta lo que me da y lo que yo le retribuyo... Me costó mucho - sólo Dios sabe cuantísimo- aprender esta lección y creo mi deber capitalizarla... Nada me pertenece (dirá mi banco que la hipoteca sí y que más me vale pagarla puntualita je), lo único verdaderamente mío, yace etéreo dentro de mi y, como una varita mágica, surge desde lo más profundo para salvarme, o simplemente para hacerme ver y valorar lo que antes, con las prisas, no tenía tiempo de disfrutar...

Cierro la puerta tras de mi y no siento tristeza... el mundo es tan redondo que quién sabe si algún día no la volveré a abrir...

Traslado mis cachivaches, incluido el teléfono y la conexión a Internet, y no sé cuándo podré reconectarme aquí, pero tengan la certeza de que no tardaré mucho, porque estos Azules y Ustedes son una parte esencial de mi...


Hasta prontito...


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