A mi la histeria colectiva siempre me asusta.
Ahora toca rasgarnos las vestiduras por la desgracia de la pobre Marta Del Castillo, que , como todo bien nacido, lamento profundamente.
Antes fue con la niña Mariluz, y antes con la inglesita desaparecida en Portugal.
Todo me recuerda a la trágica desaparición de las niñas de Alcasser, asesinadas en 1992.
Por aquellos tiempos casi se elevó a los altares a Fernando García, padre de una de las fallecidas. Y a la locutora que habló del caso, casi la linchan profesionalmente sus propios compañeros periodistas.
Hoy Fernando García se sentará en el banquillo por injurias y calumnias, y será juzgado en el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana.
Estamos magnificando sucesos, que por muy horripilantes que sean,pertenecen, por desgracia, a una parte de la vida. Que no siempre es rosa.
Igual pasa con el energúmeno que atacó en el metro de Barcelona a una chavala. De acuerdo estamos todos en condenar esa barbarie. Pero hasta ahí. Intentar que seamos jueces no me parece sano.
Y por el hecho de tratarse de una inmigrante , aún más melodrama añadido.
Se pretende cambiar la justicia a golpe de desgracias y espectáculo.
La sensación que dan los periódicos es que quieren vender del modo que sea. Y que serían capaces de provocar una guerra con tal de tener un buen tema para encabezar sus columnas.
Los periodistas, algunos,son más dañinos para la sociedad, que los delincuentes.
En nombre de la libertad de expresión, se dedican a dirigir las ideas de muchas personas que no tienen ninguna.
Y todo por ganar más dinero.
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