Sunday, August 15, 2010

La estadidad: muerte cultural para Puerto Rico


Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño

El afamado poeta nicaragüense Rubén Darío, escribió al entonces presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, un poema en el que decía: «Eres los Estados Unidos /eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena/que aún reza a Jesucristo y aún habla español».

Lo sé, esto es mucho pedir para el entendimiento espiritual de los amantes del Estado 51. A la misma vez, es la preocupación máxima para todos los puertorriqueños que aman esta tierra hasta la muerte. Muy en especial la lengua, el idioma que nos fue implantado desde nuestro descubrimiento. Ese bello idioma, el español, lleva con nosotros sobre 500 años. Y es, sin duda alguna, la montaña gigante que ha detenido el que se nos convierta en una amalgama en la enorme sociedad norteamericana. Ese es el hueso duro que los anexionistas puertorriqueños quisieran tirar al vertedero del olvido. Hasta el día de hoy se les ha hecho imposible. Pero sí han hecho atrevidos esfuerzos tratando de aguar, de mezclar, de rebajar, de turbar,de adulterar de falsificar y de interrumpir nuestro idioma al juntarlo con el idioma inglés, y a eso lo han llamado bilingüismo.

El ADN cultural del puertorriqueño genuino, de ese ser que ama y añora su patria cuando está fuera de ella, no lo pueden trastocar los científicos/políticos que se desviven por desarrollar una monstruosidad llamada estadidad jíbara. En ese laboratorio psiquiátrico se rompen la cabeza tratando de manipular la naturaleza de la cual está creado el verdadero puertorriqueño. A falta de poetas anexionistas no cuentan siquiera con una sola creativa metáfora con la cual nos puedan enamorar para vendernos esa ilusión fugaz llamada Estadidad.

Hace poco estuvimos celebrando los XXI Juegos Centroamericanos y del Caribe, Mayagüez 2010. Fueron dos semanas donde el orgullo patrio se desbordó atronadoramente. Allí la bandera monoestrellada ondeó alegremente, libremente. Toda una juventud de atletas puertorriqueños desfiló enchida de ese verdadero orgullo de ser puertorriqueño. Allí nos deleitaron con sus mejores galas atléticas y con sus elevados sentimientos patrios. Nuestro Himno nacional se elevó por los aires diurnos y nocturnos.

Una vez más, esa fiesta deportiva multinacional demostró enfáticamente que el puertorriqueño sí sabe valorar con mucho orgullo lo que es su patria y su nación. Eso es parte del patrimonio puertorriqueño del cual nunca vamos a renegar. Nuestro acervo cultural no está a la venta. Nuestra bandera no tiene porque estar atada a una asta más bajita que su chaperona. Nuestro idioma es uno muy antiguo, y a la vez muy moderno, para echarse a un lado a favor de otro extraño que nos llegó vía invasión militar.

Pero no nos podemos dormir en esos laureles. El anexionismo trasnochado, pueril y desabrido está en la cúpula del poder político. Son los dueños y señores de toda la vida puertorriqueña. Tienen un copo en el poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Tienen un poder absoluto que están usando con poca cordura y mucha locura para lograr todo lo que esté en su agenda política, incluyendo la lucha por la estadidad. Están emborrachados con el poder que le dio el pueblo, ese mismo pueblo que hoy se siente traicionado y castigado.

Esos espíritus anexionistas viven en una zona oscura adonde no llega el conocimiento ni la razón. Les aterra el manto sublime de la puertorriqueñidad. Le tienen miedo a las bellezas y verdades exquisitas que están encerradas en nuestra historia nacional. Viven de premoniciones y sospechas para vendernos un sueño insustancial. Nos hablan de unos privilegios que nunca llegan ni viven las clases menos afortunadas. Estas almas están necesitadas de un exorcismo que los pueda elevar del suelo que pisan. Como el toro de lidia, arquean el cuello para caer en el sueño eterno de la muerte.

Sigo creyendo en dos puntos claves que nos van a dar la victoria final: el idioma español y la aversión de los norteamericanos de corte racial hacia nuestro pueblo. Somos latinos y caribeños, somos un atolón insignificante en el océano, somos pobres, somos de matices epidérmicos diferentes, somos un imposible para ese Amo norteño, pues no estamos dispuestos a diluirnos en ese melting pot tan cacareado por los anexionistas de nuestro terruño. Por eso es que hay congresistas que abiertamente han dicho que no están dispuestos a aceptar un certificado matrimonial que diga que solo un 51% quiere la estadidad para Puerto Rico. Ese sentimiento está grabado en piedra en el Congreso y en la Casa Blanca. Y en Arizona están los blancos de ojos azules esperando el momento histórico para desvalijarnos de la ciudadanía que nos impusieron en el 1917. Somos inmigrantes con un enchape distinto.

Somos un pueblo totalmente diferente al pueblo de los Estados Unidos. Allá lo saben. Acá lo niegan. Así es el servilismo de unos puertorriqueños que caminan con sus espaldas dañadas por una escoliosis múltiple. La espiritualidad también puede ser atacada por fuerzas dañinas. Por eso es que sigo diciendo que el anexionismo está compuesto por hombres y mujeres que cargan con un espíritu pobre, doblegado y mal enfocado. Creen en otras enseñanzas y en otros próceres. Lo de allá lo enaltecen, lo de acá lo empequeñecen. Son como ánimas volando sobre tumbas nocturnas.

Yo digo que no necesitamos dos senadores ni siete representantes en el Congreso. Lo que necesitamos es creer en nosotros mismos. Que podemos imitar otros pueblos pequeños que hoy son soberanos y que están viviendo muy bien. No aspiramos a una separación que nos lleve a perder lo que tenemos en cuanto a libertades y derechos humanos. Pero tampoco debemos seguir entregados a un sistema donde todo hay que pedirlo de rodillas, donde se reciben unas ayudas que han matado el espíritu combativo que tiene que tener todo pueblo para labrarse un mejor camino.

¡Puertorriqueño, es tiempo de pensar con la cabeza, no con el estómago! ¡Aún hablamos español!

Caguas, Puerto Rico
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En torno a Heidegger / Tipos folclóricos / Tipos de Pueblo /

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