Sunday, August 22, 2010

La revolución bolivariana y sus enemigos

La revolución boliviariana en profundidad implica cambio del ser humano y es un cambio que cuenta con todas las posibilidades de acción, no sólo la violencia; el hombre es uno solo pero es todos los hombres... El imperio es el enemigo y es sinónimo de guerra.

Por Martín Guédez / Venezuela

No pierde oportunidad el presidente Chávez para proclamar la condición de proyecto novedoso de la Revolución Bolivariana. Sin obviar fuente alguna insiste en las provenientes del ideario bolivariano, cristiano, marxista y en general de todos los pensadores que a lo largo de la historia han realizado aportes luminosos sobre el tema. Llama la atención que en el sector cristiano de base, no jerárquico, que ya se sabe para donde va, se esté produciendo algo más que un triste silencio. No se si será prudencia, falta de reciedumbre con el compromiso cristiano o simplemente cobardía. La verdad eso no importa. Allá cada quien con su conciencia.

En todo caso es útil arrojar algunas luces sobre la propuesta social que hizo el revolucionario de Nazareth y que dividió radicalmente la sociedad de su época, por cierto, del mismo modo que lo hace hoy la propuesta revolucionaria bolivariana, razón para explicarse con creces como esta división no es artificial ni responde a la casualidad de un momento. Jesús recogió el sueño poético de los profetas así como sus machaconas denuncias ante la injusticia, la opresión y la desigualdad. Tomó en cuenta la situación real de la historia dominada por la explotación y el pecado anunciando el tiempo nuevo de la justicia. En todos los profetas puede observarse el manantial de cuyas aguas toma Jesús para oponer a la injusticia, la esperanza de un tiempo nuevo. En los anatemas (maldiciones) contra los explotadores se muestra lo que debe ser la reconciliación profunda en el corazón del hombre y la sociedad: un mundo sin opresión. De allí que sufriera persecución y muerte a manos de los opresores.

Los profetas condenan a los que venden al hermano por dinero; los que pisotean las cabezas de los débiles y cierran el camino a los humildes (Am 2, 6s); los que amontonan riquezas sobre el despojo de los pobres (Am. 3, 10); los que para enriquecerse oprimen y aplastan al pobre (Am. 4, 1); aquellos que manipulan los juicios y niegan la justicia al necesitado, los corruptos que aceptan sobornos y persiguen al débil (Am. 5, 7-10, 12); los que alientan la violencia arrellanados en sus camas de lujo (Am. 6, 3s); los que pisotean el derecho de todos a un pedazo de tierra (Am 8, 4); los que se presentan al templo para ofrecer culto luego de haber aplastado y oprimido al pobre (Is. 1, 11s); los que acumulan casa tras casa y corren la cerca hasta ocupar todo los sitios quitándoselos al pobre (Is. 5, 8).

Sin obviar ninguna alternativa en la revolución caben todos los idearios: bolivariano, cristiano, marxista... Sólo la enumeración de estos dos profetas, Amós e Isaias, muestran el mundo que había que cambiar por no ser reino de Dios sino del mal. No se trata del mundo de la miseria natural sino ese mundo forzado de la miseria histórica originado por la opresión del hombre sobre el hombre. Ese es el mundo que, ayer como hoy, donde quiera que existía y donde quiera que existe debe ser cambiado, transformado y reconciliado para alcanzar la paz verdadera, no la paz de los sepulcros impuesta sobre el silencio de los pobres.

Sólo cuando, por los caminos de la justicia, se alcance la verdadera igualdad estaremos habitando ese reino de Dios anunciado por Jesús. Cuando el reino de guerra y violencia de paso a la alegría del trabajo, pues «forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas» (Is 2, 4). Un reino de Dios que posee, por cierto, una característica fundamental que obvian los poderosos de la religión, no es anuncio reparador sino para quienes demandan reparación: ese reino de Dios que anuncia Jesús es para los oprimidos y los afronta a ellos.

Un socialismo real –de verdad, no el llamado así por la fallida experiencia del siglo XX- será entonces aquél en que los hombres se amen unos a los otros, no exploten unos a otros y se entreayuden en lugar de entre liquidarse. Ese es el núcleo del mensaje evangélico, el anuncio de la igualdad y la justicia a los pobres y oprimidos. El reino es anuncio exclusivo para los pobres y a ellos les pertenece (Lc 6, 20). Estos pobres son para Jesús quienes sufren necesidades reales, los que padecen injusticia, los hambrientos y sedientos, los desnudos, los enfermos, los que lloran, en fin, los que están bajo alguna forma de opresión real, aquellos a quienes se les niegan todos los derechos a nombre de un derecho secuestrado por las élites.

Por eso, entonces como hoy, el anuncio de este socialismo –preeminencia de lo social- es escandaloso. Ayer como hoy, esta esperanza para quienes nunca la han tenido causa división y escándalo. Ayer como hoy, la sociedad de las complicidades y los olvidos se divide ante el desafío. Es un desafío insoportable para ciertos sectores devolver la dignidad a quienes la sociedad religiosa y sociopolítica se la ha arrebatado en beneficio suyo. Es escandaloso que “su” Dios se parcialice por los pobres cuando siempre ese Dios les había pertenecido. No aceptan que ese reino se instale, precisamente por esa parcialidad de Dios con los eternos excluidos. Las polémicas de Jesús con los fariseos no son muy diferentes a las polémicas de este tiempo entre la revolución y los poderosos oligarcas, terratenientes o jerarcas eclesiásticos. Tampoco la división. Así lo dijo a sus discípulos el mismo Jesús. «En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: He venido a traer fuego a la tierra… No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre…» (Lucas). La verdad separa el bien del mal sin miramientos. La verdad es como espada de doble filo. La verdad es siempre insoportable para los privilegiados y sus alabarderos cómplices. La verdad es liberadora para el oprimido. Semejanza verdadera, como la que nos cantaba el panita Alí Primera: «¡Que Dios se lo cobre! Cuando el ruido del tan-tan no deje escuchar el llanto del pobre, cuando los que no tienen pan ya gritando están: mi Dios se lo cobre; cuando salgamos de pobre, cuando salgamos de pobre».
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