Había una vez una mujer que buscaba el amor. Lo buscaba de un lado a otro de la vida averiguando sus paraderos y preguntando por sus maneras. Lo buscaba intensamente.
Se ponía su piel y sus tocados de mujer y salía a buscarlo inventando baladas en los anocheceres y valses en las medias noches.
Se ponía sus mejores ojos y sus mejores labios y salía a buscarlo con caricias que después quedaban por ahí como palomas mojadas.
Ella y el amor se desencontraban siempre.Ella iba y él venía. Ella andaba por la selva y el amor por el desierto. Ella en el desierto y el amor en las alturas.
Ella en las orillas de arena y el amor dando vueltas por el Obelisco.
Lo buscaba en los puentes, en los túneles, en las avenidas, en los caminos de tierra. Todo un itinerario de búsquedas con líneas rectas y curvas que se fueron agregando a las líneas de sus manos.
A veces salía a buscarlo con herraduras de siete clavos.
A veces con la rosa de los vientos mojada en agua de rosa mosqueta.
Otras veces con tréboles de cuatro hojas latiendo en la mitad del pecho.
Creyó encontrarlo en los halls de los cines, en los museos, en los aeropuertos, en los bares, pero sólo fueron señales equivocadas. Ilusiones de los ojos. Encantamiento de los labios.
Un día dejo de buscarlo.
Guardó las herraduras y los tréboles en los cajones.
Dejó que la rosa de los vientos se fuera con el viento del sur y salió a la vida por otra puerta.
Caminó de un lado a otro tratando de saber cómo eran esos caminos. Cómo era caminar sin buscar el amor. Sin esperarlo. Ir por la vida sin el reloj de los desencuentros. Andar con cada cosa en su lugar.El corazón cumpliendo sus latidos y los ojos cumpliendo sus miradas. Andar así era un alivio de cuatro hojas.
Una tarde volvía de cualquier lado, caminando como si el paraíso pasara por esa calle. Iba como en el aire, pensando en cualquier cosa florecida. Iba con el reloj en ninguna hora y el corazón en ninguna espera.
Caminando así dobló la esquina y ahí estaba el amor.
Ahí estaba, esperándola con un aire de selvas y de océanos, en medio del ruido de los autos y de los semáforos florecidos.
Ahí estaba, con esa pluma de paloma en la solapa.
Con ese ramito de lavanda que no se había marchitado aunque ella hubiera demorado tanto tiempo en llegar.
Lía Schenk
Monday, October 12, 2009
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment