Por Mario Wainfeld
El diputado Fernando Solanas se enfadó por el reparto en las listas del Frente Amplio Progresista y secesionó una coalición flamante. La diputada Graciela Camaño montó en cólera por cómo se cerraron las boletas bonaerenses del Peronismo Federal. Su reacción fue un peculiar enroque. Renunció a la postulación a gobernadora (que no aspiraba a coronar) trocándola por la primera diputación, francamente accesible. El diputado cívico Fernando Iglesias intimó a su líder Elisa Carrió: o le reconocían el segundo lugar en la lista porteña o renunciaba a la fuerza. Lo consiguió, dejando de garpe a su par y tocaya Fernanda Reyes.
Como se ve, en todas las tolderías hay tironeos, presiones, enojos, desplazamientos cuando se cierran las listas. La demanda de los aspirantes, es regla inquebrantable, supera a la oferta de espacios. Desde luego, en el Frente para la Victoria (FpV) los corcoveos, protestas y declaraciones resuenan más fuerte, por la magnitud del oficialismo. Y también por el altísimo nivel de protagonismo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Seguramente el ex presidente Néstor Kirchner no talló tanto en 2003 y en 2007, porque necesitaba arrimar votos en ambos casos, lo que lo forzaba a hacer concesiones.
Tal vez ni el ex presidente Carlos Menem, quien hegemonizó al justicialismo durante varios años, dominó tanto el “armado” como Cristina Kirchner. Menem manejó a su antojo casi todos los territorios con la resonante excepción de la provincia de Buenos Aires. Eduardo Duhalde primaba en ella, al principio como concesión al aliado que fue, luego como bunker en la pelea interna que los enfrentó.
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Consolidada en su legitimidad, con una imagen pública e intención de voto superiores a cualquiera de sus compañeros, la Presidenta hizo valer su peso interno. Prevalecer en las encuestas no es ganar las elecciones, más vale. Los sondeos son percepciones, las elecciones hechos inapelables. Pero las percepciones compartidas pesan como hechos, al menos para quienes “leen” de modo similar la realidad. La flor y nata del FpV aceptó el protagonismo de la mandataria, suponiendo que es clave para un buen resultado electoral.
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Una vez cerrado el agitado trámite, se conocieron protestas, incentivadas, agrandadas y hasta inventadas por la cadena privada de medios opositores. “Si Clarín, La Nación y las grandes patronales están tan furiosos, Cristina debe haber acertado”, calcula (un poquito binario) un fogueado kirchnerista bonaerense, muy contento por la designación de Gabriel Mariotto secundando en la fórmula a Daniel Scioli.
En el Movimiento Evita se congratulan por lo conseguido para diputados nacionales. Los baqueanos, en su jerga, dividen las postulaciones en tres. Los que no tienen chances de ingresar, que importan poco. Los que entrarían seguro, que integran lo que se apoda “zona blanca”. Los que podrían llegar con una buena elección pero no tienen la vaca atada, que revistan (mientras elevan sus preces) en la “zona gris”. Como en la vida, no es sencillo demarcar los límites entre el blanco y el gris. Depende en parte del porcentaje de votos alcanzado y en parte del reparto entre otros partidos. El sistema proporcional D’Hondt es complejo y relativamente generoso con los que superan el piso legal. Así las cosas, los bonaerenses consideran que, repitiendo el desempeño del 2007, la zona blanca puede andar entre el puesto 17 y el 20. Y la gris propagarse hasta cuatro o cinco lugares más abajo. Los compañeros del Movimiento Evita, que computan dos blancos y un gris a nivel nacional, sonríen satisfechos. Cuando piensan en Mariotto, llegan a reír.
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El más importante aliado transversal, el diputado Martín Sabbatella, pidió más de lo que consiguió, pero (si se repasa la película desde hace un año y no la foto del sábado) debe sentirse incluido y considerado. Así lo hace, aunque no lo vocifere, porque nadie puede cantar victoria después de haber cedido en un regateo. Nuevo Encuentro tiene un diputado en la zona blanca (el socialista Jorge Rivas), uno que espera en la blanca-agrisada (Carlos Raimundi) y un tercero definitivamente situado en la gris (Leonardo Grosso, número 22).
Pero la cuenta de las huestes de Sabbatella no es ésa, en sustancia. Lo esencial es que vino consiguiendo lo que le prometiera Néstor Kirchner. Acceso que distó de ser simple o facilitado por los rotundos, torvos cuadros del peronismo bonaerense. O por el más afable pero igualmente mal predispuesto gobernador Daniel Scioli. Sabbatella fue habilitado para formar una lista de adhesión. Su boleta para gobernador va acollarada a la de la Presidenta, lo que supone un deseable arrastre.
Y, añaden cerca de “Martín”, un simbolismo tangible. En las tres boletas que expresan la propuesta nacional, Sabbatella está unido al FpV. Y en las tres que pugnan por la provincia, se diferencia de Scioli.
Con ese bagaje, Sabbatella aspira a mejorar su buena marca de 2007, cuando rondó el 5,5 por ciento del padrón bonaerense. Cuando se abran las urnas, se verá la eficacia de la operación, como la de todas que por ahora son tácticas a la espera de corroboración.
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La diáspora gatillada por las retenciones móviles y la defección de Julio Cobos fueron determinantes en las resoluciones de la Presidenta. El entorno más cercano, el Gabinete, La Cámpora fueron los grandes beneficiarios del reparto. El objetivo es sumar legisladores o vices “del palo”. El elenco de la Casa Rosada, podría decirse. Jamás antes hubo tantos ministros tan bien posicionados, lo que anticipa un cambio sustancial de elenco en caso de reelección.
Los más relegados fueron la CGT y, en menor medida, porque tenía menos mérito acumulado (opina el cronista) el aparato tradicional del peronismo.
El movimiento obrero “cobró” poco aun tomando en cuenta el peso simbólico de la presencia del joven Facundo Moyano. Quizás uno de los damnificados de modo más injusto fue el santafesino Juan Carlos Schmid, un gremialista de inusual formación política, muy próximo a Hugo Moyano y acérrimo defensor del “modelo”. En esa misma provincia, Alejandro Rossi, hermano de Agustín (presidente del bloque de diputados del FpV), fue otro olvidado. Seguramente merecía ir por su reelección, máxime si se evoca cuánto y cómo aguantó los trapos en el conflicto con “el campo”.
Volvamos a la CGT. Hay bronca, seguro, pero todo indica que el cálculo prevalecerá. Su relación con el kirchnerismo es de tracto sucesivo y utilidad mutua. La central obrera es procíclica, con la brújula orientada al poder político. Si el kirchnerismo perdiera las elecciones, sería inimaginable que Moyano continuara al frente de la CGT. Si hay reelección, la vida continuará. Existirán “mesas”, instancias o negociaciones en las que podrá reclamarse una compensación. O al menos, los muchachos dispondrán de un argumento para ponerles sal a las tratativas.
Quedarse afuera en un reparto de una fuerza que puede llegar a gobernar es un mal trance, pero no equivale al erial que espera a quienes pierden su oportunidad en un partido que resta en el llano. Los peronistas son doctorados en la ciencia del poder, ese dato está en la bolilla uno.
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El decano de Sociales de Estocolmo asedia a quien fuera, años ha, su discípulo dilecto, el politólogo sueco que escribe su tesis de posgrado sobre la Argentina. “Prepáreme ya mismo, profesor, un paper bien informado y sustentado científicamente sobre los barones del conurbano. ¿Quiénes son esos hombres, tan ponderados por los formadores de opinión opositores y tan maltratados por la Presidenta, que les grita, los priva de espacios y los abandona para colocar a imberbes en su lugar? ¿Por qué la temen tanto y no reaccionan? ¿Son hijos únicos, criados por tías medrosas? ¿Son primos de Heidi, ajenos a la tosquedad del kirchnerismo? Y, al fin, ¿no se escribe ‘varones’ y no ‘barones’?”.
El politólogo recibe el correo electrónico, piensa explicar que los justicialistas son verticales al poder y al éxito. Que los barones han tenido algunas bajas, pero tienen sensatas aspiraciones a conservar la mayoría de las intendencias que son el núcleo de su poder. Que las baronías se gestan en los Ejecutivos y no en las Legislaturas o Concejos Deliberantes, aunque nunca viene mal controlarlas. Que aunque el kirchnerismo avanzó algo, la Legislatura bonaerense conservará su sesgo tradicional, conde más, duque menos. Pero le da pereza, sobre todo porque su más que amiga, la pelirroja progre, quiere llevarlo a una peña en la provincia con promesas de una trasnoche memorable.
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Las jugadas de campaña son prospectos, tiros al blanco cuya puntería se corrobora tiempo después. Los aciertos o yerros en las designaciones se medirán en votos y en performances ulteriores.
La Presidenta intervino hasta en el detalle lo que, si fuera posible, la compromete aún más en los resultados. Los beneficiados, como la barra de Gardel, agradecidos. Los damnificados tendrán otras oportunidades si el veredicto popular es favorable. En tal caso, las tirrias actuales se transmutarán en reclamos futuros.
Otro escenario, el de la revancha y la acusación de infidelidad a las banderas, sólo acontecerá como correlato de un resultado aciago. De momento, ni en la zona blanca ni en la gris ni en sus arrabales se barrunta tal horizonte, lo que explica buena parte de los hechos que venimos de reseñar.
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