Por Carlos López Dzur
Tendría que romper la etapa en que el Zeitgeist me fue desconocido. Ya tenía la edad,16 años. Debía salir del Das Heilige, lo Sagrado, el rincón. El mundo es más grande que lo que he estuve creyendo. Sólo viví dentro del puño cerrado y, sin forzarlo, éste se abre cada vez un poquitín más y es la palma abierta, generosa, de la mano y los míos. La palma de sus manos que invita al Espíritu de la Época a hacerse conocer por mí. Me exhorta: «Conócelo».
Lo único que sé es que hay un jipismo creciente. Aún en el rincón, supe que otros de mi edad fuman mariguana. Son unos pocos que ya se atreven. Yo ni siquiera he visto un porrito de la mota. Sé que uno que otro, hay que tener talento, quiere ser rockero desde sus garajes. Detrás de mi casa escucho los ensayos, con guitarras eléctricas, y algo que voceado a destemples parece inglés, pero es la canción de «El Diamante», que también se pegó en la radio gracias a Julio Angel y a veces éste la canta junto a Celinés.
Además del quererse musiquillo al estilo de los 'beatle', o al menos, abrir The Door, también es grande la obsesión de sexo en mi comunidad. En lo Sagrado, el habla franca y el discurso libre aún se reprende. Hay que rebelarse. El amorío con sexo, sin estar casados, a más temprano se practicara, más intensa la carga asociada de putería vedada que se critica. La gente dice todavía en América, en cada pueblo del Caribe, en cada tierra de rincones morales y vericuetos emotivos, donde el norte sea conservador: «Orgasms are'nt cool» & «Black' s ugly». Los jipis hablan del lenguaje y poder de la flor contra la guerra. «War is patriotism!», dicen los yafos. Mas hay resistencia al Servicio Militar Obligatorio y la guerra en Vietnam o en la Indochina. «Make love, not war», ripostan los jipis melenudos.
Lo Sagrado parece estrecho y para saber si de veras lo es, si es lo más protector después de todo, hay que aventurarse a salir de tales rincones y verificar el mundo ajeno. En mi pueblo, la gente se va a Brooklyn, Harlem o emigra a pueblos grandes. Los rebeldes son pocos. La juventud no se observan por mis calles porque se han ido. El que regresó llegaría vicioso por la mariguana. Quien no escuchara la Fania sería porque anduvo en el rock o no hizo caso a McCarthy.
Ahora me toca mí, a quien no me gusta distanciarme de lo Sagrado, pero necesito una visión del Zeitgeist y, ¿qué sería, cuál se me antoja sino ésta que la revista «Time» había saludado desde 1967, llamándola contracultura, asociándola a Diógenes de Sinope y los Cínicos; pero, desde lo Sagrado, yo podía admitirla, pues, se parece la esencia epocal fuera de mis predios a lo que yo tuve dentro de mis rincones. Decirla mía porque tenía mucho Cristo guardado, latente el Anciano Hillel y renovado el Hermano Francisco de Asís. Además siempre soñé con las comunas, como la de Merrymount, ésta que Nathaniel Hawthorne describiera en América como un primer experimento de libertad. La primera Comuna Hippie, si se quiere, sólo que sin un Manifiesto Comunista.
De todos modos, mi generación es mimética. Y como nunca antes tribalista y la televisión juega con ellos. Ya no hay políticos serios, desde que asesinaron a Kennedy. Hay un desencanto, así como un deseo de andar sucio y romper con lo Sagrado. Los que vienen, como profetas del desencanto me han hablado sobre los Genes Limpios, pero llegan con extrañas barbas de chivo, pelo largo, demasiados tatuajes y pantalones anchos. Visten como payasos y sus mujeres son chamaquillas reventadas y calientes. «Get clean for Gene», sí yo lo escuché de algunos que serían mis compañeros y simpatizantes de Eugene McCarthy. El no quería minifaldas ni unisex ni poetas destrampados y andrajosos.
Pero yo quería un séquito de niñas adornadas con cuentas, plumas, flores y correas, y si bien no me atrevía a dejarme el pelo largo, ni hacer crecer mis imposibles barbas de lampiño, me pareció que iba a Merrymount Colony cuando mis padres me soltaron en Caparra Terrace, en Mayagüez. Entraba al Colegio, mas viviría en este barrio nuevo, sin ellos. No olvidaré la entrada, la larga avenida de palmeras que marcaban la ruta hacia el Colegio de Mayagüez y el sector de Terrace, donde comenzaría a ver el mundo extraño. Cada quien con su manera distinta. ¿Hallaría en Nuestra Señora de la Candelaria de Mayagüez mi novia de fuego, o aguas puras del Yagüez para tener los Genes Limpios que predicara Eugene McCarthy? ¿Podré acá aventurarme por cosas que no están en mi rincón?
05-09-1985
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