Por Alberto Maldonado (especial para ARGENPRESS.info)
Según Noam Chomsky (un político de izquierda, nada conocido en USA y un poco en América Latina) la gran prensa sipiana (de la SIP-CIA) utiliza un decálogo del nuevo periodismo que nos lleva o nos conduce a seguir creyendo que lo que tenemos es bueno y que debemos aceptar nuestro destino sin chistar; peor pretender un socialismo siglo 21 que, según los expertos sipianos, está en desuso aún antes de ser aplicado.
Chomsky dice que el tal decálogo es, en realidad, una estrategia comunicacional. Una estrategia que la prensa sipiana lo viene aplicando desde hace tiempos. Una estrategia que condujo a un investigador español a escribir un libro sobre las sociedades sumisas. Veamos:
La estrategia de la distracción. Antiquísimo recurso de la gran prensa impresa ya que fue la única que comenzó a imponerse a fines de los siglos 19 y gran parte del 20. En muchos lugares, como en nuestros países, la prensa impresa sigue orientándole (imponiéndose) a la opinión pública, ya que muchas estaciones de radio y televisión siguen leyendo en sus noticieros las informaciones que fueron para los diarios, noticias actuales, pero doce horas atrás, por lo menos. Y en radio y tv. eso es imperdonable
¿Cuál es el truco de esta estrategia? Muy sencillo: a título de que los medios deben entregar a sus públicos lo que a estos les interesa los capos mediáticos (Murdok, por ejemplo, en USA) descubrieron hace décadas que lo que les interesaba a los públicos perceptores eran escándalos, morbo, sexo, moda, espectáculos, farándula, chismes Estos recursos fueron desplazando, poco a poco, de los espacios mediáticos, el interés por lo ciertamente importante: la política (no la politiquería) el desempleo, las remuneraciones, la salud, la educación, la pobreza, la miseria, las inequidades, las imposiciones.
De esta manera, las gran prensa sipiana fue desplazando de sus espacios informativos (y, desde luego, de opinión) los problemas fundamentales de una sociedad o nación para dar preferencia absoluta a aquellos sucesos anecdóticos, superficiales, poco comunes. Por algo, en la prensa grande se aplica aquella definición de noticia: «no es noticia que un perro muerda a un hombre; noticia es que el hombre muerda a un perro». No es casual, por ejemplo, que, en Ecuador, desde hace más de 10 años, ocupe el primer lugar en ventas y distribución, el vespertino La Prensa, un diario que dedica todas sus ediciones (porque son varias) a lo que en otros tiempos se calificó como “amarillismo” en la prensa; o sensacionalismo.
Pero Chomsky va más allá. Dice que el periodismo del siglo 21 trata a sus públicos como si fueran de poca edad. El lenguaje que utilizan, los refuerzos o apoyos gráficos que emplean, la imagen sobre los textos en la televisión, esos programas populares de la radio, todos esos contenidos están programados como si se tratara de llegar a públicos infantiles a los que hay que dirigir los mensajes como si fueran minusválidos mentales” Esa estrategia, repetida un millón de veces, determina que las sociedades asuman como verdades inapelables, tales informaciones. Si aquello se repite una y otra vez, a través de prensa escrita, radio y televisión, pues se introduce en esas sociedades la metralla del así ha de ser Pregúntenle a un niño (a) de 10-12 años, cuáles son sus héroes, cuáles son sus referentes, cuáles sus verdades y le responderá que cualquiera de esos fetiches guerreristas o transformer (el bob esponja, el hombre araña, los increíbles, la familia Simpson) que se pasan hoy en día en la televisión local. Han sido desplazados inclusive los héroes de antaño: Tarzán, Superman, Mac Pato.
Mediante estos recursos, dice Chomsky, se procura mantener al público en la ignorancia y la mediocridad; «hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud». Y Noam Chomsky agrega algo que es sorprendente y que es una gran verdad: «la calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores, debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposible de alcanzar para las clases inferiores». Por último, sentencia Chosmky: «Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto».
Cuántos de nuestros programas que se pasan y se repasan en la televisión local responden a esta estrategia. El de la señora Laura (que resultó una mercenaria del señor Fujimore, en el Perú) o las malas copias que se ensayan a nivel local, están destinados a lograr esa mediocridad, esa vulgaridad. Y la receta es bastante simple: una joven hermosa pero poco cultivada que exhibe sus curvas y que dice cualquier barbaridad. O esos mozos, que se creen verdaderos adonis, que cubren horas de horas de rumores, chismes, escándalos de farándula En el Canal 9 de Buenos Aires (que lo retransmite Tv- Cable) se pasan horas de horas en estas tertulias; y lo hacen como si estuvieran discutiendo los problemas fundamentales de la humanidad. Lo más grave, la tendencia en nuestros países, es a repetir esas experiencias.
«Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión» es, según el autor citado, otro de los recursos de los mass media para lograr el objetivo central: la sociedad sumisa, la sociedad que no piensa, que no analiza o que analiza muy mal o que cree a pie juntillas que lo que le dice el periódico, o la revista tipo magazzine o la televisión, o la radio popular, es lo único verdadero; o lo único en lo que hay que creer. No en vano, la UNESCO, hace un año y más, ponía en alerta al mundo entero: un 35% del conocimiento que adquiere un joven (hombre o mujer) viene de la televisión, ya que en estos tiempos, un colegial gasta por lo menos tres horas diarias en ver televisión. ¡Se ha preguntado usted qué ve su hija en esas tres, cuatro, cinco y a veces más horas de televisión!
Pregunto: ¿acaso no fue este recurso el que utilizó la gran prensa continental con motivo del episodio de los 33 mineros atrapados a 700 metros de profundidad y rescatados, uno por uno, por el Presidente Piñera, que ganó un proceso electoral a pesar de haber sido un pinochetista a carta cabal? ¿No es ese el mismo recurso (más emoción, menos reflexión) el que utiliza el militarismo colombiano para hacernos creer que el asesinato a mansalva de un líder guerrillero y su pequeño equipo de guerrilla, es un acto de honor patrio a pesar de que fueron masacrados por una treintena de aviones artillados, helicópteros superarmados y paracaidistas superadiestrados, como ocurrió dos kilómetros adentro, en territorio ecuatoriano (Angostura, marzo 1/2008)? En cambio, son asesinatos de terroristas cuando caen policías o soldados colombianos, envueltos en esa guerra interna que se libra en la vecina Colombia.
Antes de buscar el remate de este ensayo, quiero hacer una aclaración inevitable. No estoy en ese grupo de puritanos que piensan que deben desaparecer de la prensa escrita y de la televisión toda figura tentativa porque eso es pecado. Pienso que los medios sipianos, dentro del sistema neoliberal que tanto defienden, deben por lo menos alternar los programas ciertamente ilustrativos de la llamada (por ellos mismos) la televisión basura. Solo que los programas educativos tienen que ser atractivos, livianos, de suerte que el público perceptor no se cambie de canal.
Quería rematar este comentario con una referencia a ese clamor nacional que han levantado los medios sipianos respecto de la inseguridad ciudadana.
Y, en esta parte, debo aclarar igualmente (por lo que voy a decir) que no es que estoy de acuerdo con los asaltantes y asesinos que andan sueltos por nuestras calles. Pienso que es obligación de todo gobierno (nacional o local) el luchar contra este riesgo PERMANENTEMENTE Y A TRAVÉS DE TODOS LOS RECURSOS QUE LA SOCIEDAD Y LA LEY PREVÉN PARA ELLO.
Vuelvo a preguntar: ¿es posible que en el sistema capitalista (subcapitalista) que vivimos, sea posible que la lucha contra el crimen y la delincuencia, hasta su abatimiento, solo porque hay un clamor nacional contra esta plaga y salgan a patrullar policías y soldados conjuntamente? La respuesta es un no rotundo; como es un no rotundo que la lucha contra el delito organizado o no sea cuestión de más o menos años de penas que se impongan. El ejemplo de que esto no es así los da nada menos y nada más que Estados Unidos, el más grande imperio de todos los tiempos. Algunos Estados conservan y aplican hasta hoy la pena de muerte para los delitos llamados atroces; y en la mayoría subsiste la prisión perpetua. Pero, las estadísticas (de las que los USA suelen ser fanáticos) dicen que los delitos atroces, en lugar de decrecer han aumentado, en proporción a la población norteamericana. Algo similar ocurre en varios países europeos.
El problema de fondo es que la pobreza, la miseria, el desempleo (que no son males recientes sino el producto del sistema imperante) son el caldo de cultivo de la delincuencia. Si a ello le agregamos un sistema penal bastante mediocre y un poder judicial pobre y sumido en la pequeña o grande corrupción, tenemos el panorama completo. La prensa sipiana siempre ha informado de estos problemas; pero, algunos medios, lo han hecho en forma discreta y tranquila. Pero, como se trata de descomponer la imagen del gobierno en funciones, entonces, todo acto delictivo merece un tratamiento de diluvio. Y hay que aprovecharse de actos criminales ciertamente censurables para dar la idea que es el Gobierno el gran culpable de que se haya incrementado la delincuencia y de que los delincuentes estén realmente de dueños de vidas y haciendas.
Pregunto, finalmente: ¿no es esa una actitud comunicacional que pone más énfasis en lo emocional que en lo racional? Por lo menos a mí me parece que esta política sipiana no es una aplicación de una de las estrategias descubiertas y señalas por Chomnsky.
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