Por Carlos López Dzur / Historiador
Sin memoria no hay tiempo, no hay historia. Tampoco vida, pues ella es, por lo pronto, relato de las huellas que dejamos y recuento de las propias cicatrices. Vivimos volcados fatalmente hacia el mañana. Mas sin apoyo en el pasado, perdemos impulso hacia lo venidero y queda manca y malograda la figura de lo que podría haber sido, de lo mejor, aquello que en cada instante demanda ser cumplido. Y así, entonces, hay muerte en el olvido. Muerte de lo olvidado; también muerte del que olvida.
Memorable es aquello digno de ser recordado. Y esa dignidad, ese derecho que le otorgamos, nace de su especial significación en la vida de cada cual. No todo acontecer («personas, obras, cosas») tiene igual importancia. Nuestra memoria es perspectiva; jerarquiza los hitos biográficos, colocando en prmer plano aquellos que más estimamos; he aquí lo memorable. Ese orden del pasado viene impuesto por nuestra constitutiva vocación hacia el futuro, ya que el pretérito nos da instrumentos para afrontar el porvenir. De ahí que recordemos con la vista puesta en el mañana.
La forma más elemental de conmemoración es la simple narración oral, para recuerdo de mayores y aprendizaje de pequeños: Alvaro Bastida
La historia del Pepino antes de la nueva etapa, nacida con la Invasión de 1898, apunta a la existencia de una realidad histórica con «una anatomía perfectamente jerarquizada, un orden de subordinación, de dependencia entre las diversas clases de hechos». En esta anatomía entitativa lo que ha sido vida histórica e impulso dinámico (faenas de recepción de lo nuevo y lo vivido) fue por causa de la convivencia y la comunidad básica entre muchedumbres difusas y los individuos. Pepino ha tenido, pese a tanto cacique e individuo protagónico que se impuso en jerarquías de mando, un potencial de juego, espontaneidad y adaptación, canalizándose por un sistema de «sensibilidad vital» que surge con la generación, en el sentido propuesto por José Ortega y Gasset cuando la definió, no por cuanto es «un puñado de hombres egregios, ni simplemente una masa»; sino «como un nuevo cuerpo social íntegro, con su minoría selecta y su muchedumbre». [1]
Este libro es, por lo anteriormente dicho, acerca de ese puñado de hombres selectos que en San Sebastián del Pepino contribuyeron a la adopción de una actitud clarificadora, «edad de iniciación y beligerencia constructiva» (Ortega) donde mucha de la vieja manera de vivir, administrar y controlar, debió ser eliminada. Así como hay épocas de senectud, hay épocas de juventud. Por otro lado, es un libro sobre lo memorable del pasado y sobre lo que no merece la muerte en el olvido, ya que un pueblo que ha recibido ideas, valoraciones e instituciones de otras generaciones antecedentes, al ejecutar su limpieza, su tarea de eliminación, se vuelve sensible a lo que previamente hubo, lo que fue vivido, recibido y merece ser conservado y lo que no se rescatará con dignidad o rito.
Este es un libro sobre las dirigencias que iniciaron, a sólo cuatro años de la Invasión de 1898, la construcción de la primera universidad pública puertorriqueña y cómo en este centro de enseñanzas se educaron hombres que serían muy valiosos en la vida nacional y en el pueblo de San Sebastián (Puerto Rico).
Es un libro que habla sobre la niebla del asimilismo, lo mismo que del ser de la posibilidad, su afirmación y libertad, el ser Si mismo. De ahí lo ecléctico de mi metodología de aproximación a lo histórico, aprovechándome de un concepto orteguiano de las generaciones y de un concepto interpretativo de corte heideggeriano.
Roberto González Echevarría (2002) en su Introducción para una antología en inglés, confeccionada con páginas selectas de la obra de José Martí, enumera algunos de los factores ideológicos que explican las actitudes políticas y sentimientos surgidos antes y después de la Invasión de 1898. González menciona, por ejemplo:
(1) la ideología modernista que rompe con el mundo intelectual de España y reacciona a la entrada de América Latina a la economía mundial; esta ideología es un producto de las fuerzas racionalistas que, mediante su efecto en la ciencia y la industria, hace la vida social «materialista y crasa» en las crecientes ciudades de Europa, los EE.UU. y América Latina; por su crítica a los valores de la burguesía y su postulación de la capacidad transfomativa del arte, el modernismo, especialmente, de Martí adquiere visos políticos y éticamente asertóricos;
(2) los Estados Unidos es visto como dueño de una cultura atrayente (gracias a literatos como R. W. Emerson, E. A. Poe, Walt Whitman, etc.) que cautiva(n) a muchos intelectuales de Europa y América; es una nación quintaesencialmente moderna que empeñece a Europa «en todo, particularmente en el progreso material», si bien su tamaño geográfico es ya respetable; Martí advierte sobre las tendencias del carácter del colono en las ciudades del Este de la Unión Americana; escribe que el excesivo amor a esa nación por los latinoamericanos raya en la imprudencia, puesto que «fallan en ver que las ideas, como los árboles, deben crecer desde sus profundas raíces» (Martí, ed. cit., p. 331); Martí deplora la inocentona adhesión a la Yanquimanía y al anexionismo.
(3) la ingerencia neocolonial en Cuba creada por la Enmienda Platt. Esta incentivó el sentimiento antiestadounidense dentro de Cuba desde 1902; el mismo antiamericanismo se asociará, en forma generalizada, al avance «de la impetuosa nación protestante guiada por un líder impúdico» (hecho que inspiró la Oda a Roosevelt de Rubén Darío) y, decenios antes, el recelo de Martí por ese monstruo en cuyas entrañas ha vivido, tal como se destaca por los artículos contra Robert Roberts Hitt, congresista republicano y ex-jefe del Comité de Relaciones Exteriores, quien visitó la República Dominicana con una agenda anexionista y contra la Liga Anexionista Americana, fundada en 1878, por el coronel Francis Cutting, entre otros. [2]
José Martí, en sus escritos y gestiones libertarias, el Dr. Ramón E. Betances y Eugenio M. De Hostos, en las suyas, ofrecieron lúcidamente las descripciones de las peligrosas ideologías que se abocaban hacia el Caribe y la América Latina. Martí inauguró en el periódico Patria que él mismo fundara en Nueva York en marzo de 1892 una sección permanente que llamó , en las que se propuso, por ver como hecho «excesivo y pernicioso... (...) aclamar la vida política norteamericana y su carácter», «demostrar las verdades que son útiles a nuestra América: el carácter crudo, injusto y decadente de los Estados Unidos y la existencia contínua dentro de él de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de los cuales se acusa a los pueblos hispanoamericanos» (Martí, ed. cit., p. 333).
Con estos tres puntos de González Echevarría, pudiéramos dar fin al análisis que propongo en mi libro y tal cómo se aperciben por los pepinianos y puertorriqueños.
Condado de Orange, California
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Notas bibliográficas
[1] José Ortega y Gasset, «La idea de las generaciones», Primera Parte, en: El tema de nuestro tiempo (1923).
[2] Francis Cutting __.
[3] Roberto González Echevarría, «José Martí: An Introduction», en: José Martí: Selected Writings (edited and translated by Esther Allen, Penguin Books, New York, 2002), ps. ix-xxv. «Martí used his Letters from New York not only to give Latin Americans a more complex and realistic view of the United States, but also to promote his ideal of Latin American unity» (p. 41).
[4] Martínez Fernández, «Puerto Rico in the Whirlwind of 1898: Conflict, Continuity, and Change», en: OAH Magazine of History (Vol. 12, No. 3, Spring 1998), p. 24.
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