Sunday, October 31, 2010

Las juderías / 35 / Tu misión


De la novela Indice / Las juderías / de Carlos López Dzur

35. «Tu misión: Estar con tu marido»

(...) todos los hombres son hermanos en naturaleza, de que todos los hombres deben recibir igual instrucción sin privilegios de castas, de que todas las escuelas deben ser neutrales en creencias religiosas y políticas, respetando la creencia religiosa del católico, del mahometano, del budista, del brahamano, del judío, etc.; y siguiendo sólo la senda de la ilustración y del progreso, caminando paso a paso a la perfección que tanto anhela, estoy segura, segurísima, de que el mismo clericalismo que hoy vocifera en contra del laicismo (...) estaría lejos, muy lejos de tocar las consecuencias de estar en abierta guerra de religión con la enseñanza(...) He ahí lo que hallará (el hombre) en el laicismo: ciencia, moral, justicia (...) Y hay que comprender que la Escuela laica es la escuela del pueblo, la única verdaderamente liberal y la única que puede converger con los ideales del siglo (...) la Escuela laica existirá porque lo pide el siglo, el progreso y el indiferentismo popular: Teresa Mañé i Miravet (alias Soledad Gustavo), 1 de abril de 1888, en: El Vendaval

¡Cómo odiaba Mamá este consejo seudobeatón y, como todo lo beatón, falso! Que la misión de la mujer es 'estarse con su marido, en las buenas y en las malas'. «¿Y qué tal, si la primera de las malas circunstancias, es que el marido es malo, golpeador, mentiroso, vicioso y asesino?», reaccionaba ella. La misión de una mujer es conocer a un 'camarada' y, con él, formar una familia decente y proyectarse como tal en su vecindario y, si no hay camaradas en el vecindario, por ser distintos a ellos, contribuir a formarlos. «Sin vecinos solidarios, no hay patria. No son posibles cooperación y alianza, políticas de buena vecindad».

Habían vuelto las recauda-firmas a llevarse fuera de La Habana a otros 14,000 niños y metían miedo a las judías para que sumen a la causa y con el grupo pasen la voz y se apresuren a salvar los niños, enviándolos al exilio...

Con unas pocas amigas entre los con que Sara hizo migas en La Habana, se hizo muy claro su concepto. La fidelidad es sólo para el servicio santo. «¿Pero entiendes qué es servicio santo? Educar». Estar con el marido puede ser una causa perdida: una guerra sin frutos y una pérdida del tiempo. El marido no es un esposo. Con el marido, se hace reeducación, inclusive se le reeduca sexualmente; con el esposo, ya se Comparte y se hace el Sexo».

Mas estar con el esposo son palabras mayores, sojuzgarse por el marido es una blasfemia, y no es lo mismo.

Entre algunos libros, siendo novia de Abram, y que Sara se leyó antes de su boda en Sevilla, sacó de un baúl de la casa, el libro favorito que de Teresa Mañé su madre anarquista, muerta, tenía muy guardado: El amor libre (1889). Este no, necesariamente, un manual de infidelidades o de fornicaciones. Quiere llevar consigo este libro a La Habana. Ahora fue la oportunidad, casi diez años después, de sacarlo del sótano de La Bodega y hablar sobre él con sus a amigas sobre cómo pensó que se reeducarán a los machos que aspiran a casarse con una Abeja Machiega, con una reina. Es un libro sobre cómo educar a los camaradas para que no se comporten como obreros estériles y violentos. Para que no tengan, ni el amor ni en la política, esa mentalidad voraz y calculadora de los Maquiavelo, que son los ingenieros de tantos tipos de poder sobre hombres, mujeres y naciones.

Acerca de Teresa Mañé, Sarita La Abeja conversó muchas veces con el Dr. Abram, con quien se casó al fin de cuentas, pero él es reacio a oírla, ni aún cuando todavía ni estaban atrapados en cautividad por circunstancias como las presentes y él carecía ambiciones materiales y políticas.

Es que, Mañé la maestra olía (y todavía huele) a anarquismo y, es cierto, es la tradición de los de Riga: Ricardo Mella, Anselmo Lorenzo y otros/as. La tradición de Abram es sentirse, o admirar, a los cruzados, guerreros dogmáticos que, en el fondo, aman lo heroico y se van a la guerras en pos de riqueza, vanidad, lujo y, al fin de la guerra, demandan algo más que condecoraciones, el ocio propicio a la meditación profana, el humanismo, que escupirán sobre las ciudades de la antigüedad, porque ya las han convertido en escombros.

«¿Qué más quieres Abram? Eres tan occidental como esta guerra misma, de bombas atómicas y misiles de Krupp», le dijo ella recién casada, cuando él se fue a Baltimore y, sin ganar dinero todavía, ya pensaba en comprar allá una casa con la arquitectura federal de los edificio de Johns Hopkins.

Según Sara rememora, el fantasma de su madre en la tumba, se revolcaría de ira si supiera lo que este hombre piensa. Le habrfía recordado, si viviera, que no es de su camada. «Tú le llevas siglos de pensamiento crítico a todos los Abram, antes y después de Benavito». Le latía que es cierto. Es que Sara le dijo que sus anarquistas, al estilo de la Mañé y Teresa Claramunt, otrora feminista anarca y una de las últimas, él les despreciaba, mas ellas sí entendían la vuelta a la naturaleza, el paisaje y el desnudo en las artes, el lenguaje popular en la literatura, la ciencia experimental, de un modo más profundo que la mística de la armonía kepleriana y las hipótesis estético-metafísicas, base del galileísmo investigativo que a los Abram les obseden. «Invocar esas alianzas del Papa Alejandro VI que echan a los turcos contra los venecianos, que ponen al Leonardo da Vinci, en sus laboriosas noches del hospital Santa María, a buscar el secreto de la vida y de la muerte por examinar cadáveres, no nos es necesaria a nosotras las mujeres. Somos madres, no execramos cadáveres abiertos por aquello que decía el castrado Abelardo, el nominalista, 'no se debe creer sin pruebas', pero, ¡carajo, si la vida no se ve a ojo pelado, bajo una lupa! ¿qué tal si la prueba es oír dentro del corazón, y no en una osamenta seca, para gritar ansiosamente, suplantando a Dios, como Da Vinci: «Voglio fare miracoli!»

«¿Qué tal si el misterio de la vida es un oir, no un ver, o guardar ombligos o tripas en un frasco de alcoholes?».

«How dreadful is this place!»: Hebrew 28:17

Hallarás a tu hermano de seis alas. En tu exilio, lo pongo y lo llamo Peniel, Quien defiende tu Norte de cualquier extravío y tu lugar terrible disuelve para el necio.

Binah, la Madre de los Niños, te envía sus bendiciones. Como un susurro de las Nanas Celestes: silva la brisa de Em ha’Banim, te tranquiliza tu madre, crío, y exhorta: «Duerme», aunque no quieras dormirte.

¡Qué duro ha de ser, Jacob desobediente, que haya que enviar al Sefirot alado, al más radiante de todos al reino de Malkut en tu presente Olam Hazeh; pero vas a ver lo sublime: Peniel accederá al norte de HaMaqom y vas a ser el Nuevo Hombre en el mundo de hoy, en la esfera de temores.

[13-11-2000: Carlos López Dzur: Seforot ha’Midot]

El método de la Abeja fue siempre como un vuelo del ángel que le dice: No abras ese cadáver todavía. Al cadáver se le fue la vida. Abre tu corazón y aprende. Es más útil que rasgar el pecho, o hacer sacrificios sangrientos, como la guerra o la eugenesia nazi. ¿Qué? ¿No entiendes lo que Peniel, rostro de Dios, viene y te dice cuando descoyunta tu muslo y te lleva ante Binah, la Madre de los Niños? Si quieres ver lo sublime, hay otra Ciencia, a la manera al norte de HaMaqom y no es un terrible en medio de la guerra... No se necesita la guerra y la plaga para aprender de los males... La Reina de la Empatía y del Conocimiento es una Serpiente. Dios no hizo un Toro para hablar de Sabiduría. El Toro es simplemente la fuerza y quien ha de criar a un hijo de sabiduría y educarlo para la libertad, soy yo, con la manera de la Serpiente, astuto y tierno como una paloma. Y la Serpiente y la Paloma que yo te propongo. Es una escuela laica, como aquella que fundara Mañé. Ella fue la primera maestra laica del Estado español. Con la ayuda de Bertomeu Gabarró, ella abrió la primera escuela laica en Vilanova y, si no hubiera en Cataluña, una escuela como ésa, seamos tú y yo camaradas en la tarea de fundar una, o tenerla en la casa.

Ni me gustan los prushím («fariseos») ni los tzukím («saduceos»). Ni La Becerra ni los gringos prusianos, o esos colegios militares que llamaste fabulosos y espléndidos. Sí, como Cicerón, te diría: «Sin la historia uno permanecería siempre como un niño»; pero no se trata de buscar una tradición académica, «a lo petrarca». Tirar a un niño, solo, uno entre muchos, en la lata de sardinas.. La historia humana caduca; pero la historia divina es eterna y no niega la dialéctica y nosotros somos la semilla, el primer cimiento de ese niño, y hay que tenerlo con nosotros; pero nosotros ser la Unidad / la unidad de los camaradas / y, por desgracia, no lo somos. «¿Dónde está tu mente Abram si no en quitar a Batista (de acuerdo, es necesario) para poner a los gringos y atajar a Fidel Castro? Entonces, ¿a quién tienes en mente para que sustituya a los ladrones?»

Yo si tengo algo en mente: la prioridad es nuestro hijo. Y eso no significa que yo sea una de esas damas, con miedo, que embarcaré a Karl en los vuelos de Peter Pan, o lo vea, ¡ay, mi niño! como sub-producto que se engendra en el estilo gracias a la publicidad de la película de Disney, o ese inicial The Boy Who Wouldn't Grow Up y que termina siendo un duendecillo, como Pan con su flauta, en Never Land, sátiro que nunca crece, contrario al Sileno mitológico... un putillo en camisa de mangas cortas, gorrito de pluma y orejas de reno... yo quiero un niño que vuele de verdad y que no sea el Niño Perdido entre indios, piratas, fantasmas y sirenas... Un niño real que no vuele, si no ha de volar con la imaginación creadora y alas de amor concreto...

Casi a finales de enero, el Dr. Abram visitó a su mujer.

«Me dijeron que te vieron en la calle. Hablaste con las judías de Obispo».

«Mas bien, ellas vinieron».

«Te dije que no salgas a la calle, porque hay muchos disparos de francotiradores».

«¿Me cuidas, me celas o me espías?»

«No mientas. Me encabrona».

Para esquivar la pregunta de su esposa, él se refiró a los periódicos sobre la mesa y el libro que vio, 'El amor libre' y ejemplares de La Revista Blanca, al que prefería llamar La Revista Roja.

«Imagino que ya leíste lo que acaba de ordenar El Caballo», se refiere a Castro, «utilizó el Estadio de La Habana y se planchó a Jesús Sosa delante de auditorio lleno».

«Fue generoso. Estaba condenado a muerte, ¿no estás contento? ¿Eres anti-Batista, o ya no?»

«Frente a 18,000 comunistas y 300 periodistas del mundo lo expulsó de país».

«Eso nos puede suceder a nosotros, ¿o no?»

«El juez del Tribunal Militar, Dr. Sori Marín, me conoce. El Mayor Chibás, no. Es receloso».

«Quienes protestaron por una ejecuciones en la noche, un par de ellas, vino en la mañana. Pedían firmas para que sigamos salvando niños de los contrarrevolucionarios y apoyandos a los peter-panes», informó ella.

«Le sigue el capitán Morejón. A ese sí, al paredón. Es un incendiario».

«¿Tienes miedo?»

«No por mí... Bueno, en fin de cuentas, ¿por qué querías verme?»

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