Sunday, October 31, 2010

Las juderías / 18 / Llegó con gran euforia


De la novela Juderías / Indice / de Carlos López Dzur


18. Llegó con gran euforia el hermano esquivo

Independientemente de mis escrúpulos, si bien admiré al hombre de ciencias que fue el Dr. Abram Matías, héroe en Berna (Suiza), ex-estudiante en Leiden (Holanda) y graduado en Johns Hopkins (Baltimore), dudo que tenía buenos ojos para averiguar lo oculto. Me habría gustado que, de veras, hubiera visto a la luz de Dios. O que confesara que tal Luz fue mi madre, judía luminosa, ya que cuando tenía sus días excepcionales de amor, o necesidad de consuelo, recurría a ella y, entonces, si le decía... camarada, camarada de Berna... Mas, paulatinamente, cambió su testimonio de lo visto en Europa como salvación y ella en sus quehaceres, por cosa tan vulgar como decir que Adonai se representa en forma de parásitos. Y que contra los parásitos no se puede luchar... Esos mentados bichos son las emociones de la gente.

Mi madre dijo que la llegada de Abram a La Habana fue eufórica. La misma euforia con que se recibiera a Malká, La Sueca. «Aquellos primeros días», según contó mi Abuela, Abram era irreconocible. Se sentía heroico, aunque no lo dijera.

Antes de viajar a Europa, él vivía tan encerrado en sí mismo y en sus libros que, entre 1934 a 1940, aunque le hablaron sobre la realidad de Cuba y sobre cómo había una dura represión contra los movimientos comunistas y socialistas de las centrales azucareras, a él sólo interesó lo que pasaba en los alrededores de La Bodega. Su mundilllo, su torre de marfil. Se le podía preguntar quién estaba gobernando la nación durante esos seis años y no sabía. Los tabaqueros de las Calles Obispo y Neptuno sabrían más. «Lo único que tenía sagrado era el Viejo Benavito, ni siquiera Malka, su abuela», me dijo Mamá.

Extraño que ésto fuese así, porque, cuando Benavito viajaba a Matanzas se enteraba de cosas horrorosas. Veía tanta hambre y desesperación. Quizás la única hacienda en Ceiba Mocha, donde había un nivel de salubridad y lealtad al patrón, fue la suya. Y se lo decía: «Caridad y misericordia... lo que Grau San Martín no trajo ni traerá la Coalición Socialista-Democrática que se organiza con Batista».

Durante el primer mandato de Batista, él cooperó en la 2ª Guerra Mundial con los aliados y declaró la guerra al Imperio japonés, la Alemania nazi y la Italia fascista. Y Leopoldo y Leopoldín festejaron esta señal, como las cosas buenas de Batista, además se discutía el aprobarse una nueva Constitución, que introdujera en la práctica política cubana el semiparlamentarismo y una cierta intervención del Gobierno en la economía, a través de un sistema de cuotas, puesto que la industria azucarera se vio duramente afectada por las politiquerías y el asunto de querer oponerse al yankee.

Con el ditador Batista, que sería un ladronazo, a la larga, ofrecieron a Benavito comprarle cada pedacillo de tierra que tuviera en Ceiba Mocha. Nunca, les dijo, y fue en fecha de un festejo de Tu B'Shevat o Comienzo de Primavera, cuando para reverenciar el renuevo de los árboles iba a sus frutales de Ceiba Mocha e invocaba las almas renovadas de Eretz Israel, porque cada arbolito es como crio humano. Lleva dulces a los vecinos para los guajiritos y se cocinaba una 'matbucha' o ensalada de verduras para que comieran todos los peones.

De hecho, la mejor porción de su tierra se la dio a Andrés, el Tonto, y éste le dijo que no le interesaba la agricultura y, aún teniéndola escriturada a su nombre, Andrés se la dio de palabra a Abram y le dijo: «Si Benavito no me dio cariño, que tampoco me contente con hacienda. El respeto debe ser primero». En vano, su mediohermano le decía: «El te respeta. A mi también me llama klotz y entiendo que a quien no respetara fue a tu madre». Duele igual.

Después de todo, las tierras de Benavito y Andrés (con sus sueños de ser empresario exitoso, con oficinas en el enorme edificio de La Bodega, donde ni alquilándole una puerta en el primer piso su padre accedió) daban de comer a cientos de guajiros. «Caridad y misericordia. Ellos doblan la espalda, no quiero que siembren caña para el gobierno corrupto; pero que me cuiden el pedacito que me ayuda en mis faenas, el laboratorio de patología, porque, ¿quien quita que seas tú, Abram, el futuro patólogo?»

Como parte de la euforia con que Abram vino, recuerda Mamá, que llamó a Tío Andrés, quien fue el primero en llegar de los hijos de Benavito y quien de veras le escribiera. De hecho, en 1940, Andrés fue el único que vio morir y estuvo presente en las exequias de su padre. A él si tuvo el tiempo de bendecirlo.

«Murió, ya sabes, y me bendijo», le dijo Andrés cuando lo vio. No supo por qué Andrés sintió que su medio-hermano lo abrazaba por primera vez.

«¿Te dejó algún mensaje para mí?»

«Lo que dijo siempre: Que su dios es el Viviente Chai, Eeel Chad, el que Es y Será, y que no quiere muerte ni sacrificios de sangre...»

Estas palabras las sintió como una bofetada. Mas su contento podía más. Volvió a abrazar a su hermano mayor... Sí. Abram vino eufórico y le presentó a una mujer muy hermosa, «Mi esposa y Camarada». En vano, sería preguntar cuántos años se tardó en querer de veras regresar, o cuándo realmente pudo. Teóricamente, el Armisticio se firmó el 22 de junio de 1940, y había llegado en 1944. «Llegaste tarde. Te dimos por muerto». Mas, tarde y seguro, aqui el vivo, casado, y ya con diploma de médico. Ofertas para irse a Baltimore, y el Gobierno de los Estados Unidos pagaría sus estudios postdoctorales.

Aquí, sin embargo, encara al fracasado quien quiso labrarse su futuro solo. «Cuba jodida, desde que llegué. La fábrica de botellas en ruinas y, con la guerra, ya no hay negocios de telas ni exportaciones. Yo, en la prángana».

A la casa, cuando Benavito vivía, iba por la compañía de La Sueca, no por la de su padre. A Andrés le gustaba los alborotos de la capital y, en ésto no fue distinto a Abram; pero él sigue el olor de la gente de su querencia. «Soy como un perro». Abram no. Apenas llega y le ha dicho a Sara y La Sueca que lo primero que le corresponde ahora es lavar las camisas de fatiga del Ejército, quitarse las pesadas botas, y terminar sus estudios médicos.

Andrés que siempre valoró la espiritualidad de Abram, «uno con los ojos puestos, en un más allá sin geografía, obsesiondo con saber si Dios es visible en realidad, si se hace carne», no supo decir si éste es la copia de Benavito, la sombra de él. Razonó, «pero buen gusto tiene», miraba como Abram, como su padre en su oportunidad, sigue trayendo suecas. Esta judías hermosas que parecen muñecas, hechas para la sensualidad. «Y uno acá, perdiendo la cabeza y los cojones con las mulatas, como Rosa Belén», meditó. Llegaba a pensar que suecada y hermosura / o heterodoxia / eran lo mismo.

En menos de media hora, tiempo que se entrevistaron, Abram preguntó sobre todo, tomó la voz cantante. El, que era silencioso, introspectivo, estaba ansioso de información. De todo, excepto el ir a dar respetos a la tumba de su padre. Si Abram no preguntó cómo fue su muerte, no le quiso presumir un milagro, no sea que le crea jactancioso.

En días del Yom Kippur, al presentir su muerte, Benavito pidió perdón a Andrés. «Si viviera un poco más, querría ver que regreses a casa, bene mío!» Fue la primera vez que Benavito se retractó de tantas erranzas e injusticias que cometió, aunque siempre añadió la palabra «de mierda», al aludirlo, porque era su forma de disfrazar su cariño y marcar su distancia, como el gran fiscalizador ante la prole de su cepa.

«¿Quién gobierna?

«Fue reelegido presidente Ramón Grau San Martín».

«¿Y la hacienda?»

«...»

«¿Y Lleó? ¿Y sigue de chismoso El Cotorro?

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