Saturday, June 19, 2010

Costo y dolor de una gran imprudencia


Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta piertorriqueño

Si un niño tira una piedra y rompe un cristal de la casa del vecino, esa imprudencia puede serle cara a sus padres. Si alguien dispara un tiro al aire, y la bala al bajar a tierra mata a una persona, esa imprudencia sí que va a salir cara. Pero,¿ será posible que un hombre cometa una imprudencia de tal magnitud que cueste millones de vidas humanas? ¿Qué ponga a muchas naciones en una guerra salvaje? No hay duda alguna, el hombre ha cometido muchísimas imprudencias en su recorrer por este planeta. En tiempos pasados y presentes la humanidad ha caído presa de las muchas aberraciones cometidas por el propio hombre. Ocupémonos ahora de una terrible imprudencia que sí costó mucho dinero, mucho dolor y mucha preocupación. Veamos.

Vayamos atrás, al año 1914. Una gran imprudencia había desatado el salvajismo más grande de la historia humana. La Primera Guerra Mundial estaba a punto de estallar. «Entramos en guerra precipitadamente”, confesó David Lloyd George, que fue primer ministro británico de 1916 a 1922. Y el historiador Alan Taylor, escribió: «Ningún estadista deseaba una guerra a gran escala, pero sí querían lanzar amenazas y salir airosos». El zar de Rusia opinaba: «que debía hacerse todo lo posible en aras de la paz, pues no quería ser responsable de una carnicería monstruosa». Tras el mucho cuidado de una diplomacia bien intencionada, lo inesperado ocurrió. Dos fatídicos disparos realizados a eso de las once de la mañana del 28 de junio de 1914, abrieron las puertas del infierno.

El gran tiempo de paz que vivía el mundo de aquel entonces, se rompió dando paso a una guerra que involucraría a unas 32 naciones. Casi todas ellas profesaban las ideas y enseñanzas de Jesús, el Príncipe de la Paz. Eran naciones europeas, cristianas y portadoras de la civilización blanca. Eran naciones donde el hombre blanco era el gran conductor de los asuntos mundiales.

Una acción impensada, seguida por dos mortales disparos, lanzaron a millones de hombres a matarse como fieras salvajes. El mundo se había vuelto loco. Aquel 28 de junio de 1914, un pequeño grupo de jóvenes tramaron el asesinato del archiduque Francisco Fernando durante su visita a Sarajevo, capital de Bosnia. Un joven nacionalista inexperto, de nombre Gavrilo Princip, fue la persona que mató al archiduque Francisco y su esposa que estaban sentados en su vehículo descapotable, a tan solo un par de metros. Se acercó a ellos y les disparó a quemarropa. Dos disparos, dos muertes y una gran tempestad guerrerista que avanzaba sin ningún otro impedimento. Pero hubo otras muchas imprudencias.

Una fuente de información nos dice: «Antes de 1914, Europa albergaba una noción romántica de la guerra; se consideraba beneficiosa, noble y gloriosa, pese al cristianismo imperante. Algunos dirigentes políticos estaban convencidos de que la guerra contribuiría a la unidad nacional y de que daría al pueblo nuevos bríos. Es más, algunos generals aseguraron a sus jefes de estado que la guerra sería breve y tendría un claro ganador». «Derrotaremos a Francia en dos semanas», fanfarroneó un general alemán. Nadie se imaginó cuán grave se haría la situación mundial. Nadie previó los millones de hombres que serían enviados, y quedarían atrapados, a una larga guerra de trincheras. Una vez más el hombre quedaba envuelto en sus propias redes. El orgullo nacionalista y el enfermizo deseo de poder, condenaban nuevamente al mundo a vivir días muy penosos.

Hay que añadir que en los años prebélicos, «una gran ola de nacionalismo exacerbado inundó Europa , dice la obra Cooperation Under Anarchy. Las escuelas, las universidades, la prensa y los políticos se vieron inmersos en esta orgía forjadora de mitos y autoglorificación». La razón y la prudencia se fueron por donde se van las aguas negras. El hombre blanco y civilizado siempre ha alardeado de su buen juicio y capacidad para gobernar el planeta Tierra y sus habitantes. La realidad histórica nos dice otra cosa.

Acuerdos y estrategias diplomáticas posteriores no pudieron parar lo inevitable. Gran Bretaña propuso una cumbre internacional y el Káiser alemán pidió al zar de Rusia que no movilizara sus tropas. Pero los acontecimientos se sucedían sin control alguno. El 28 de julio de 1914, Austria le declaraba la guerra a Serbia. Rusia daba su apoyo a Serbia y anunciaba el envío de 1,000.000 de soldados a la frontera austriaca. Tras la declaración de guerra austrohúngara a Rusia el 1 de agosto de 1914, el conflicto se transformó en un enfrentamiento militar a escala europea. Más de 60 millones de soldados europeos fueron movilizados desde 1914 hasta 1918.

«La declaración de guerra de Gran Bretaña puso el colofón al mayor desastre diplomático de la era moderna», subrayó el historiador Norman Davies. Y el también historiador Edmond Taylor, escribió que tras la declaración de guerra austriaca el 28 de julio, «la confusión reinante contribuyó no poco al conflicto. Ocurrían demasiadas cosas, demasiado aprisa y en demasiados sitios. Ni las más despiertas y ordenadas mentes eran capaces de digerir y asimilar los datos en crudo con que eran alimentadas».

Aquella primera imprudencia, aquel primer desvarío, llevaron a una confrontación de unas proporciones nunca antes vistas. Nadie pudo imaginar cuán grande iba a ser aquel conflicto bélico. Más de trece millones de soldados y civiles pagaron el precio más alto imaginable por aquella desastrosa imprudencia, de unos jóvenes nacionalistas impulsados por unos ideales mal encausados. El hombre, en su eterna arrogancia, creó una carnicería sin precedentes. Las supuestas naciones civilizadas, con sus novedosas armas letales, hundieron al mundo en un caos total.

Desde aquellos salvajes días el mundo jamás ha recobrado su juicio y su razón. Políticos, diplomáticos y militares siguen azuzando al mundo con sus odios, prejuicios y vanidades. El hombre perdió para siempre su razón y la brújula que lo llevaría a un mundo mejor.

La pregunta se cuela furtivamente: ¿Podría estallar accidentalmente la tercera guerra mundial? ¿Podría otra infame imprudencia provocar la muerte de otros muchos millones de seres humanos? No seamos tan inocentes; ningún tratado de hombre puede garantizar a la humanidad un mundo libre de guerras y muertes. Eso es lo que precisamente nos enseña la historia humana. En una mesa se firma la paz y en otra mesa se firma un nuevo tratado de armas. Este negocio es muy lucrativo para las naciones productoras de armas, de toda clase. Valores y principios humanísticos se rinden ante los sucios intereses económicos de las naciones ricas.

La Biblia dice: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino». También dice: «Todo hombre tiene que ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios». Además dice: «Pero la lengua, nadie de la humanidad puede domarla. Cosa ingobernable y perjudicial, está llena de veneno mortífiero».

Aun la mejor diplomacia del hombre, con sus mejores intenciones, puede incendiar todo el orbe.

Caguas, Puerto Rico

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