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Todas las sentencias destilan ideología”
Frenó 2.400 despidos en la Ciudad. Tiene pasado radical y se define como marxista. Reniega de la “neutralidad de lavarropas” de sus pares. Habla de la relación con el poder político.
Martina Noailles05.03.2008
Lenin, el Che Guevara, Salvador Allende, Alfredo Palacios, Hebe de Bonafini y algunas cruces conviven en el despacho con su cabeza rapada a cero. “Soy marxista”, se presenta Roberto Andrés Gallardo. Como juez de la Ciudad de Buenos Aires, decidió, durante la gestión de Aníbal Ibarra, embargar 1.000 millones de pesos de las reservas porteñas para obligar al gobierno a pagar un subsidio a los hijos de los cartoneros. Hace poco más de un mes, le ordenó a Mauricio Macri reincorporar a 2.400 trabajadores cesanteados. “Mi objetivo es contribuir a generar un modelo de sociedad más justo –aclara mientras ceba un mate y se acomoda su anillo artesanal, tiempo atrás mango de un tenedor–. “Cuando al Gobierno no le guste lo que dice la Constitución, la puede cambiar. Si no lo hace, tiene que acatarla”.
–¿De chico, qué soñaba ser?
–Había dos vocaciones muy claras en mi adolescencia, una era la militar y otra, el derecho. Pero la militar era incompatible con mi perfil ideológico, por eso quedó abortada.
–¿Qué le atraía de lo militar?
–Lo estratégico, la planificación, las armas. Después del golpe, terminé de descartar lo de la carrera militar. No sin cierto grado de frustración. Si hubiera habido un ejército popular, yo habría estado ahí.
–¿Qué lo motivaba de llegar a ser juez?
–Lo mismo que me sigue motivando ahora. Contribuir a generar un modelo de sociedad justo.
–¿De aquella época le queda el recuerdo olvidable o inolvidable de su paso por la UCR?
–Me queda el respeto de mi viejo. Yo había quedado impactado con un discurso de (Ricardo) Balbín y otro de Germán López. Tenían una oratoria que te envolvía. Le dije a mi viejo “voy a ir a averiguar” y él me respondió: “¿Estás seguro de lo que vas a hacer?” Por suerte me duró muy poco.
–Y hoy tiene colgados cuadros de Palacios y del Che.
–Me los regalaron. El de Palacios pasó desapercibido; el otro, me trajo muchos problemas.
–Pero lo dejó colgado.
–Siempre, desde el primer día.
–¿Los problemas fueron dentro o fuera del ámbito judicial?
–De los dos. Yo creo que existe el gran tabú y, a la vez, estrategia discursiva del sistema, de que los jueces no son expresión política y no tienen ideología, son como lavarropas. Eso es una gran mentira. Todas las sentencias destilan ideología, por donde se las mire. Cuando se selecciona la norma que se va a aplicar, se está traduciendo un sistema de pensamiento. Ellos dicen que son neutros, que son lavarropas. Yo digo que responden a un sistema ideológico, político y religioso. Yo digo cuál es el mío, no soy un lavarropas.
–¿Alguna vez le pidieron que lo descuelgue?
–No, nunca se animaron. En el momento en que me lo iban a pedir surgió una de las paradojas del menemismo, la estampilla del Che Guevara. Pero no lo hubiera descolgado tampoco.
–Los jueces no pueden estar afiliados a un partido, pero muchos llegan al cargo por acuerdos políticos.
–Lo que está prohibido es la pertenencia a un partido. Los acuerdos son parte del cinismo del sistema que funcionó por acuerdos entre partidos que se distribuían cupos de jueces.
–En la Corte algunos jueces dejaron de ser “lavarropas” y dieron a conocer distintas opiniones.
–La actual Corte tiene jueces que no tienen empacho en hacer pública su ideología, su pensamiento filosófico, sus reflexiones políticas.
–En su escritorio hay una balanza desbalanceada ¿Para usted la Justicia no es justa?
–El sistema económico y político de Argentina y Latinoamérica es intrínsecamente injusto, ya que hay millones que mueren en silencio. Se habla de muertes por inseguridad, por accidentes de tránsito, pero de las silenciosas no habla nadie. Los que se mueren de hambre, se mueren por un paro cardiorrespiratorio atraumático, es decir por muerte natural. Eso es un homicidio y, visto en masa, un genocidio.
–Pero la Constitución habla de derecho a la vivienda, a la salud.
–La estructura del sistema es la que permite que el Estado pueda reconocer cada día más y dar cada día menos. La Justicia es parte de un sistema que funciona con engranajes a la perfección.
–Usted es parte de ese engranaje. ¿Qué rol cumple?
–Obligar al cumplimiento de las normas. Lo peor que le puede pasar al sistema es que se aplique su propia letra. Hoy no necesitamos a Lenin para hacer una revolución, sino a la propia Constitución. En los Ejecutivos y en sectores del Poder Judicial buscan cómo restringir. Quienes tienen estos problemas no pueden llegar a la Justicia.
–¿No llegan porque no tiene las herramientas?
–Porque no tienen un peso para llegar a los Tribunales.
–¿Le gustaría gobernar desde alguno de los otros dos poderes?
Muchos decían que yo resolvía lo que resolvía porque era mediático y porque lo mediático estaba dirigido a convertirme en candidato. Ya se dieron cuenta que no me interesa.
–¿La Justicia es sólo para los ricos?
–La Justicia no es para los que la necesitan en lo más básico.
–¿Falló alguna vez a favor del Estado Nacional?
–Infinidad de veces. Los que trascienden son los fallos contra el Gobierno, a favor de los derechos sociales.
–¿Es pelado o se afeita a cero?
–Al año de ser juez se me cayó el pelo, tuve dos o tres buracos, y por eso me pelé. Pero en realidad me gustaría tener rastas.
“El gobierno de Ibarra me denunció penalmente”
–Le han puesto calificativos tales como progresista, polémico, loco o enemigo del Gobierno. ¿Usted cómo se definiría?
–No me gusta definirme. Yo creo que el sistema es irracional. Si dicen que es racional y lo mío es locura, bienvenida mi locura. Mis conductas y mis expresiones son claras. Si gustan o no gustan no sé, pero yo sigo una línea desde hace siete años. Soy coherente. Llegaron a decir “eso es un ataque contra el gobierno”, pero eso lo pudo decir Ibarra porque fuimos los primeros jueces en su gestión. Ya Telerman o Macri no pueden decirlo.
–Macri ya lo dijo.
–Es que en todo caso, ¿qué sería? ¿contra todos los gobiernos? No, es una línea muy clara: hay que leer las sentencias. Cuando al Gobierno no le guste lo que dice la Constitución la puede cambiar. Mientras tanto tiene que acatarla.
–¿Por qué cree que generan tanta polémica sus fallos?
–Porque ponen blanco sobre negro. Dan visibilidad. El subsidio a los hijos de los cartoneros hizo muy visible que en la gestión de Aníbal Ibarra había 1.100 millones de pesos en una caja para generar superávit y cientos de pibes revolviendo la basura en la calle. La Constitución dice que el Estado tiene que proteger a los chicos y la ley prohíbe el trabajo infantil. Sin embargo, el Estado les daba una credencial para que trabajaran en la calle. Por eso el gobierno de Ibarra me denunció penalmente.
–¿Se está acostumbrando a que lo denuncien?
–Nunca me preocupó demasiado y ahora menos. Tratan de limarte, de desgastarte. Buscan que la próxima vez uno diga “ni me meto con los cartoneros”. Pero yo nunca lo voy a decir, el día que piense eso me tengo que ir.
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