Wednesday, January 20, 2010

No somos más que tontos de capirote


Por Fernando Luis Pérez Poza / poeta y escrigor español

En Haití no hay una Bahía de Cochinos definida, aunque se puede intuir, pero sí hubo hace algunos años una matanza de marranos, con la disculpa de erradicar la fiebre porcina, que echó por tierra el pilar de la economía campesina y detrás de la cual se escondía, como no, la mano de siempre. La pobreza no llegó allí por casualidad. La cimentó el envenenamiento de los ríos con los vertidos químicos que indiscriminadamente se arrojaron en ellos. A los ríos le siguieron los campos y miles de acres fueron inutilizados por algunos productos que mataron los cultivos e impidieron que se volviera a sembrar.

Sistemáticamente se fueron destruyendo las industrias del azúcar, del cemento, del pan, del aceite de cocina, etc. hasta llevar al país a la situación en la que se encontraba antes del terremoto. Luego, para lavar la cara de todos estos despropósitos, con el pueblo haitiano sin trabajo, la comunidad internacional se dedicó a enviar, a cuenta gotas, por esas cuestiones de la caridad con el prójimo, raciones de comida que difícilmente lograban el propósito de mantener con vida a la gente pero sí el de perpetuar la miseria y el control por parte de los poderosos.

Está claro que la culpa del seísmo no se le puede adjudicar a los países desarrollados, pero tal vez sí las terribles consecuencias que ha generado. La naturaleza ha golpeado duro donde más duele, en la miseria, ese sudario de sufrimiento que envuelve en silencio a quienes la padecen hasta asfixiarlos como si estuvieran dentro de una tumba.

Pero aquí seguimos empeñados en defender las nacionalidades. Al que le toque en la lotería de la vida nacer en mal sitio, lo tiene crudo, sea negro, blanco o a colorines. Por si esto de los países y las fronteras fuera poco, rizamos el rizo con las religiones, las cuales han servido a lo largo de la historia para justificar las mayores tropelías. Y el problema es que esto no presenta visos de solución. Cuando hayan pasado unos cuantos meses, los cantantes, los intelectuales, los artistas y los gobiernos nos habremos olvidado, de nuevo, por completo, de las víctimas, tanto de las enterradas como de las que logren estirar un poco los huesos para asomar la punta de la nariz y respirar desde dentro del sepulcro en vida en el que cumplen la condena a la que los ha sentenciado el destino.

Si Abraham, Cristo y Mahoma levantaran la cabeza y vieran la que han liado con sus historias, no cabe duda que la volverían a esconder. Y sin embargo, el mundo sigue lleno de iluminados, de falsos profetas que se creen en posesión de la única verdad y a los que no se le atragantan en la boca las palabras justicia, democracia, libertad, o parecidas, mientras empuñan y disparan el fusil del hambre con sus propias manos. Lo hacen y lo hicieron los dictadores, indistintamente del signo político, izquierda o derecha, en los que se encuadren, y lo hace todo aquel que se sienta tan alto, en el trono del poder, que hasta llega a considerar el mundo como su retrete particular, incluídos los mandamases católicos, atrincherados tras las murallas de oro del vaticano.

Al parecer, por sus declaraciones, fuera de tiesto, al obispo de San Sebastián le preocupan más las almas de los españoles que la marabunta de cadáveres y de hambrientos de Haití. Es lógico. Las víctimas del terromoto ya están condenadas al infierno, a nosotros todavía nos pueden condenar y es más fácil y menos costoso, económicamente, salvarnos, pues sólo es preciso un buen sermón y no requiere que se fundan los tesoros de la santa madre iglesia. Como el FBI no tiene muy claro como es Bin Laden, hala, le ponen la cara del dirigente español de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, en su particular búsqueda de demonios, y difunden a nivel mundial su retrato robot. ¡Menos mal que no se les ha ocurrido incoporarle también cuernos! Y en medio de toda esta vorágine de estupideces nos revela el Ministro de Fomento español que los controladores aéreos ganan más que carracuca, o lo que es parecido, que él mismo.

Sí. Es cierto. En el mundo hay gente que gana muchísimo dinero. Lo ponen de manifiesto todos esos actores y estrellas de Hollywood y cantantes del hit parade que se anuncian estos días en la televisión como donantes de millones de dólares y que por otro lado se quejan del pirateo, poniendo cara de pobrecitos. ¡Si son tan buenos, qué pongan los cuartos, pero que no salgan en la foto! Deberíamos fijar un tope a los ingresos y las propiedades de cualquier ser humano, sea banquero o futbolista y decir que todo aquél que gane o posea una cantidad superior a de ese límite es un verdadero sinvergüenza, pues está acumulando todo lo que les falta a quienes carecen de una alimentación adecuada, de atención sanitaria o de una vivienda digna, derechos que deberían ser considerados como universales e inherentes a la persona y al hecho de nacer.

Estoy convencido de que, mientras eso no suceda, en este potencial paraíso terrenal nos las van a pintar calvas y la serpiente nos paseará, una y otra vez, ante la jeta, su aterrador repertorio de miseria y calamidades. Ahora, eso sí, seguiremos pasando religiosamente por taquilla y los demás antros que posee la sociedad opulenta de consumo para limpiarnos lo poco que llevamos en los bolsillos y asì enriquecer a los que más tienen, porque en el fondo no somos más que tontos de capirote.

Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.

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