Hace ya algunos años, el día de La Inmaculada era una fiesta grande en España, era como el punto de partida del Invierno.
Recuerdo que los modelitos de invierno los estrenábamos en La Inmaculada.
Lo normal era estrenar abrigo nuevo para los domingos, y el de la temporada anterior pasaba a ser el de todos los días.
Pero como íbamos creciendo no teníamos muchos abrigos de todos los días, se nos quedaban pequeños.
Y al final tenias el abrigo de domingo y fiestas, y el de todos los días.
Era un fondo de armario poco complicado, la verdad.
Y si a eso unimos que entre semana , yo al menos, llevaba el uniforma del colegio, no se puede decir que tuviera un armario muy variado.
Recuerdo el uniforme para empezar el curso lo llevaba, casi, por debajo de las rodillas, y conforme pasaban los meses se me hacía mini falda.
Hasta las monjas una vez me llamaron la atención por ir tan corta.
Pero pasaba el curso sin que mi madre me sacara el largo de la falda, y las camisetas las llevaba con el puño casi en los codos.
Y es lo que decía mi madre ¿que más da, solo quedan dos meses de clase, hace calor, y al año que viene hay que comprar otro?.
Sabia mujer ...mi madre. Importancia hay que darla a lo que la tiene.
Por esos días, al menos en mi curso, se acostumbraba a regalar tus compañeras, unas mini tarjetitas con vírgenes o cosas de santos, para felicitarte.
Yo recogía, agradecida y emocionada, esas casi 30 tarjetitas con su sobrecito, y leía con pasión las tonterías que cada una de mis compas me escribía.
Luego estaban el grupo de amigas, que hacían un gasto mayor, se quitaban de la paga del domingo y me compraban algún disco de moda.
Mira lo que te digo, después he tenido regalos hasta caros, pero con la ilusión de las tarjetitas no he abierto ninguno.
Hoy día de mi Virgen, he querido recordar unos momentos que para mi eran mágicos.
Felicidades a todas las Inmaculadas, Conchas, Concepción, Adas, o Adita como me puso mi padre en la primera foto de recién nacida.
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