Por Cayetano Llobet T.
Tengo que confesar que me parece fascinante la posibilidad de asistir a la nueva guerra universal. Me siento de la mano de Stieg Larsson acompañando a la notable Lisbeth Salander en Millennium. Más fascinante aún porque no corre sangre, no se cuentan los cañones, las bombas ni los aviones y menos los pomposos generales.
Es la guerra de la informática. Se desató porque un contestatario universal, Julian Assange, pescó en calzoncillos a la que había pasado por el mundo como la mayor potencia de la historia. La imagen resultó impúdica y vergonzosa. Y lo más grave, sin respuestas posibles. ¿Cómo neutralizar a este nuevo enemigo que se ríe del Departamento de Estado, de la CIA , del Pentágono, del FBI y de todos los sistemas de seguridad del imperio? Este que hace quedar en ridículo a embajadores y a enviados exhibiéndolos como protagonistas de enormes papelones y anunciando que no ha mostrado sino una mínima parte de todo el material que tiene. Bloquean su página, amenazan a quien la publique, presionan para evitar su difusión.
La Fuerza Aérea de los Estados Unidos bloqueó el acceso a los medios de comunicación que publican Wikileaks: no se puede acceder a diarios como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel o El País: ¡exactamente todas las cosas que hubiera hecho el gobierno chino para evitar que se difundan cosas inconvenientes!
Y aparece la justicia sueca esgrimiendo el caso de Anna Ardin y una tal Jessica que, según los relatos periodísticos de un diario inglés, el Daily Mail, convirtieron en abuso sexual el placentero retozo que protagonizaron con Julian Assange. Tan eufóricamente placentero que acabaron rompiendo el preservativo. ¿Es posible, con un mínimo de racionalidad, creer que la justicia sueca impulse con tal vigor una orden internacional de aprehensión por ese hecho y solicite su extradición a Suecia? Nadie lo cree.
Pero la guerra ha estallado y el bando que lucha contra el imperio ya tiene sus tropas: los hackers; su organización Anonymous; su táctica de lucha: los ciber-ataques; su bandera: la libertad de información en Internet y sus enemigos: todos los que intenten ocultar información. Y ya ha herido a alguno de sus blancos: Mastercard, Visa y Paypal. Era la primera operación de respuesta: Venganza y Represalia, ¡es una guerra!
Hace muchos años, la reina Isabel I de Inglaterra, hacía nobles a sus bucaneros que asaltaban los barcos españoles que iban de América pletóricos de riquezas de México, Lima y Potosí. Francis Drake y Walter Raleigh, adquirieron el tratamiento de Sir: ladrones pero caballeros. Por lo menos tenemos la certificación histórica de que no es malo estar al lado de los piratas.
Y como en toda guerra, está la opinión pública. Julian Assange ha logrado un apoyo mundial y todo el que lo ataca es visto como parte del operativo de venganza desatado desde Washington contando con sus amigos europeos. Julian Assange es el primer prisionero de esta nueva guerra y ya se ha convertido en el símbolo de todos aquellos -¡y son millones!- que disfrutan viendo a las potencias humilladas. Porque, ¡ojo!, en esta guerra, Estados Unidos y sus amigos son los malos. Hoy, se van borrando las imágenes de los Premios Nobel y esa Suecia premiando méritos y virtudes: ahora es vista como el instrumento que se maneja desde la Casa Blanca. Washington tiene brazos muy largos y quiere la cabeza de Assange. ¿Será cierto que Estados Unidos es capaz de tener esas aviesas y perversas intenciones? ¡Revisen Wikileaks!
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Y aparece la justicia sueca esgrimiendo el caso de Anna Ardin y una tal Jessica que, según los relatos periodísticos de un diario inglés, el Daily Mail, convirtieron en abuso sexual el placentero retozo que protagonizaron con Julian Assange. Tan eufóricamente placentero que acabaron rompiendo el preservativo. ¿Es posible, con un mínimo de racionalidad, creer que la justicia sueca impulse con tal vigor una orden internacional de aprehensión por ese hecho y solicite su extradición a Suecia? Nadie lo cree.
Pero la guerra ha estallado y el bando que lucha contra el imperio ya tiene sus tropas: los hackers; su organización Anonymous; su táctica de lucha: los ciber-ataques; su bandera: la libertad de información en Internet y sus enemigos: todos los que intenten ocultar información. Y ya ha herido a alguno de sus blancos: Mastercard, Visa y Paypal. Era la primera operación de respuesta: Venganza y Represalia, ¡es una guerra!
Hace muchos años, la reina Isabel I de Inglaterra, hacía nobles a sus bucaneros que asaltaban los barcos españoles que iban de América pletóricos de riquezas de México, Lima y Potosí. Francis Drake y Walter Raleigh, adquirieron el tratamiento de Sir: ladrones pero caballeros. Por lo menos tenemos la certificación histórica de que no es malo estar al lado de los piratas.
Y como en toda guerra, está la opinión pública. Julian Assange ha logrado un apoyo mundial y todo el que lo ataca es visto como parte del operativo de venganza desatado desde Washington contando con sus amigos europeos. Julian Assange es el primer prisionero de esta nueva guerra y ya se ha convertido en el símbolo de todos aquellos -¡y son millones!- que disfrutan viendo a las potencias humilladas. Porque, ¡ojo!, en esta guerra, Estados Unidos y sus amigos son los malos. Hoy, se van borrando las imágenes de los Premios Nobel y esa Suecia premiando méritos y virtudes: ahora es vista como el instrumento que se maneja desde la Casa Blanca. Washington tiene brazos muy largos y quiere la cabeza de Assange. ¿Será cierto que Estados Unidos es capaz de tener esas aviesas y perversas intenciones? ¡Revisen Wikileaks!
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