EDITORIAL DE EL NUEVO DÍA / 10 Diciembre 2010
La decisión de ocupar con la Policía la Universidad de Puerto Rico es la más estrepitosa admisión de fracaso de la Administración, que no hizo nada por evitar lo que todo el País sabía que se iba a producir tras los actos violentos de una minoría estudiantil que, en misión cómplice, prácticamente allanó el camino para el desenlace que hoy sufre la autonomía universitaria.Con recintos ocupados, inclusive con la funesta Fuerza de Choque, resulta casi imposible una expectativa de diálogo. La ocupación policíaca, que nunca debió producirse, debe terminar ya.
Es muy doloroso el hecho de que el extremismo cómplice, en sus resultados, entre la Administración y un grupo del estudiantado hayan colocado en estos momentos a la Universidad en una encerrona de un grado destructivo tal, que poco faltaría para que se declare permanente el réquiem por su autonomía.
Cada acción, sin dudas, parece salir de un acuerdo entre las supuestas partes en conflicto para minar su esencia, hacerla inhóspita y partirle el alma a la Universidad, fuente por excelencia del desarrollo social y económico del País.
Otra cosa no puede explicar, porque no hay ni una razón válida para ello, el que la Policía de Puerto Rico haya ocupado varios recintos, entre ellos el de Río Piedras la madrugada del jueves, y el que lo haya hecho con carácter permanente o indefinido.
La decisión de pedir la ocupación, cuando ya el paro de 48 horas de los estudiantes había concluido, debe considerarse un acto de provocación y una admisión de insensibilidad y de fracaso de la Administración de la UPR.
Al condenar ayer, en este mismo espacio, los actos de violencia y destrucción protagonizados por los estudiantes, y la actitud agresiva desplegada por el extraño grupo de guardias privados contratados a la carrera, insistíamos en que se abandonara de parte y parte la hostilidad y la intransigencia, y se trabajara urgentemente en las bases de una negociación realista y duradera. Pero la ocupación policial, mientras permanezca, derrota salvajemente ese propósito.
El clima de tensión que un estado policíaco fomenta en un campus universitario, es incompatible con el intercambio saludable de ideas. Eso lo saben perfectamente tanto el presidente de la Universidad, José Ramón de la Torre, quien solicitó la intervención policíaca, como los miembros de la Junta de Síndicos y la Rectora del Recinto de Río Piedras. Entonces, ¿de qué estrategia forma parte esta movida policíaca?
En el día de ayer, el claustro de profesores aprobaba por abrumadora mayoría la resolución de suspender las tareas docentes hasta que la Policía saliera del Recinto riopedrense, pero, a la vez, y como gesto de buena voluntad, posponía su voto de huelga para facilitar el diálogo entre los estudiantes y la Administración. El profesorado ha ofrecido soluciones para atenuar el impacto de la cuota, que es el eje de esta crisis. También han aportado alternativas los estudiantes de otros sectores, opuestos a la huelga e interesados en impedir un cierre indefinido. Excepto por los elementos más recalcitrantes, de un lado y de otro, la mayoría dentro de la Universidad y el pueblo en general abrigan un solo propósito: que se logre un acuerdo razonable sobre la cuota y que la UPR empiece a funcionar con normalidad.
Para detener esta carrera autodestructiva en una UPR que, como un síntoma, hasta acaba de sufrir la renuncia en pleno de la Junta de Directores de su Editorial, creemos que debe terminar de inmediato la ocupación policial, porque hiere la autonomía, interrumpe el proceso docente y bloquea el acceso a posibles vías de entendimiento.
La Administración tiene que deponer la actitud de que lo hecho, hecho está y abrir la mesa de la negociación desde la plataforma de sensatez que brindan las propuestas profesorales.
El grupo estudiantil, por su parte, debe revocar el voto de huelga que irracionalmente activaría el 14 de diciembre. Así demostraría buena fe en una eventual negociación.
Estas acciones deben ser tomadas de inmediato, desde hoy, para que las negociaciones comiencen ya y la Universidad pueda salir del paredón en que la tiene tortuosamente suspendida la intransigencia.
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