Tuesday, April 27, 2010

En el 62º Aniversario de la Independencia.de Israel


Por Marcos Aguinis / Nación.com

La sistemática descalificación del Estado de Israel se ha convertido en una moneda corriente tan grave como la descalificación de los judíos que hizo el Tercer Reich para cometer el Holocausto. Así como algunos fanáticos piden ahora un Medio Oriente Israelrein ('limpio de Israel'), los nazis querían un mundo Judenrein ('limpio de judíos'). La misma mecánica. En ambos casos se procura señalarlos como indeseables, criminales, y hasta como bacterias infecciosas. Dicen que es necesario exterminar ese cáncer (Israel, ahora; todos los judíos, antes) como medida de higiene, para que haya paz, para conseguir justicia, para bien de la humanidad. La mayor parte del mundo cree en esas diatribas o duda, o se mantiene indiferente, o es cómplice. Antes de 1939, Hitler promulgó suficiente cantidad de leyes raciales que invitaban al más remiso para hacer desaparecer judíos. No hubo una eficaz repulsa a semejante atrocidad. Y la atrocidad pudo llevarse a cabo sin dificultades. Ahora, cualquier ojo informado puede advertir la doble vara con la que se mide a Israel, exagerando siempre sus errores y, al mismo tiempo, dejando al margen sus virtudes. Martilla el concepto de que Israel es culpable, porque bogue o porque no bogue, convertido en victimario despreciable e irredimible, eterno. Por consiguiente, debe ser borrado del mapa, como proclama un jefe de Estado sin que las Naciones Unidas le exijan retractarse siquiera.

Se cumplieron 62 años de la independencia israelí. Voy a ser políticamente incorrecto, ya me acostumbré al rol- y señalaré los méritos de Israel. Sólo los méritos. Sus defectos ya inundan la prensa y los corrillos.

Es uno de los países más pequeños, con la milésima parte de la población mundial. Fue desértico en la mayor parte de su extensión. No tiene recursos naturales. Está rodeado por un vasto cerco de acoso permanente. Debe mantener activo un ejército popular integrado por sus ciudadanos para defenderse de día y de noche, todos los días y todas las noches. Padece conflictos interiores debidos a su gran pluralidad. No obstante, mantiene la admirable calidad de su sistema democrático y se ha convertido en una potencia científica, cultural y económica. Da envidia. Y, en gran parte, esta envidia genera odio.

Veamos algunos hechos.

Su población alcanza a los 7.5 millones de personas, de las cuales un 20 por ciento son árabes que llegan a intendentes, diputados, académicos y ministros. Un vicecanciller israelí fue árabe musulmán y visitó la Argentina en tal carácter.

Pese a la amenaza de sus vecinos y la tensión generada por los mártires místicos asesinos (acertada definición de Carlos Escudé), la esperanza de vida actual trepa a los 81 años, muy por arriba de la media mundial, que se queda en los 67 años. Supera a Inglaterra, Estados Unidos y Alemania. Más del 60 por ciento de los ciudadanos se sienten satisfechos o muy satisfechos por la calidad de vida, pese a las obvias dificultades que genera la tenaz amenaza de algunos países y organizaciones terroristas.

El desarrollo científico y tecnológico alcanzado coloca a Israel entre los países más progresistas del orbe. No mezquina en invertir en este rubro. Tiene la mayor proporción de ingenieros per cápita del mundo entero. Su creación de patentes es asombrosa. Basta hacer algunas comparaciones: de 1980 a 2000, se registraron 77 patentes egipcias y 171 saudíes en los Estados Unidos, frente a 7652 israelíes. En esa catarata de patentes sobresalen las que mejoran los equipos médicos. Sus hospitales brillan por la excelencia y en ellos son pacientes, médicos y jefes de equipo tanto los judíos como los árabes, sin discriminación alguna.

Israel ha sido reconocido como uno de los ocho únicos países con capacidad de enviar un satélite al espacio. Produce más papers científicos per cápita que cualquier otra nación del globo. Está a la cabeza de las compañías valuadas en el Nasdaq, con la excepción de Estados Unidos; más que toda Europa, India, China y Japón combinados. En proporción con su población, Israel desarrolló el número más grande de compañías de emprendimientos (start-up) tecnológicos del mundo.

Pocos prestan atención al hecho de que es un país más seguro que Suiza, por ejemplo. En sus calles, el promedio de asesinatos anuales es de 1.8 por cada 100.000 personas. En tierras helvéticas, la cifra llega a los 2.3: en Rusia supera los 16, y en Sudáfrica se acerca a los 40. La mayor parte de los heridos y muertos son consecuencia de los ataques con misiles que lanzan las organizaciones terroristas desde los territorios que Israel ha evacuado.

El viceprimer ministro, Dan Medidor, acaba de formular una síntesis. Dijo: «Debemos estar muy satisfechos en este 62º aniversario de la independencia. En el desierto, en una tierra sin recursos naturales, construimos un Estado con gran fortaleza, vitalidad y excepcionales logros en ciencia, cultura, medicina, agricultura, economía y altas tecnologías. Afrontamos amenazas graves en una zona que siempre fue hostil. Nuestro gobierno debe reflexionar con sentido común y actuar. Y no siempre a nivel militar».

El Estado ofrece, por ley, prestaciones de asistencia social, subsidios, servicios médicos, pensiones, educación, infraestructuras y demás beneficios sociales a los 250,000 palestinos que viven en la zona oriental de Jerusalén, los mismos de los que disfrutan los demás ciudadanos árabes del país.

Es la única nación en la historia de la humanidad que logró hacer revivir una lengua que no se hablaba. El hebreo bíblico, la lengua que se utilizó durante los dos primeros Estados judíos que existieron en ese territorio, se ha convertido en un instrumento que permite expresarse a poetas, novelistas, científicos, periodistas y políticos, con una riqueza que conjuga las maravillas del pasado con los desafíos del presente.

Desde su independencia, ha obtenido más premios Nobel per cápita que cualquier otro país del planeta.

Un fenómeno impresionante es la obsesión israelí por forestar su suelo. Desde antes de la independencia, funcionaba un fondo destinado a plantar árboles. Por esa razón, cuando en 1947 las Naciones Unidas propusieron la partición de Palestina -por entonces dominada por los británicos- en un Estado árabe y otro judío, a este último le asignaron casi todas las zonas áridas. Israel planta árboles con una obsesión febril.

Conmueve observar las alfombras verdes que se dilatan en colinas y planicies que habían carcomido la erosión y el abandono. En muchas partes, ahora existen frondosos bosques y hasta ha comenzado a modificarse el clima. Desde hace décadas, es tradición que los homenajes se traduzcan en plantación de árboles, no en monumentos. Allí, para mantener la memoria, por cada muerto se planta un árbol o un bosque.

Israel creó el único sistema colectivista democrático de la historia, por el cual se puede entrar y salir sin restricción alguna. Me refiero al kibutz.

Se fundaron y prosperaron cientos de aldeas conforme a ese tipo de vida. La mayor parte de los padres fundadores del Estado nacieron, vivieron o se formaron en algún kibutz. Casi el 93% de los hogares en Israel utilizan la energía solar para calentar el agua. Es el porcentaje más alto del mundo, y se trabaja con entusiasmo en la creación de otras energías alternativas. La falta absoluta de petróleo y otros recursos naturales exige fortificar la imaginación. Golda Meir solía criticar a Moisés: «Habiendo tanto petróleo en la zona, ¿tuvo que encajarnos en el único rincón donde no existe una gota?»

Desde hace décadas, Israel atrae una enorme cantidad de inversiones extranjeras. Son las más grandes del mundo, si se las mide per cápita: 30 veces más que Europa.

Desde antes de la independencia, puso el acento en la cultura y el conocimiento. En Jerusalén fundó una prestigiosa universidad, con el compromiso personal y apasionado de Albert Einstein. En Rejovot erigió el primer centro de investigaciones científicas de Medio Oriente y en la ciudad de Haifa, el imponente Tecnión. Ahora funcionan seis universidades de reconocidos méritos y se han formado cuatro Silicon Valleys.

Así como hubo ceguera ante el absurdo que publicitaba el nazismo sobre el carácter de raza inferior o raza infecta que constituían los judíos, hay ceguera respecto de las virtudes impresionantes de Israel. Como referencia final de este artículo, que podría alargarse con más datos, mencionaré los formidables movimientos por la paz que desarrollaron sus habitantes y dirigentes, muy superiores a los que se formaron (¿se formaron?) en todo el resto de Medio Oriente. Quedaría para otra ocasión analizar por qué se quedaron sin fuerzas.

A ese maldito Israel pretenden borrar del mapa. Prometen que, sin su existencia, todo funcionaría mejor, así como los nazis prometieron que el mundo funcionaría mejor sin judíos. Es tan evidente el grotesco, que ni cabe perder el tiempo en una refutación.

© LA NACION / Lunes 26 de abril de 2010

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