Thursday, November 5, 2009

La lucha de clases e intelectuales de tercera



Por Francisco Figueroa / Miembro del FIES*

«Los ricos vencieron a los intelectuales», es una frase atribuida al intelectual Robert Kiyosaki, autor del Best Seller Padre Rico, Padre Pobre, libro muy leído actualmente en los Estados Unidos y Latinoamérica. Es una sentencia fuerte, pero ¿es real?

La aseveración anterior se basa en el hecho de que muchos o muchas de intelectuales (por no decir la mayoría) la mayoría de personas dedicadas al estudio y la formación intelectual, malvivimos en una sociedad a la que no le resulta rentable el pensamiento. En otras palabras, el sistema actual solamente reconoce como válidas aquellas actividades que generen ingresos y riqueza, no las actividades improductivas. Pero los países ricos son ricos porque nunca renunciaron al intelecto.

De la aseveración de Kiyosaki puede inferirse que el intelecto fue derrotado por la riqueza. Pero ¿podría vivir una sociedad sin intelectuales? Veamos.

Si entendemos que un intelectual es una persona con una corona de laureles que toca la cítara entre nubes y cantos de ave estamos equivocados. Se entiende que son intelectuales aquellas personas que se dedican al estudio, análisis y comprensión de fenómenos de diversa índole, sean tecnológicos, teológicos, antropológicos, sociales, culturales, científicos, financieros, etc.

Una intelectual puede ser una inventora de tecnología cibernética; un estudioso de los procesos naturales o del medio ambiente en el Amazonas. Un intelectual puede discernir sobre aspectos enfocados en la física o la cuántica para comprender y manejar procesos necesarios para la salud y la energía. Un intelectual no es una persona abstracta, es una persona concreta que SÍ juega un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad a la que pertenece.

El señor Kiyosaki utiliza Internet sin ser ingeniero en sistemas: carro sin ser mecánico; casa sin ser constructor; come sin ser chef; se viste sin ser sastre; escucha música sin ser compositor; anda en calles pavimentadas sin ser ingeniero. Sin el intelecto que le puso un pistón a su carro ¿cómo se transportaría el señor? Sin alguien que siembre las frutas, las hortalizas o produzca la carne que come y sin alguien que procese sus alimentos ¿qué comería el señor? ¿Y quién ha dicho que los procesos agropecuarios no requieren intelecto?

Llegamos al tema: el intelecto humano puede crear riqueza, pero la riqueza es más grande que el dinero; más grande que los millones de dólares que alguien pueda tener en su cuenta. La riqueza humana es la humanidad misma y la naturaleza de la que ella es parte. Ninguno de nosotros podría sobrevivir sin la riqueza intelectual que las demás personas aportan a nuestra vida cotidiana.

Que sirva este breve corolario para entrar al tema que nos interesa: ¿de qué manera se expresa la lucha de clases en el campo del intelecto?

Hay muchas maneras de dividir el mundo: en cinco continentes, en norte sur, en dictaduras y democracias, en razas, en climas, en hombres y mujeres, en usos horarios; en sociedades de alcurnia y sociedades sincréticas… pero me interesa el tema de las clases.

Hay países ricos y países pobres (o empobrecidos, que es más exacto); países negros, países blancos; países dominantes y países dominados o explotados y explotadores. Desde una perspectiva cósmica y universal, el mundo es un pueblito, y en los pueblitos hay de todo: gobernantes y gobernados; poderosos y sirvientes; empoderados y desemporedados, delincuentes y buenas ciudadanas, prostitutas y prostituidores.

El planeta, con todo lo más grande que nosotros que es, es un alfeñique pueblito. Ese pueblito ha sido llamado Aldea Global y el efecto mariposa es más cierto que dos y dos son cuatro.

En ese pueblito hay intelectuales de primera, segunda y tercera categoría. Por supuesto que las sociedades desarrolladas tienen a sus pies a los intelectuales de primera (esos intelectuales que, para decir un ejemplo, ganan mucha plata en la tergiversación de genomas por medio de mutaciones de laboratorio y engendros transgénicos). Luego vendrán los intelectuales de segunda que saben de los efectos de una bomba nuclear y la poseen, que saben de la producción en masa, de las tecnologías bélicas y la abundancia de población que representan un gran mercado, pero no poseen el control político del planeta. Finalmente venimos los intelectuales de tercera que tuvimos la suerte de nacer en una región subdesarrollada de la aldea global (llámese sur)

En la lucha de clases de la aldea global, los países pobres no tenemos recursos ni derecho a investigar, pensar o producir con la calidad y cantidad que requiere el mercado de "La Aldea". Quien tenga el intelecto debe viajar al norte para concretar sus sueños. Cualquier intento de abordaje de pensamiento choca contra aquellos que sí tienen el derecho y los recursos para pensar y desarrollarse, que en "La Aldea" se llama Grupo de los Ocho: Estados Unidos, Japón, Alemania Occidental, Italia, Francia, Canadá, Reino Unido y, finalmente, Rusia. Ellos si pueden, deben y hacen intelecto. El que nazca fuera de sus fronteras es baladí o debe buscar un lugar en ellas.

La China continental, Brasil y la India no pertenecen a ese conglomerado, no por razones intelectuales, sino por razones políticas de La Aldea.

El intelectual o la intelectual deben estar en el escalafón que señala La Aldea y en esa Aldea unos son poseedores del pensamiento, mientras los demás debemos pensar como ellos. Eso es al fin y al cabo, cultura.

A eso nos referimos cuando hablamos de lucha de clases, porque en La Aldea la clase dominante tiene derecho a pensar, mientras los dominados sólo tenemos derecho a consumir el pensamiento, la cultura, la tecnología, la ciencia y el arte que ella produce.

¿Acaso no es el momento de pensar en nuestro derecho a pensar? Pero eso pasa definitivamente por el garbo, la tozudez y la valentía de desconectar el televisor.

La lucha de clases en la aldea global sigue existiendo, aunque la clase burguesa se empeñe en negar que dos y dos, sean cuatro. La dialéctica es universa y atemporal.

Quien que quiera oír, que oiga.

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