Saturday, November 14, 2009

Afaganistán: Una guerra imperialista


Lamentamos profundamente la muerte de soldados, tanto más cuanto sus vidas son sacrificadas en aras de los intereses de Estados Unidos y de las oligarquías de los regímenes que le rinden pleitesía. Se miente cuando afirma que la permanencia de nuestras tropas en Afganistán es para garantizar la seguridad de nuestros hogares y ayudar a los pobres afganos con una misión humanitaria.

Contra lo que afirma la propaganda gubernamental, estamos en una guerra. Afganistán no es un país subdesarrollado cualquiera, castigado por hambrunas, catástrofes naturales o epidemias, y necesitado de la cooperación internacional y asistencia caritativa. Estamos en una guerra, y además, en una repugnante guerra imperialista cuyas claves son el petróleo y el gas que atesora el mar Caspio. Su transporte es difícil, pues ha de sortear el territorio de Rusia y del archimalvado Irán, además de caro. La solución proyectada es un gaseoducto que a su salida del Caspio pase por Afganistán y alcance el mar Arábigo por Paquistán. Para ello se hace indispensable el control político y militar de la zona: Turquemenistán, Paquistán y, sobre todo, Afganistán son los objetivos.

El presidente Obama ha dado la orden de incrementar el número de tropas. Se marcha hacía una vietnamización del conflicto e incluso a un nuevo escenario que incluye a Paquistán (”Afgpakistan”). La invasión de este paupérrimo país topa con una resistencia guerrillera islámica cuyo lógico objetivo primordial es hostigar a los ejércitos invasores para provocar la retirada de su territorio. Una vez lo hayan conseguido, revivirán el régimen talibán derrocado en otoño de 2001 después de su desencuentro con la administración estadounidense y sus compañías petrolíferas, que ya entonces proyectaban el oleoducto. Ese régimen no obtendría ninguna simpatía del Partido Nacional Republicano, pero su eventual reimplantación en Afganistán es asunto que compete a los afganos y solamente a ellos.

Paralelamente, Washington presiona a los países europeos para obtener un mayor compromiso militar. El gobierno de Zapatero nos pretende engañar sobre la naturaleza de esa guerra y la indigna misión de nuestras tropas en ella. No cesa en sus peroratas sobre la alianza de civilizaciones y la paz, en nombre de las que dice combatimos contra terroristas y delincuentes. Zapatero participa en la ocupación de Afganistán por las mismas razones que le conducen a participar en las cumbres del G-20, dispensadoras de ayudas multimillonarias a los bancos. La presencia de las tropas españolas en Afganistán corresponde al pago realizado por Zapatero al gobierno norteamericano por la retirada de las tropas de Iraq en 2004, dictada por razones meramente electorales. El papel de Zapatero es, por un lado, el de corifeo agradecido que trata de hacer méritos de cara a Obama. Y por otro, el de un cobarde que intenta que esos estos méritos pasen lo más desapercibidos posible de puertas adentro. Le viene muy bien que nuestras tropas permanezcan acuarteladas la mayor parte del tiempo, pues pretende a toda costa no tener que asistir a funerales castrenses que minen su popularidad y empañen la inmaculada imagen de amante de la paz que tan esmeradamente cultiva. Pero la guerra no sólo es ruidosa, sino que golpea en los puntos más insospechados.

Porque resulta que esta guerra está adquiriendo tintes de desastre. Las tropas invasoras controlan sólo la capital y algunas ciudades de cierta importancia; el resto del país está en manos de guerrillas islámicas financiadas con el tráfico de opio, que vive días de expansión en un país devastado por tres décadas de guerra constante. Tras el combate en el que soldados españoles mataron a 13 guerrilleros afganos, la ministra de Defensa anunció que el Gobierno solicitó al Congreso la ampliación del contingente español en más del 50%. Hasta ese momento había más de 1.200 efectivos en el país afgano, de los que 450 fueron enviados temporalmente para garantizar la seguridad en las elecciones. De acuerdo con los planes del Gobierno, esos 450 se quedarán en Afganistán sin fecha. Y ahora se sumarán 200 militares más. A todo ello hay que añadir las recientes promesas de Zapatero a Obama de envío de fuerzas de la Guardia Civil para entrenar a las tropas gubernamentales del régimen títere y corrupto.

A todo esto, ¿dónde están los comprometidos artistas de la ceja? Recientemente, una acción aérea de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF) en la que participa España, como un aliado más de la OTAN y Estados Unidos, ha causado la muerte de decenas de civiles. Pero no hemos visto que hayan salido a las calles los Bardem, Almodóvar y compañía denunciando esta guerra imperialista. Y da igual que España haya aumentado las tropas en Afganistán y piense hacerlo de nuevo. Para la progresía hay motivos para no hacer nada, porque han cambiado dos cosas: hoy gobierna Zapatero en lugar de Aznar y en la Casa Blanca está instalado Obama en lugar de Bush. ¡Vaya que sí hay motivos!

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