Llegó a conseguir palabras bellísimas: palabras de nadie conocidas, sonidos tropicales, tonos frágiles, significativos equívocos, de asonancias inesperadas, de ritmos únicos; palabras crípticas y hermenéuticas, palabras abiertas como la claridad del alba, fonotemas nocturnos, sintagmas luminosos, verbos del amanecer,
adjetivos marinos, superlativos desesperados, expresiones terribles y vocales transparentes.
Algunas sólo se habían pronunciado una vez, otras permanecían tímidas y secretas. Las iba guardando en una caja de cristal, temeroso siempre del pececillo depredador de lo lingüístico. Las conservaba con esmero, y los días de fiesta, sólo los días de fiesta, las enseñaba ilusionado a los vecinos.
Rafael Pérez Estrada
El ladrón de atardeceres
Friday, April 13, 2007
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