Tengo una hija adolescente, pero mi siembra en ella no comenzó ahora, comenzó incluso cuando soñaba tenerla anidada en mi vientre: la honestidad, el saber que siempre podrá contar conmigo, que si se equivoca no voy a dejar de quererla, la responsabilidad de los propios actos y mil cosas que no podría terminar de enumerar aquí, pero simplificándolo, sin que ello merme lo importante de la tarea, lo que trato cada día es de darle instrumentos para vivir lo más plenamente posible, con la certeza de que ella encontrará otros que serán incluso mejores que los que yo pueda darle, porque es eso lo que hemos hecho todos. Y esto incluye la confianza y la honestidad que le pido y el alboroto de hormonas inevitable, que despierta el amor...
Todo esto viene a colación porque Laura tiene una amiguita (la llamaremos A* y tiene 15 años), a la que quiero entrañablemente y que es -bueno, era- novia de otro chico (J* de 14 años) que, para más INRI, es el hijo de la tutora de ambas. El día de los enamorados esta chiquita y su novio intercambiaron regalos (he de decir que mi casa fue el escondite de muchos regalos de los amigos de Laura, a fin de evitar que sus respectivas parejas pudieran sospechar qué les iban a regalar). El chico, J*, llegó a su casa con un enorme y hermoso oso de peluche y otros regalos que A* le había dado, lo cual implicó que él tuviera que hacer pública la relación que mantiene con esta chica... ¿La reacción de su padre? Decirle a J* que él no tiene edad para tener novia y que ya podía ir cortando con ella y devolviéndole el regalo. La madre del chico, docente, se quedó muda.
Yo no puedo explicarles la mandíbula llegándome a las rodillas cuando Laura me lo contó. ¡O sea! ¿Qué está buscándose ese padre? Que su hijo no le cuente nunca nada más, para empezar. Pero yo me pregunto si es que ese padre recuerda su adolescencia, si es que el tipo tiene la fórmula mágica para detener las hormonas adolescentes y evitar que descubran al sexo opuesto hasta que los padres querramos que se enamoren... Yo desde luego no querría saber de qué va su fórmula, porque yo tengo claro que mi hija se enamorará (o lo está ya) y aunque yo me muera de miedo por dentro (¡Laura, esto no lo leas! ¡ja!), se que no soy su dueña, soy su mamá y la voy a querer entrañable e incondicionalmente siempre, y cuando sea el caso estaré a su lado por si me necesita...
Además ¿quién no recuerda lo sabrosísimo que se sentían las mariposas en la panza cuando se enamoró por primera vez???
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