Por Luis Bruschtein (Pagina12).
El capitán de Alemania, Philipp Lahm, dijo que los argentinos son malos perdedores, su manager Oliver Bierhoff dijo que son agresivos y provocadores y el volante Bastian Schweinsteiger aseguró que los argentinos no respetan al rival ni al árbitro. Los alemanes fueron a este partido como si fuera una pelea entre la Momia y el Caballero Rojo. Es posible que tanta mala onda sea un mecanismo para despertar interés sobre algo que de por sí ya lo tiene. Y se parece mucho a la forma en que la oposición se planta frente al oficialismo en la política argentina con esa parafernalia demonizadora entre buenísimos y malísimos que en los últimos meses les empezó a jugar en contra.
En la política, el punto de inflexión no llegó tan rápido y sería difícil encontrar un solo momento, el punto exacto en que se produjo esa mutación. Todo lo demás es por esa batalla, en ese escenario es donde se da la puja de poder de la que dependen todas las demás.
La presión mediática no tiene la misma fuerza que hace tres o cuatro meses. Ese proceso de desgaste fue más lento y sutil que el que se verificó en pocos días en el enfoque de los festejos del Bicentenario y el Mundial. La corporación mediática puede retroceder en esos dos planos, pero en la puja de poder que se da en la política y la economía no puede retroceder un solo paso aunque se desgaste, allí están jugando a todo o nada. En la política, la oposición dejó pasar un año desde el 28 de junio y en ese tiempo se desinfló el clima a su favor que había logrado instalar con ayuda de los medios durante el conflicto del Gobierno con los productores rurales. El ambiente hostil al Gobierno cambió, no trocó en oficialismo pero le dio un nuevo margen de credibilidad y cierta expectativa. Para los analistas, ese cambio en el humor de la sociedad –salir de una imagen desfavorable–, es más duro que ganar votos. Es difícil medir la consecuencia electoral de ese fenómeno, pero lo cierto es que en las últimas encuestas en el distrito porteño, que siempre le ha sido desfavorable, Néstor Kirchner supera los 20 puntos y sería el candidato que encabeza el pelotón de presidenciables. En su mejor momento, en elecciones presidenciales apenas el kirchnerismo llegó a los 23 puntos en la ciudad de Buenos Aires.
La oposición perdió un año pero finalmente logró consolidar su alianza con los grandes medios y reafirmar el Grupo A, que integran desde De Narváez hasta Pino Solanas, pasando por el socialismo santafesino, la coalición de Carrió, los radicales y todo el peronismo disidente. Demoró un año, pero en diez días logró aprobar el rechazo a los superpoderes, la reforma al Consejo de la Magistratura, convocó al embajador Sadous a la Comisión de Relaciones Exteriores de Diputados, apuntando contra la política latinoamericana y en especial contra la relación con el gobierno de Venezuela, llegó a un acuerdo para aprobar el 82 por ciento móvil para las jubilaciones y la normalización del Indec. Cada uno de estos proyectos, algunos de los cuales ya han ganado mayoría en Diputados, tiene a su vez una fuerte cobertura en los grandes medios. Esa operatoria renueva el perfil a una oposición que hasta ahora no había sabido capitalizar los resultados del año pasado. Por primera vez logró acordar medidas institucionales concretas que pueden obstaculizar y limitar al Gobierno. Por su heterogeneidad, el acuerdo del Grupo A pasa esencialmente por ese objetivo, ya que sería imposible que asumieran un proyecto común. Y allí, los grupos más chicos, por lo general del centroizquierda antikichnerista, tienen que ir a la cola del panradicalismo y el peronismo disidente.
La oposición demoró en transitar este camino casi el mismo tiempo que le llevó al Gobierno recuperar gran parte del espacio que había perdido. En ese tiempo el oficialismo dio en forma simultánea una fuerte pelea con la corporación de los grandes medios, que llegaron a esta fecha también golpeados en su credibilidad. Mientras el Gobierno se recuperaba, los grandes medios perdían credibilidad o capacidad de incidir, se distanciaron de la sociedad. Llegaron a esta coyuntura algo desgastados y etiquetados y con menos impunidad. La estrategia de “todo mal” tuvo un punto de inflexión y ató a esos medios a la suerte del Gobierno. Ellos bajan cuando el Gobierno sube es la consecuencia de una estrategia de guerra total. Más aún: ellos pierden cuando las personas no están sacadas o crispadas o enojadas.
Tanto punto de inflexión anuncia el advenimiento de un período con relaciones de fuerza nuevas y herramientas que se revalúan: se potencia el Parlamento, pero relativamente pierde fuerza el dispositivo mediático y de esa manera también adquiere más peso la performance de la gestión pública y el progreso de la economía. En el Parlamento se fortalece la oposición y desde allí tratará de obstaculizar la gestión, que es el punto fuerte del Gobierno. Obviamente, los grandes medios sumarán su capacidad de fuego hacia el objetivo del desgaste, pero ya no es como hace dos o tres meses. Ahora deberán detectar más finamente esa línea donde las cosas le empiezan a funcionar en contra cuando la sobrepasan. En su lengua: si “la gente” está bien, ellos no.
En estas nuevas disputas se generaron algunas situaciones simpáticas donde, por ejemplo, el oficialismo pedía que se hicieran públicas denuncias en su contra y la oposición se negaba. O que toda la oposición, que en su mayoría congeló y rebajó las jubilaciones cuando fue gobierno, exija ahora la suba de las jubilaciones al 82 por ciento. Y trate de correr con esa vaina al único Gobierno que en décadas aumentó las jubilaciones e incorporó a más de dos millones de jubilados que habrían quedado irremediablemente en la calle tras los gobiernos menemistas y de la Alianza. En esos años, la CTA dio una pelea muy fuerte para reclamar por la suerte de esos millones de inminentes jubilados que quedaban sin protección tras la privatización de las jubilaciones y el surgimiento de las AFJP.
Ambas situaciones son absurdas porque no encajan con los protagonistas. En el caso de las denuncias del ex embajador en Venezuela, Eduardo Sadous, el tema del secreto de sus declaraciones adquirió más importancia que el contenido de esas denuncias. El diario Clarín hizo varias tapas con los dichos de Sadous. Después de la quinta o cuarta ya había una causa abierta en la Justicia. Y al mismo tiempo se sabía que Sadous no podía sostener sus dichos con documentación ni testigos. Es decir, el diplomático decía lo que le habían dicho otras personas. Tampoco él fue testigo de nada. Que un funcionario decida a conciencia presentar una denuncia contra la corrupción debería ser la obligación de todos los funcionarios. Y lo mismo es que la Justicia abra una causa para investigar esas denuncias.
Cuando la oposición lo citó al Congreso, empezaba a convertir esa denuncia en una operación política porque ya se sabía que eran dichos que incluso habían sido desmentidos o explicados por empresarios y funcionarios. Cuando, pese al secreto de sus declaraciones, al día siguiente hubo una nueva tapa de Clarín sobre el supuesto contenido de las denuncias, el famoso secreto pasaba a convertirse también en parte de una operación mediática. Y quedaron aún más en evidencia cuando el oficialismo pidió que se levantara el secreto porque la versión mediática no era fiel a los dichos de Sadous. El secreto se convirtió en un debate que banalizó lo que debería haber sido un tema de calidad institucional. Finalmente, alguien dio a conocer la versión taquigráfica y la operación política y mediática quedó muy expuesta porque no tenía nada que ver con lo que se había publicado.
Si alguien cometió corrupción en el comercio con Venezuela debe ir preso y por eso está bien que la investigación judicial continúe. Pero el circo mediático y político que armó la oposición y al que se prestó también el ex embajador se convirtió en el principal enemigo de la Justicia porque hace aparecer las denuncias como una operación política de nivel zócalo para afectar las relaciones de Argentina con el gobierno de Hugo Chávez, algo que las derechas y la administración norteamericana verían con mucho agrado.
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