El Argentino.
El cardenal Jorge Bergoglio y el obispo Héctor Aguer serán los principales blancos de las críticas. El jefe de la Iglesia católica, por la carta a las carmelitas descalzas que publicó Tiempo Argentino, y el prelado de La Plata, por su intransigencia.
Y sí, yo creo que van a volar muchos platos”, pronosticó un buen conocedor sobre la próxima reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina, que presidirá el cardenal Jorge Bergoglio en agosto. Durante tres días, unos treinta obispos debatirán sobre los temas más variados y prepararán el temario de la próxima Asamblea Plenaria. La sanción de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo meterá la cola en la liturgia. “Es insoslayable”, admitió un obispo que no se ausentará, ni se quedará callado, que se trate el tema.
“Las críticas van a ser fuertes y valientes”, anticipan los especialistas. Y agregan que también serán numerosas y cruzadas. Bergoglio, desde el vamos, será el blanco preferido de muchos. El sector representado por el obispo Héctor Aguer, de La Plata, lo secundará en recibir las recriminaciones. Y ambos, a su vez, repartirán culpas al resto.
El jefe de la Iglesia católica, previsiblemente, será responsabilizado por “la estrategia equivocada”. Las huestes de Aguer creen que venían ganando la discusión pública, que tenían convencida a la sociedad de que la ley no pasaría, hasta que Tiempo Argentino públicó una carta que Bergoglio le escribió a cuatro conventos de monjas carmelitas.
En la esquela le pedía a las religiosas que recen por la Iglesia, por los católicos, por la sociedad, por los senadores y hasta por él mismo. Pero, sobre todo, tenía dos apreciaciones filosas: la idea de que se trataba de un momento de mucha angustia caracterizado como una “guerra de Dios” y la certeza de que la causa real de la propuesta legislativa fue “la envidia del demonio”. El cardenal retrucará –como ya hicieron sus voceros− que la difusión del documento corrió por cuenta de la Agencia Católica Argentina y que él no pidió que se hiciera pública.
Los obispos que no simpatizan con la intransigencia de Aguer, ni con su conservadurismo, le harán a Bergoglio otro tipo de reclamos. Le dirán que su gran error fue dejar en manos de hombres del obispo de La Plata la campaña pública de la Iglesia. Se referirán, claro, a monseñor Antonio Marino, a cargo de la Comisión Episcopal de Seguimiento Legislativo y al perito episcopal Guillermo Cartasso. Los acusarán de rústicos y de carentes de “muñeca política”.
Las paredes de la coqueta sede del Episcopado, en Suipacha, cerca de la Avenida Santa Fe, escucharán también cuestionamientos a lo que llaman “la zonza inocencia” de la que pecó la implementación del plan para derrotar en el Congreso a la ley de matrimonio para personas del mismo sexo. Un obispo admitió en los últimos días que no se contempló que el gobierno nacional también “jugaba” y que el lobby sobre los senadores fue, evidentemente, un fracaso. El hombre puso un buen ejemplo: se presionó a los legisladores de San Juan, y a su gobernador José Luis Gioja, y resulta que Marina Riofrío se fue a la gira por China con la presidenta y faltó el día de la sesión.
El proceso de aprobación de la ley de matrimonio igualitario mostró a la Iglesia como pocas veces. Fue clara la distancia entre la cúpula eclesiástica y la base de curas que ejercen su vocación cerca de los sectores populares. Se escucharon testimonios de sacerdotes que se manifestaron en contra de la postura oficial y la movilización frente al Congreso de la Nación estuvo copada por los católicos de buen pasar. La disputa le reservó a Bergoglio un rol, por lo menos, curioso: defender con un estilo agresivo y arcaico una postura a la que, en rigor, había intentado oponerse en el plenario que se hizo en abril. Ese día, el cardenal sugirió que el camino adecuado sería el de apoyar la Unión Civil. Y perdió la votación a manos de Aguer, que defendió una posición idéntica a la que propone hoy el Vaticano.
El encuentro del 17, 18 y 19 de agosto va a ser clave. Y pesado. En la Iglesia se repite que los obispos “son hermanos, que se pueden decir las peores cosas, pero siempre lo hacen desde esa hermandad”. También se señala que el debate sobre el matrimonio igualitario se va a dar en el marco de una discusión filosófica más grande, pero de igual actualidad, que tironea a la institución entre “el dogma y la misericordia”. Y subrayan que no son de esperar consecuencias inmediatas por eso de “los tiempos de la Iglesia”.
En la Casa Rosada, entre tanto, late aún el clima festivo. “Se van a matar, por lo menos hasta el próximo sínodo no nos van a volver a hacer oposición”, se le escuchó decir a un funcionario, a modo de introducción de una carcajada escandalosa.
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