Sunday, July 4, 2010

Cal el Silencioso o el Puritano en Babilonia




Por Carlos López Dzur / Fundador de La Naranja de OC

William Allen White, en su libro Puritan in Babylon: The Story of Calvin Coolidge [Simon Publications (2001), 484 ps.] describe al presidente número 30 de los EE.UU. como «honesto, sagaz, sentimental, resoluto, un estadounidense a la antigua», o «an American primitive», figura poco dramática en tiempos políticos muy dramáticos. «The undramatis Calvin Coolidge» es visto de modo diferente por unos pocos, lo que depende con qué criterio es juzgado y quien sea el biógrafo revisionista que examina su vida, su carácter y su praxis como senador, vicegobernador de Massachussetts, gobernador y, finalmente, presidente de los EE.UU. (1923-1929).

Unos prefieren no verlo como el presidente taciturno, tipo «do-nothing» / «buenos para nada»; éstos son especialmente, durante la Administración de Reagan, lo que para revalorarlo, sicológicamente, se aprestan a quitarle la cara de apático y de político pragmático y acomodaticio, que consolida las tranquillas de una rama ejecutiva, agónica en su 'ethos' de filosofía política pasiva. Mas no es tarea fácil. El sello del silencio calviniano estuvo inapropiadamente consolidado por una intensificación de la intolerancia. Quien calla otorga y hubo por resultado un resurgimiento del activiismo del Ku Klux Klan, a tal grado que los racistas, envanecidos y en cuasi impunidad, hicieron una Marcha ante la misma Casa Blanca en agosto de 1925. Utilizando sus capuchas y túnicas blancas se personaron unos 40,000 de ellos. ¡A amendrarlo! Y Coolidge no tenía los güevos para decirles: «Fuck all of you, bigots!»

A Cooolidge, al presidente que se le motejó en su época (y por algo sería) «Cal el Silencioso» («The Silent Cal»), el historiador Robert Sobel le adjudica en su Coolidge: An American Enigma (Regnery Publishing, Inc, 2000) más sustancia que la que se le asignara, «una más compleja sabiduría que la sabiduría convenconal que creemos». Es arduo que Sobel le pueda quitar lo matrero, apático y acomodaticio, y darle trascendencia a Coolidge si nunca tomó acción para promocionar derechos civiles y nuevas relaciones entre negros, blancos, indígenas nativoamericanos y minorías; nunca habló en contra del Ku Klux Klan y, como aislacionista, pasó una ley restrictiva contra la inmigración y con especial interés por la exclusión de los japoneses.

Sobel lo quiere trascender sobre otros mediocres y corruptos ejecutivos que le precedieron, y lo presenta como «a champion of civil rights», basándose sólo en el hecho de que fue un poquito más indiscreto («outspoken and liberal-minded») que otros. Mas se lo guardaría en su corazón porque la buena fe que vale y los sentimientos liberales que cuentan son los que se transforman en acción, en palabras, en reprimendas simbólicas a la chusma y él no dio esa talla.

Conozco otros libros sobre el Silencioso Cal, el defendido como «muy inteligente, introspectivo, o tipo espiritual» por los 'Republicans' fascistas de hoy. Uno es la colección de sus citas memorables, recopiladas por Peter Hannaford: The Quotable Calvin Coolidge: Sensible Words for a New Century [Hardbound 2001]; mas del que me interesa, en esta oportunidad, una aproximación temática es el de William Allen White que lo describe como «un puritano en Babilonia». Un Coolidge que tampoco tomó acción frente a hechos que se vivieran durante su administración, como son su inhabilidad para prevenir la especulación en los mercados financieros de bonos («stock market»), ni por proteger el crédito nacional y ni supo lidiar con los motines raciales.

Allen White da en el clavo cuando dice, que no siendo un estúpido y ni suya la culpa nata o voluntaria por su personalidad timidona («a very shy guy») ni su sentido del humor tan soso, sí fue un político honesto, austero, dispuesto a vivir de su salario, aunque su paso por la Casa Blanca fue un desperdicio de oportunidades. No tenía visión y de ahí que ese trío de Republicanos del decenio de los 1920s (Harding-Coolidge-Hoover) representa la mediocridad. Son políticos del «status quo», perpetuadores del estancamiento, a los que sólo se les puede acreditar positivamente por asuntos menores, si uno los compara con el «interregnum entre las administraciones de Wilson y Franklyn D. Roosevelt».

En el libro A Puritan in Babylon: The Story of Calvin Coolidge hay un mejor recuento de por qué Cal el Silenciono no es uno de los mejores presidentes, pese al esfuerzo de los conservadores de la Derecha estadounidense por cosmetizar su mediocridad y «acrecentarlo» más ante su obvia renuencia a hablar y ante las autocríticas con que se mofaba de sí mismo. Puede que la gente confiara en él, ya que sólo perdió una elección; pero, él tuvo muy pocas ideas y la gente simplona, suele confiar en los simplones y los conservadores suelen ser simples, aunque se sientan «envalenados» cuando alguien simplón y zafio les dice, no con arte persuasivo, sino simplonamente, «a lo Reagan», que hay que apoyar el voto femenino y asegurarse que no venga el japonés («anti immigration efforts») u algún otro inmigrante que se suponga el enemigo. Su ley antiinmigratoria de 1924 es descrita como «the most sweeping immigration reform in American history, drastically curtailing legal entry into the United States».

La adminstración de Ronald Reagan le dio la bendición al historiador David Greenberg para que recogiera aquellos datos que harían del trigésimo presidente Calvin Coolidge, uno digno de su dicho: «Calvin fue uno de los presidentes más menospreciados» y «comprometidos con el gobierno minimalista» y quien, en sus dos términos, en medio de una productividad económica robusta de la nación, dio uso pionero a la infraestructura de las relaciones públicas (radio, películas y fotografía) como herramientas de campaña política. Greenberg admite a Coolidge con ciertas agallas, pero, obsesionado con mejorar su imagen, no en sentido táctico, pero estratégico, pues el uso de la radio le daba una distancia segura y a la vez confianza para originar el apoyo popular amplio, que no requería su presencia., «—making him, in this sense, truly a modern president».

Claro está, a mi, los libros de David Greenberg para juzgar hechos y personalidades históricas no me gustan; me parecen encargos a «fabricadores de imágenes». En ese tipo de investigación, él es bueno. Y lo probó con la faena de justificar a Tricky-Dick, ese fantoche fascista en su libro Nixon’s Shadow: The History of an Image. Greenberg es el historiador de los mentirosos y embaucadores, gente que vale históricamente dos centavos. ¿Qué importa que otra patán como Ronald Reagan, el fan número uno de Coolidge, haya colgado en el Salón de su Gabinete o su recámara un retrato del Cal el Silencioso? «A kind of proto-Reagan: Coolidge was, if not a Great Communicator, at least a pretty darn good one, mastering radio in much the same way Reagan mastered television».

He aquí a Reagan el Gran Comunicador bendiciendo a Cal el Silencioso por inventarse el término 'photo op', como la oportunidad de que el votante se lleve su «recuerdito» / el souvenir / de una foto con el presidente o una de las celebridades de Broadway o Hollywood que él concitaba, a falta de la capacidad para discutir y debatir con los 'chicos de la prensa', con los que sólo se daba a platicar sobre frivolidades. Reagan, sin duda, debió sentirse agradecido de este Cal austero hasta con las palabras, al que el profesor Greenberg, de Rutgers University, no tarda en considerar un «consumado maestro de relaciones públicas y los medios noticiosos» ya que, en su tiempo, empleó a la crema y nata de los publirrelacionistas, incluyendo a afamados «image-makers», hacedores de imágenes, como Bruce Barton y Edward Bernays, para que le remienden su imagen de pendejete bonito. Ahora bien, la imagen se puede remediar, pero las cobardías e insuficiencias de espíritu no. Y eso es lo que faltaba en él.

Tanto William Allen White, como Greenberg en su libro Calvin Coolidge [The American Presidents Series], destacan que Coolidge se sentía diferente ante una era que advendría tras la Guerra Civil y que llamaba «a new era to which I do not belong», la nueva era a la que no pertenezco. Esta es, en general, la que W. Allen White metaforiza como «la neo-Era de Babilonia», esto es, la Norteamérica de la especulación y el pánico en los mercados financieros y que se dramatizaría con su peligrosidad con el Viernes Negro que devastó las acciones en el Mercado de la Bolsa en 1929. Ante esa Babilonia, coinciden H. L. Mencken, Walter Lippmann y Allen White, en describir a Cooligde como el puritano. Un puritano hipócrita, enfatizaría Lippmann, al describir el «puritanismo de luxe» de Cal el Silencioso, «en el cual es posible elogiar todas las clásicas virtudes mientras se continúa en el disfrute de los adelantos modernos».

Mas pese a la ilusión de los historiadores, adláteres de Reagan, que quieren salvar este muerto para la historia, para justificar una economía robusta antes de desatarse el Viernes Negro («stock market Crash») y la Gran Depresión resultante, los economistas de Coolidge no entendían y, más bien, ignorarin la debilidad estructural de la economía en el decenio. A Woodrow Wilson le tocará, como herencia la ignorancia de ese trío, incluyendo la entrada a la Primera Guerra Mundial y la Depresión, antes que ocurra la transformación de Norteamérica (antes agrarista, llena de su moralismo puritano y esencia aislacionista) en una Babilonia liberal que se haría una potencia industrializada, más interesada en asuntos extranjeros que serían los peligros del progreso («the perils of prosperity», según la metáfora paradójica de William E Leuchtenburg en The Perils of Prosperity, 1914-1932 (ed. 1993).

El libro de Allen White sirve para poner las citas que Peter Hannaford recopilara en su verdadero contexto. A Calvin Coolidge gustaba pensarse como «a practitioner of laissez faire». Defensor del «laissez le bon temps roulez». No daría cuenta a nadie en materia de asuntos extranjeros y hablaría el lenguaje de las posturas «sin compromiso» («uncompromising stance» en casi todo asunto). Lenguaje ambiguo, sin ambiciones... Rechazó que EE.UU. se asociara a la Corte Mundial o la Liga de las Naciones. Durante la Era de la Prohibición o la Ley Seca, él quien personalmente no creía en la Prohibición, vetó una ley en 1920 que hubiese permitido la venta de cervezas o vinos con menos del 2.75% de alcohol en Massachusetts, lo que violaba la 18th Enmienda de la Constitución de la nación.

En los años difíciles de motines racialmente motivados, turbas salvajes de blancos rencorosos y racistas, maleantes traficando licores, huelgas de obreros, las policías y tropas federales en medio, Cal el Silencioso quería que el obrero del Gobierno Estatal y federal viviera conforme al bajo salario y el Gobierno con el mínimo de personal. Quería ser lo que en la terminología del conservatismo actual se designa como «a small-government conservative»; pero, serlo a costa de los trabajadores. Este fue su comportamiento durante la Huelga de la Policía de Boston en 1919 y que lo llevó a la notoriedad nacional y como el Vicepresidente número 19 en 1920 y sucesor por la repentina muerte de Warren G. Harding en 1923 a la presidencia. Fue electo en su derecho en 1924 como presidente.

Mas, con su antiobrerismo, lucró con el poder político en favor del la nueva cultura comercial de Babilonia. Y si la policía tendría que utilizarse para la peligrosa función de cuidar del orden y la represión, en tiempos de violentos motines, el Peligro Rojo y de los delincuentes y hampones en tráfico de licores, no entendía él quien debería merecer sus mínimos aumentos salariales. La seguridad (que la policía no se vaya a la huelga) le interesaba; pero, el miedo a una sociedad desprotegida aún más y que le cueste al obrero que se quien se expone, no al gobierno. ¿Es ésta la forma en que piensa un «Progressive Republican», ¿siendo anti-obtrero?... Al menos defendió el sufragio femenino y la elección directa de los senadores federales.

Hasta con la «Nueva Era» de su América babilónica y mercantil, Coolidge fue ambiguo. El apoyó aumentos de tarifas para la protección del mercado doméstico y engordaron así las ganancias corporativas, mas seguiría anti-obrero. El Secretario de Comercio de Calvin, Herbert Hoover, mucho más inteligente y capaz, fue quien utilizó con energía la capacidad auspiciadora del gobierno para promover negocios eficientes que, en estos tiempos, fueron las aerolíneas y la radio. Precisamente, a su mejor hombre no le quería ni como compañero en la papeleta electoral.

Se justificó con una de esas muy citadas explicaciones memorables: «El principal negocio de los estadounidenses es el negocio». No se sospechó la enorme burbuja infalcionaria que vendría a la economía ni la miseria que devendría en el sector agrícola. Su sucesor Hoover y, luego Roosevelt, verían el colapso del suministro económico de la Reserva Federal; pero todo comenzó con Cal el Silencioso que, como Bush, dejó a Obama «en la crisis y pifiando en la loma». Mas el cínico de Calvin Coolidge solía decir: «Yo no elegí competir» / «I do not choose to run», como si dijera «no me echen la culpa de nada en este desastre».

Los políticos fracasados cuando terminan sus peridos suelen correr a escribir su libro de justtificaciones, que suelen ser reflexiones sobre lo que no hicieron y, ahora cuando no están en el poder, quisieran hacer. Así es como una de las citas de su autobiografía y que contiene su discurso de 1914: Have Faith in Massachusetts, que resumen su filosofía de gobierno. Cuando se finaliza la lectura, la reacción consecuente es: 'mira todo lo que no hizo' y el irresoluto de Cal El Silencioso lo había pensado. ¡Qué desgracia y oportunidades desperdiciadas!

Do the day's work. If it be to protect the rights of the weak, whoever objects, do it. If it be to help a powerful corporation better to serve the people, whatever the opposition, do that. Expect to be called a stand-patter, but don't be a stand-patter. Expect to be called a demagogue, but don't be a demagogue. Don't hesitate to be as revolutionary as science. Don't hesitate to be as reactionary as the multiplication table. Don't expect to build up the weak by pulling down the strong. Don't hurry to legislate.

Durante la administración presidencial de Calvin, la gente del Ku Klux Klan perdió mucha influencia en el gobierno; no toda, claro. Los clanistas le escribían y ule recordaban, en 1924, que los EE.UU. es «white man's country»: Y él se hacía el gallo bolo diciendo: «....I was amazed to receive such a letter. During the war 500,000 colored men and boys were called up under the draft, not one of whom sought to evade it. [As president, I am] one who feels a responsibility for living up to the traditions and maintaining the principles of the Republican Party. Our Constitution guarantees equal rights to all our citizens, without discrimination on account of race or color. I have taken my oath to support that Constitution....»

Pero ese mismo que compadeció al medio millón de negros que sirven en el Ejército, aunque firmara el acta que diera la ciudadanía norteamericana a los indígenas nativoamericanos (los auténticos dueños de los territorios y nacidos en el país), la citada «Indian Citizenship Act», los mantuvo en reservaciones. No dio derechos culturales adicionales a los que ellos ya tenían por vivir aislados y al margen de la corriente principal. Coolidge no tuvo ni buscó la fuerza moral ni la voluntad política para forzar que se aprobaran leyes contra los linchamientos de negros, judíos o indígenas. Los demócratas del Sur hacían lo que le daba la gana y los republicanos del Norte eran tan racistas como los del Sur.

Coolidge nunca reconoció a la Unión Soviética ni la Revolución Mexicana. De hecho, engordaba el fantasma del Peligro Rojo. Su columna sindicada, con sus dichos, «Calvin Coolidge Says», que se publcaran de 1930 a 1931, está llena de sus temores, ambiguedades y una quer otra de sus intuiciones positivas. Uno de sus mejores pensamientos es el que elabora una idea casi anarquista: «Collecting more taxes than is absolutely necessary is legalized robbery». Esto es, recaudar más impuestos que los que son realmente necesarios es robo legalizado.

Tenía un sentido federalista, recortado por lo que quiso entender como responsabilidades estatales, de modo que siendo presidente no hizo lo que como Gobernador de Massachusetts, cuando Coolidge apoyó legislación sobre salarios y horas de trabajo, oposición al trabajo infantil, seguridad en los talleres de empleo y otras medidas. Pero estamos hablando sobre el abogadillo gris que fue, sin agallas para organizar socialmente una nación en transición. Ni siquiera hablamos sobre un verdadero progresivista social

Calvin Coolidge (1872-1933) es un administrador publicitario, como esos que enaltece David Greenberg al escribir biografías de gente que ha tenido poder en sus manos y no hace otra cosa que cantar loas o lamentos al ego. Calvin fue el creyente en la publicidad como el lado espiritual del comercio, un aspecto cosmético del capitalismo y lo mejor de sus pensamientos estaba en éso: «Advertising is the life of trade... Advertising ministers to the spiritual side of trade. It is great power that has been entrusted to your keeping which charges you with the high responsibility of inspiring and ennobling the commercial world. It is all part of the greater work of the regeneration and redemption of mankind... After all, the chief business of the American people is business. They are profoundly concerned with buying, selling, investing and prospering in the world».

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