Por Hernán Mena Cifuentes / periodista venezolano
Thanksgiven Day, oculta uno de los más grandes genocidios de la historia
Caracas: Este día 26, como todo último jueves de noviembre de cada año, en EEUU se celebra el Día de Acción de gracias, -Thanksgiven Day- festividad que, paradójicamente, más que agradecimiento, recuerda un acto de suprema ingratitud y oculta el inicio de uno de los más grandes genocidios de la historia, como fue el exterminio del pueblo originario del país por los invasores que llegaron de Inglaterra.
Y es que, como antes sucedía «la historia la escribían los vencedores», los que se lanzaron a la conquista y colonización de pueblos para someterlos, asesinarlos y saquear los recursos naturales, -oro, plata, estaño, perlas, esmeraldas y otras riquezas- que llevaron como botín a sus países y que por obra de lo robado se enriquecieron hasta convertirse en grandes potencias o imperios, como sucedió con España, Inglaterra, Francia y Holanda, entre otros.
Por eso es que los cronistas que narraban la historia del Día de Acción de gracias, como los que contaban lo acontecido a partir del 12 de octubre de 1492 en América Latina y el Caribe después de que a la pequeña isla de Guanahaní arribó un grupo de invasores españoles, nunca dijeron toda la verdad sobre el proceso iniciado ese día y que culminó con el exterminio casi total de los pueblos originarios del subcontinente.
Pero, entre de los cambios revolucionarios que en el ámbito político, ideológico, social y cultural del mundo se dieron como resultado de la rebelión de los que un día fueron los vencidos, y que lograron liberarse, lo mismo que en el marco de los movimientos progresistas nacidos que seno de las mismas potencias, ha surgido una generación de historiadores que han rescatado la verdad histórica del abismo de manipulación, mentira y distorsión en que estaba sumida.
Gracias a ellos, ahora se sabe que la fiesta del Thanksgiven Day, no sólo fue un acto de gratitud para dar gracias a Dios por el alimento concedido a aquellos pilgrims del siglo XVII salvados de hambre porque los indígenas que les enseñaron a cultivar su alimento, sino un evento, punto de partida de masacres perpetradas contra sus benefactores, cuyas chozas incendiaron con niños, mujeres y ancianos en su interior y quemaron vivos y decapitaron a los sobrevivientes.
Robert Jensen, periodista y escritor estadounidense, es uno de los valientes historiadores que ha desafiado el odio y la furia de un Estado que pretende seguir ocultando la verdad del Thanksgiven Day, escribiendo artículos de prensa y libros que hablan del genocidio que llevó al casi exterminio de millones de indígenas, dejando hoy sólo unos pocos con vida que sobreviven en esos campos de concentración llamados reservaciones.
«Un indicio de progreso moral en EEUU, -señala Jensen en uno de sus trabajos periodísticos- sería reemplazar el Día de Acción de Gracias y su auto indulgente festín familiar por un día de Expiación, acompañado de un ayuno colectivo de autorreflexión».
«Uno de los instrumentos para domesticar la historia, -destaca más adelante el profesor Jensen- lo constituyen las diversas celebraciones patrióticas con el Thanksgiven Day como eje de la construcción del mito estadounidense».
Desde muy pequeños, -señala a continuación- los estadounidenses escucharon la historia de los valerosos peregrinos, cuya búsqueda de la libertad los llevó desde Inglaterra hasta Massachussets. Allí, ayudados amigables indios Wampanoag sobrevivieron en un entorno duro que terminó con un banquete de la primera cosecha en 1621 tras el primer invierno que pasaron allí».
«Pero también es verdad, que en 1637, el gobernador de Massachussets, John Winthrop, instituía el Día de Acción de gracias, por el éxito de la masacre de centenares de indios Pequot, hombres, mujeres y niños, como parte de un largo y sangriento proceso para conseguir tierras adicionales en las que asentar a los invasores ingleses».
El gobernador de Plymouth William Bradford, al comentar en un escrito la matanza perpetrada en la aldea indígena, expresó: «A los que escaparon del fuego, los pasaron a cuchillo, algunos descuartizados, otros atravesados con sus estoques, de manera que los despacharon rápidamente y muy pocos escaparon. Era un espectáculo espantoso verlos arder en el fuego».
El hedor y la peste eran horribles, pero la victoria parecía un dulce sacrificio, y le rezaron a Dios que los había ayudado tan maravillosamente». Estaban muy agradecidos de la ayuda divina, y es que las autoridades coloniales de acendrada religiosidad puritana, habían consultado la Biblia, «encontrando en el Levítico 24:44, justificación para matar a la mayoría de los hombres pequot y vender como esclavos a las mujeres y los niños».
El proceso, -manifiesta Jensen en su ensayo- se repetiría en todo el continente hasta exterminar, entre el 95 y 99% de los indígenas estadounidenses, mientras al resto se les permitió integrarse en la sociedad blanca, o que se extinguieran en las reservas, fuera de la vista de la buena sociedad».
Pero el racismo despiadado que desataron los peregrinos se extendió con el tiempo a lo largo y ancho de lo que eran las 13 colonias que se independizarían en 1776 de Inglaterra para convertirse en los EEUU y no sólo fue un sentimiento de desprecio del común de los invasores hacia el pueblo originario, sino que también incubó con toda su maldad en la mente de los padres fundadores de la nación, como lo revela el periodista en su artículo.
«El primer presidente, George Washington, -señala Jensen- dijo en 1783, que él prefería comprar las tierras de los indios en lugar de echarlos de ella, porque ello equivaldría a echar a «las fieras salvajes» del bosque. Comparaba a los indios con los lobos. «Ambos son bestias de presa, aunque se diferencian en la forma».
«A Thomas Jefferson, tercer presidente y autor de la Declaración de Independencia, que se refiere a los indios como «los despiadados indiossalvajes,-señala mas adelante- se le conoce por haber idealizado a los indígenas y a su cultura, lo que no le impidió escribir a su secretario de Guerra, en 1807, ante un inminente enfrentamiento con ciertas tribus: «los exterminaremos a todos».
Y al referirse al Nobel de la Paz Theodore Roosevelt, el académico recuerda que, «cuando el genocidio llegaba a su fin a principios del siglo XX, T.R., vigésimo sexto presidente (de EEUU) defendía la expansión de los blancos en todo el continente como un proceso inevitable «debido exclusivamente a la energía de las razas civilizadas que no han perdido su instinto bélico y que con su expansión están llevando la paz (') a las llanuras rojas donde
dominan los pueblos bárbaros del mundo».
«Roosevelt – continúa el artículo de Jensen- en cierta ocasión también dijo: «No llego a pensar que los únicos indios buenos son los indios muertos, pero creo que 9 de cada 10 no lo son y no me atrevería a investigar mucho sobre el décimo».
¿Cómo pudo otorgársele el Premio Nobel de la Paz ese depredador de pueblos', se pregunta mucha gente, y no encuentran más respuesta que, así como él, también lo recibieron Henry Kissinger, Woodrow Wilson, Shimon Pérez, criminales que promovieron la invasión países donde se asesinó miles de personas.
A continuación, luego de exponer a la luz los oscuros sentimientos que hacia el pueblo originario y auténticos dueños de la tierra estadounidense dominaban la mente de esos gobernantes yanquis, Jensen se pregunta: ¿Cómo
debe un país afrontar el hecho de que sus más reverenciadas figuras históricas tenían unos valores morales y opiniones prácticamente idénticas a las de los nazis'...
Sin embargo, su herencia de falsa imagen de nobleza le fue transmitida a muchos de los que le sucedieron en la presidencia, que aprovecharon el Día de Acción de Gracias para exhibirse como hombres piadosos y magnánimos, siendo Harry S. Truman, quien ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, el que en 1947 inició la tradición de indultar a un pavo destinado a servir de cena a los inquilinos de la Casa Blanca.
Por su parte, George W. Bush, el sicópata asesino en serie no se quedó atrás, y el año pasado, en víspera de la última celebración del Thanksgiven Day que presidiría como presidente del país, perdonó la vida, no a uno, sino a dos pavos, magnanimidad que no tuvo para evitar la muerte del mas de un millón de seres humanos que perecieron por las guerras que lanzó sobre Irak y Afganistán.
Lo mismo hizo este miércoles Barack Obama, quien indultó igualmente a dos pavos que se salvaron de ser la cena de la familia en el Día de Acción de Gracias, lo que también podría interpretarse como un gesto del primer mandatario negro de EEUU, en busca de recuperar la imagen de hombre de paz que presentó al asumir la presidencia del país, la cual se ha desteñido por su afán de seguir atizando el fuego las guerras que heredó de Bush.
Esta es, a grandes rasgos, la historia del Día de Acción de Gracias, -Thanksgiven Day- que encierra una verdad terrible, la tragedia de un pueblo llevado al exterminio por la ambición acunada en el corazón de invasores europeos y sus descendientes blancos, quienes para arrebatarle su tierra perpetraron uno de los mayores genocidios de la historia, sólo superado por el cometidos siglos antes por los españoles contra sus hermanos de América Latina y el Caribe.
Lo hicieron usando la máscara risueña de una celebración llamada Día de Acción de gracias, disimulado bajo la alegría de una cena tradicional, crimen que se mantuvo oculto durante siglos hasta que una generación de valientes cronistas estadounidenses rescató la verdad histórica, como lo hicieron los que denunciaron el genocidio cometido en América Latina y el Caribe por los invasores españoles.
Por eso, el pavo que desde entonces se sirve en millones de hogares de EEUU en la fiesta de Thanksgiven tiene el sabor amargo del recuerdo de un pueblo exterminado, como lo tenía para sus hermanos latinoamericanos y caribeños el mal llamado Día del Descubrimiento, al que le cambiaron el nombre para designarlo Día de la Resistencia Indígena, en memoria de sus antepasados que prefirieron morir de pie antes que vivir de rodillas, sojuzgados.
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Y es que, como antes sucedía «la historia la escribían los vencedores», los que se lanzaron a la conquista y colonización de pueblos para someterlos, asesinarlos y saquear los recursos naturales, -oro, plata, estaño, perlas, esmeraldas y otras riquezas- que llevaron como botín a sus países y que por obra de lo robado se enriquecieron hasta convertirse en grandes potencias o imperios, como sucedió con España, Inglaterra, Francia y Holanda, entre otros.
Por eso es que los cronistas que narraban la historia del Día de Acción de gracias, como los que contaban lo acontecido a partir del 12 de octubre de 1492 en América Latina y el Caribe después de que a la pequeña isla de Guanahaní arribó un grupo de invasores españoles, nunca dijeron toda la verdad sobre el proceso iniciado ese día y que culminó con el exterminio casi total de los pueblos originarios del subcontinente.
Pero, entre de los cambios revolucionarios que en el ámbito político, ideológico, social y cultural del mundo se dieron como resultado de la rebelión de los que un día fueron los vencidos, y que lograron liberarse, lo mismo que en el marco de los movimientos progresistas nacidos que seno de las mismas potencias, ha surgido una generación de historiadores que han rescatado la verdad histórica del abismo de manipulación, mentira y distorsión en que estaba sumida.
Gracias a ellos, ahora se sabe que la fiesta del Thanksgiven Day, no sólo fue un acto de gratitud para dar gracias a Dios por el alimento concedido a aquellos pilgrims del siglo XVII salvados de hambre porque los indígenas que les enseñaron a cultivar su alimento, sino un evento, punto de partida de masacres perpetradas contra sus benefactores, cuyas chozas incendiaron con niños, mujeres y ancianos en su interior y quemaron vivos y decapitaron a los sobrevivientes.
Robert Jensen, periodista y escritor estadounidense, es uno de los valientes historiadores que ha desafiado el odio y la furia de un Estado que pretende seguir ocultando la verdad del Thanksgiven Day, escribiendo artículos de prensa y libros que hablan del genocidio que llevó al casi exterminio de millones de indígenas, dejando hoy sólo unos pocos con vida que sobreviven en esos campos de concentración llamados reservaciones.
«Un indicio de progreso moral en EEUU, -señala Jensen en uno de sus trabajos periodísticos- sería reemplazar el Día de Acción de Gracias y su auto indulgente festín familiar por un día de Expiación, acompañado de un ayuno colectivo de autorreflexión».
«Uno de los instrumentos para domesticar la historia, -destaca más adelante el profesor Jensen- lo constituyen las diversas celebraciones patrióticas con el Thanksgiven Day como eje de la construcción del mito estadounidense».
Desde muy pequeños, -señala a continuación- los estadounidenses escucharon la historia de los valerosos peregrinos, cuya búsqueda de la libertad los llevó desde Inglaterra hasta Massachussets. Allí, ayudados amigables indios Wampanoag sobrevivieron en un entorno duro que terminó con un banquete de la primera cosecha en 1621 tras el primer invierno que pasaron allí».
«Pero también es verdad, que en 1637, el gobernador de Massachussets, John Winthrop, instituía el Día de Acción de gracias, por el éxito de la masacre de centenares de indios Pequot, hombres, mujeres y niños, como parte de un largo y sangriento proceso para conseguir tierras adicionales en las que asentar a los invasores ingleses».
El gobernador de Plymouth William Bradford, al comentar en un escrito la matanza perpetrada en la aldea indígena, expresó: «A los que escaparon del fuego, los pasaron a cuchillo, algunos descuartizados, otros atravesados con sus estoques, de manera que los despacharon rápidamente y muy pocos escaparon. Era un espectáculo espantoso verlos arder en el fuego».
El hedor y la peste eran horribles, pero la victoria parecía un dulce sacrificio, y le rezaron a Dios que los había ayudado tan maravillosamente». Estaban muy agradecidos de la ayuda divina, y es que las autoridades coloniales de acendrada religiosidad puritana, habían consultado la Biblia, «encontrando en el Levítico 24:44, justificación para matar a la mayoría de los hombres pequot y vender como esclavos a las mujeres y los niños».
El proceso, -manifiesta Jensen en su ensayo- se repetiría en todo el continente hasta exterminar, entre el 95 y 99% de los indígenas estadounidenses, mientras al resto se les permitió integrarse en la sociedad blanca, o que se extinguieran en las reservas, fuera de la vista de la buena sociedad».
Pero el racismo despiadado que desataron los peregrinos se extendió con el tiempo a lo largo y ancho de lo que eran las 13 colonias que se independizarían en 1776 de Inglaterra para convertirse en los EEUU y no sólo fue un sentimiento de desprecio del común de los invasores hacia el pueblo originario, sino que también incubó con toda su maldad en la mente de los padres fundadores de la nación, como lo revela el periodista en su artículo.
«El primer presidente, George Washington, -señala Jensen- dijo en 1783, que él prefería comprar las tierras de los indios en lugar de echarlos de ella, porque ello equivaldría a echar a «las fieras salvajes» del bosque. Comparaba a los indios con los lobos. «Ambos son bestias de presa, aunque se diferencian en la forma».
«A Thomas Jefferson, tercer presidente y autor de la Declaración de Independencia, que se refiere a los indios como «los despiadados indiossalvajes,-señala mas adelante- se le conoce por haber idealizado a los indígenas y a su cultura, lo que no le impidió escribir a su secretario de Guerra, en 1807, ante un inminente enfrentamiento con ciertas tribus: «los exterminaremos a todos».
Y al referirse al Nobel de la Paz Theodore Roosevelt, el académico recuerda que, «cuando el genocidio llegaba a su fin a principios del siglo XX, T.R., vigésimo sexto presidente (de EEUU) defendía la expansión de los blancos en todo el continente como un proceso inevitable «debido exclusivamente a la energía de las razas civilizadas que no han perdido su instinto bélico y que con su expansión están llevando la paz (') a las llanuras rojas donde
dominan los pueblos bárbaros del mundo».
«Roosevelt – continúa el artículo de Jensen- en cierta ocasión también dijo: «No llego a pensar que los únicos indios buenos son los indios muertos, pero creo que 9 de cada 10 no lo son y no me atrevería a investigar mucho sobre el décimo».
¿Cómo pudo otorgársele el Premio Nobel de la Paz ese depredador de pueblos', se pregunta mucha gente, y no encuentran más respuesta que, así como él, también lo recibieron Henry Kissinger, Woodrow Wilson, Shimon Pérez, criminales que promovieron la invasión países donde se asesinó miles de personas.
A continuación, luego de exponer a la luz los oscuros sentimientos que hacia el pueblo originario y auténticos dueños de la tierra estadounidense dominaban la mente de esos gobernantes yanquis, Jensen se pregunta: ¿Cómo
debe un país afrontar el hecho de que sus más reverenciadas figuras históricas tenían unos valores morales y opiniones prácticamente idénticas a las de los nazis'...
Sin embargo, su herencia de falsa imagen de nobleza le fue transmitida a muchos de los que le sucedieron en la presidencia, que aprovecharon el Día de Acción de Gracias para exhibirse como hombres piadosos y magnánimos, siendo Harry S. Truman, quien ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, el que en 1947 inició la tradición de indultar a un pavo destinado a servir de cena a los inquilinos de la Casa Blanca.
Por su parte, George W. Bush, el sicópata asesino en serie no se quedó atrás, y el año pasado, en víspera de la última celebración del Thanksgiven Day que presidiría como presidente del país, perdonó la vida, no a uno, sino a dos pavos, magnanimidad que no tuvo para evitar la muerte del mas de un millón de seres humanos que perecieron por las guerras que lanzó sobre Irak y Afganistán.
Lo mismo hizo este miércoles Barack Obama, quien indultó igualmente a dos pavos que se salvaron de ser la cena de la familia en el Día de Acción de Gracias, lo que también podría interpretarse como un gesto del primer mandatario negro de EEUU, en busca de recuperar la imagen de hombre de paz que presentó al asumir la presidencia del país, la cual se ha desteñido por su afán de seguir atizando el fuego las guerras que heredó de Bush.
Esta es, a grandes rasgos, la historia del Día de Acción de Gracias, -Thanksgiven Day- que encierra una verdad terrible, la tragedia de un pueblo llevado al exterminio por la ambición acunada en el corazón de invasores europeos y sus descendientes blancos, quienes para arrebatarle su tierra perpetraron uno de los mayores genocidios de la historia, sólo superado por el cometidos siglos antes por los españoles contra sus hermanos de América Latina y el Caribe.
Lo hicieron usando la máscara risueña de una celebración llamada Día de Acción de gracias, disimulado bajo la alegría de una cena tradicional, crimen que se mantuvo oculto durante siglos hasta que una generación de valientes cronistas estadounidenses rescató la verdad histórica, como lo hicieron los que denunciaron el genocidio cometido en América Latina y el Caribe por los invasores españoles.
Por eso, el pavo que desde entonces se sirve en millones de hogares de EEUU en la fiesta de Thanksgiven tiene el sabor amargo del recuerdo de un pueblo exterminado, como lo tenía para sus hermanos latinoamericanos y caribeños el mal llamado Día del Descubrimiento, al que le cambiaron el nombre para designarlo Día de la Resistencia Indígena, en memoria de sus antepasados que prefirieron morir de pie antes que vivir de rodillas, sojuzgados.
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