Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta puertorriqueño
La humanidad cristiana, la que dice profesar las enseñanzas de Jesucristo, es estimada en 1.7 billones de personas en todo el planeta Tierra. A lo largo de unos dos mil años el cristianismo se ha dividido en multiples grupos, todos predicando que tienen la verdad y que son fieles a sus creencias. Pero la misma historia seglar nos demuestra que esas multiples religiones han caído en una serie de errores que son un retrato fiel y exacto de aquello que Jesucristo llamó la gran apostasía. Apostasía, en términos bíblicos, no es otra cosa que el abandono de la verdadera causa, adoración y servicio a Dios. En suma, renunciar a lo que antes se profesaba y un total abandono de esos principios o de la fe. ¿Qué hechos demuestran este descarrilamiento de la cristiandad? Veamos.
La propia historia del hombre da fe de que las religiones cristianas han entrado en un apretado abrazo con los gobiernos de este mundo. Han marchando juntos a las guerras. Las iglesias se han vuelto poderosas en sentido material. Sus relaciones estrechas con el mundo financiero es innegable. Sus líderes -a todo nivel- han fallado en la moral, en la ética, y en lo espiritual. Sus enseñanzas cristianas las han diluído y adulterado con el llamado conocimiento de la alta intelectualidad. Esas mismas enseñanzas las han empastelado con el paganismo y la mitología que recogieron de Grecia, Roma, Egipto, Asiria, Babilonia y otros muchos pueblos paganos.
En otras palabras, el cristianismo se ha vuelto mundano; cayendo así en la predicha apostasía que Jesucristo le advirtió a sus discípulos. Jesucristo también enseño que no se podía estar en dos mesas al mismo tiempo. También dijo que «el que conmigo no recoge, desparrama».
Si escudriñamos bien la Biblia vamos a encontrar una dura realidad. Siempre que Dios habla de su verdadero pueblo se refiere, inconfundiblemente, a un resto. En otras palabras, su verdadero pueblo siempre ha sido uno pequeño, carente de poder político, despojado de riquezas supérfluas, y sin una tilde de estar mezclado en ideas falsas. ¿Puede la cristiandad de la actualidad adjudicarse una transparencia moral y espiritual de esta magnitud? Su trayectoria histórica la delata como apóstata de esos grandes principios enseñados por Jesucristo, y luego por sus fieles apóstoles y seguidores.
Jesucristo le hizo este gran pedido a su Padre: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo». Pero la cristiandad sigue en la oscuridad de la falsedad sin darse cuenta que la santidad de Dios no permite todo esos hechos que la cristiandad ha estado haciendo a través de dos mil años. La cristiandad se ha entregado al mundo, le gusta los aplausos del mundo, le gusta el reconocimiento del mundo, le gusta sus riquezas materiales, le gusta su poder político, le gusta acompañar la espada que va a cristianizar a nombre de Dios, le gusta el número, la cantidad, ser mucho aunque la calidad sea mínima. La cristiandad ha montado una enorme fábrica de hacer cristianos, pero su laboratorio de control de calidad es pésimo.
Hoy sabemos de famosos líderes cristianos que han sido confidentes de presidentes, reyes y otros importantes personajes, pero que han fallado al no amar por igual a otras etnias. El mandamiento de amar al prójimo lo circunscriben, lo achican y lo profesan en una forma muy particular. Otros vuelan alto en su avaricia y codicia sin temor ninguno de contraer y formalizar alianzas económicas con líderes políticos que no tienen escrúpulos de ninguna clase. Hombres que someten a sus pueblos a las barbaridades más grandes. La cristiandad actual es una muy política que le gusta estar con todo el mundo.
Pero yo conozco un pueblo que, aunque pequeño, es grande. Aunque débil, es fuerte. Es grande porque su palabra es limpia. Es fuerte porque enseña quién es el verdadero Dios, y cuáles son sus propósitos para toda la humanidad. Es un pueblo que no tiene alianzas políticas ni económicas ni va a las guerras a matar a su prójimo. Es un pueblo que se gasta y desgasta alcanzando a la gente de todo el planeta para que conozcan la verdad limpia acerca del Creador de este formidable mundo. Un pueblo que no cobra por enseñar la palabra de Dios. Un pueblo que no espera remuneración alguna cuando une dos seres en matrimonio. Un pueblo que ha sido y sigue siendo perseguido en muchos países del globo terráqueo. Un pueblo que para pertenecer a él hay que tener una elevada ética moral y espiritual. Un pueblo que vive la palabra de Dios día a día. En este pueblo no se da un cristianismo a medio tiempo. Día y noche, todos los días, están predicando y buscando aquellos seres humanos que en verdad estén dispuestos a conocer las verdades de Dios en su sentido más amplio y profundo.
Yo conozco ese pueblo. Ese pueblo lo constituye los Testigos de Jehová. Yo conozco ese pueblo, pero desgraciadamente no pertenezco a él. Mi talla moral y espiritual no ha podido elevarse lo necesario como para ser parte de ese pequeño y magnífico pueblo cristiano. En esta hermandad cristiana hay amor genuino. En ellos no hay cabida para cuentos tontos que realcen la mediocridad espiritual. Aqui se separa el grano de la paja. Aqui no hay alabanzas saturadas con la farandula que da fama y dinero. En ellos la entrega a Dios es total y con deseos genuinos de servir al único Dios verdadero: Jehová. Todo esto es de fácil corroboración por todo aquel que se interese por conocer el verdadero propósito que tiene Dios para toda la humanidad por igual.
En este pueblo cristiano no existe el rito a los muertos. Ni beatos ni santos ni vírgenes ocupan espacio dentro de esta congregación cristiana. No hay otro intercesor –entre Dios y los hombres- que no sea su Hijo Jesucristo. El culto a imágenes tampoco es enseñado. Ni tampoco se aplica la falsa ley del diezmo. En ese pueblo no pululan los famosos y estrellas del espectáculo que tanta fanaticada atrae en la cristiandad. En este pueblo tampoco se venden ni prometen parcelas celestiales para todo el buen cristiano al momento de su muerte. Tampoco se pone a la humanidad a temblar con la estúpida idea de un infierno eterno para los malos. Este es el mismo pueblo que Adolfo Hitler prometió que iba a desarraigar de la faz de la tierra. No lo consiguió. Hoy, este pueblo tiene presencia en más de 265 países y predican sus enseñanzas en 383 idiomas. En este pueblo no tienen cabida el regaetón cristiano ni la salsa cristiana. Aquí no se fabrican cristianos a tutiplén. En este pueblo no pueden existir los cristianos part-time. En fin, las diferencias son muchas entre este pueblo y la amorfa cristiandad que nos confunde con sus tantas enseñanzas dulces, sutiles y tantos cuentos artificiosos.
Ese pueblo ríe, canta, llora, goza, trabaja, predica y espera con gran fe por todas las promesas que están encerradas en la infalible palabra de Dios.
5 de septiembre de 2009 / Caguas, Puerto Rico
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