Thursday, September 17, 2009

Una casa y una calle


Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño

Ayer, 26 de noviembre de 2004, estuve por el pueblo de Cabo Rojo. Visité la residencia #43, radicada en la calle Eugenio María de Hostos. Allí vive un buen caborrojeño, un gran puertorriqueño, un diligente portaestandarte de la cultura. Este admirable hombre cuenta con 91 años de edad. De ellos, 89 los ha pasado en la misma casa, en la misma calle. Hermosa casa de dos pisos pintada de verde y blanco. Pero este juego de colores nos saca de pista si intentamos descubrir su ideología política con el mero mirar tan formidable estructura. Esa ha sido su casa de toda la vida, su hogar, su biblioteca, su taller intelectual.

Su producción intelectual es amplia y profunda. El pueblo caborrojeño la conoce muy bien. Pero su obra es conocida más allá de los límites geográficos de su pueblo. Aún va más lejos, pues la misma se ha escapado a otros lugares allende los mares. Hombre autodidacta que ha compartido muchos recintos intelectuales con hombres y mujeres que llevan una bien forjada intelectualidad académica. Este ejemplar puertorriqueño no carga un título universitario, pero es muy respetado por todos los académicos que junto a él han forjado desde múltiples tarimas y teatros lo que es una buena conciencia cultural puertorriqueña. A él se han allegado muchos para inquirir consejo, para juntos caminar por el delicado camino cultural que tanto provecho le rinde a los pueblos.

A sus 91 años su vieja maquinilla sigue sintiendo la presión de sus dedos. También cuenta con una moderna computadora. Aquí hay un ayer y un hoy que saben de las proesas culturales de este verdadero ser humano. Su relación con todo lo que es arte y cultura se describe de la siguiente forma: desde 1964 ha escrito un total de 27 libros. Ha pintado más de 300 óleos. Ha sido laureado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña y reconocido por un centenar de Entidades culturales de Cabo Rojo. El Municipio de su pueblo le honró dedicándole la Sala de Estudios, Biblioteca y Galería que lleva su pseudónimo: ZAHORI.

Se ha desempeñado como pintor, escritor, diseñador, editor e historiador. Prácticamente ha cubierto todos los géneros de la literatura, que comprende: versos, prosa, ensayo, cuento, crítica y periodismo. Allí, en la casa #43, casa de dos pisos pintada de verde y blanco, estuve por espacio de tres horas escuchando y aprendiendo. Me arrimé a buen árbol, y de él recibí una refrescante sombra. Jamás olvidaré ese encuentro. Con orgullo puedo decir que me sumó a su lista de amigos. Lista larga a la que él recurre todos los años para enviar mensajes navideños, los cuales van adornados con poemas de su autoría. Bonito regalo que lo hace con amor, con sinceridad y con un gran sacrificio económico. De esa casa, de ese hogar, de ese taller salí con cuatro libros que fueron puestos en mis manos con mucho cariño.

Este magnífico ser humano no tiene pesetas para repartir, pero sí tiene valores, principios y una validada ética para regalar a todo aquel que se acerque a su frondoso caudal intelectual y moral. Ese es su anhelo y quiere hacerlo lo antes posible, pues de sí mismo dice: «Ni un leño más para la fragua. Ni un soplo más para el fuelle. Ni un golpe más sobre el yunque. Ni un peldaño más para la fe... Creo haber terminado mi casa temporera. Creo haber calafateado mi barca. Creo haber aderezado mi tumba. Creo haber edificado mi templo».

Seres humanos de esta estirpe son cada vez más escasos. No solamente los desarrolladores del cemento y la varilla arrasan con el verdor de nuestra tierra, sino que también la vida va cortando esos troncos viejos y fuertes que tantas dádivas regalan a nuestro pueblo. Arboles frondosos, ríos turbulentos, vientos de remolinos que van muriendo sin ser reemplazados. Hombres y mujeres que dan mucho, pero que reciben muy poco. Puertorriqueños que verdaderamente le dan prestigio y honra a esta pequeña isla. Luchan toda una vida para engrandecer la cultura y los valores genuinos de nuestro pueblo. Pero mueren en la soledad, en la tristeza y sin hacer fortuna material alguna. Otros, se encierran en unas cuerdas y se castigan horriblemente. En pocos minutos amazan grandes fortunas.

¿Y qué recibe el pueblo? ¿Qué valor y dignidad le añaden a la sociedad? A esos trabajadores del músculo y la fuerza bruta los enchapamos con títulos de campeones. Los hacemos ídolos y héroes. ¡Que torpeza! El músculo lo elevamos por las nubes, el intelecto lo arrastramos por el fango de la ignorancia.

Cuando se rompa mi voz es el título de uno de los libros que me fueron entregados por este industrioso hombre del intelecto. Aquí también nos dice: «Cuando se rompa mi voz... lo que quede de mi, si es que algo queda, hará votos de Silencio Eterno y nunca sabremos lo que ocurre más allá de la Puerta de la Eternidad. Nadie sabrá qué fue de Zahorí ni sabrá nadie si encontró a su querida madre sobre la roca de la Piedad».

Me he tomado la libertad de escribir esta semblanza sobre un hombre que es un verdadero valor patrio. Su larga e interminable lucha por la cultura y el arte puertorriqueño lo hace merecedor de cualquier cosa que se diga y se escriba sobre su persona. Con su mente y su pluma ha validado su caracter humano. Con su poesía y su pintura ha sembrado semilla que ha germinado dando grandes frutos. Este ser humano representa tierra firme donde se puede pisar con seguridad. Su conversación es cátedra que rivaliza con cualquier clase universitaria. Cuando habla destila savia aprendida y recogida a lo largo de su atrevido recorrido por la vida. Noventa y un años son más confiables que un doctorado de esos que se regalan a tutiplén en tantos kioscos universitarios.

Don Sifredo Lugo Toro, espero que usted me perdone este pequeño pecadillo. Con sincero cariño he querido dar a conocer su nombre y su obra a otros puertorriqueños que tal vez no sepan de su existencia. Alguien debe tomar la iniciativa para que su personalidad y su obra puedan ser traspasadas a las nuevas generaciones que van aupándose. Siga con la violencia de su pensamiento empujando la pluma que critica y rompe la mortal oscuridad. Su cuadrilátero está afincado en el número 43, de la calle Eugenio María de Hostos. Casa de dos pisos, pintada de verde y blanco. Y no he descubierto su ideología política. Que sean otros los que divulguen lo que yo aquí no quiero tocar. Respetuosamente queda,

Caguas, Puerto Rico / 28 de noviembre de 2004

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