Thursday, February 3, 2011

En el mundo en que me ha tocado vivir / De Las Zonas del carácter

En el mundo en que me ha tocado vivir,
yo soy predominantemente oreja.
Hasta diría que mis oídos son mis ojos;
soy más el rastreador de mantras, ausente
del predominio del mirar.

Me asquea echar pupilas
a lo que parece muerto
pese a su vistosidad
y simulacros,
a esos colores de metal
y herrumbe,
a esos cajones de cemento,
que le llaman viviendas,
a esos puentes gigantescos
que parecen huesos torcidos de cal.
De antiguos saurios en memoria
de olvido por los que van
como hormigas los coches.

El Occidente moderno es, comúnmente,
aburrido, reiterativo, ensordece,
urgido de muchas luces fatuas
y relámpagos, y eso ciega, encandila.
A mí no me divierte.

En la penumbra veo más; en lo oscuro
mi olfato y mis orejas se crecen.
Aún así, a nadie más que a mí me gustan
las mañanas, especialmente, en el monte.
Por un pedacito de campo cambiaría
todas las ciudades; por un perro fiel,
el dechado general de todas las multitudes.

A veces es más fiel y dialógico un árbol
que un transeúnte. De seguro me cuenta más
sobre rumbos el riachuelo,
no el hombre que pasa
por la acera sobre la que camino.

Ya hay demasiada gente asustada
de acercarse, infinidad de miradas que rehuyen
responder a mis ojos; el hombre es un soslayo
que soslaya, o un alarde
con exhibicionismo que te da la espalda
aunque no quieras verle el culo.

Ya para la solidaridad de una sonrisa,
o escuchar unas sentidas «buenas tardes»,
debes meterte a un antro, o a una iglesia,
o a cuatro paredes de madrigueras sociales
donde haya ruido y bullicio a pagar
por que diviertan tus sentidos
con alguna compañía y un bocado
que contrareste el frío
y en esos rincones, el tiempo vuela más rápido
que la luz, ¿entonces, para qué carajo
tener ojos? ¿para qué se hizo la mañana
y la tibieza de la tarde? ¿para que abunda
el espacio y la intemperie y el techo de los cielos
si no se quiere verlos? ¿Para que tantos rescacielos
y tantas avenidas y calles: si uno terminará
en un agujero y uno dice que la calle
es como un No-Lugar, aunque tengan jardines
y plazoletas?
Pues bien,
yo para mirar en paz
quiero el monte. En la calle, soy nadie
y en el día, la Calle es la Prisa-Ruidosa
del mundo... o el último asidero de desamparados,
mendigos, rateros y palomas cagonas
frente a puestecillos de fritangas...

Pero no es que haya dejado de gustarme
la geografía de viejas calles ni la antropología
del cuerpo que las pisa, ni los sentidos
con que se capta el mundo
y los entreveros cósmicos que atestiguan
todo... el todo de los comportamientos visibles
de seres y animales... De veras, hay un sabor del mundo
cuando se entiende salido de La Fábrica de Vesalio.

Lo sensorial es bello, aunque hoy predomine la soledad
el voyerismo pasivo, ausencia del por qué
y estricto sentido de disfrute
(ser masa sin olfato y ser tacto sin masa tangible
y sin gusto y no saber oír en el imperio del ruido
y no saber sobre visión, porque somos
pobres cegatos, divertidos
con lo velozmente gris de los fotones
y los artificios de mucha sicodelia
que no comunican nada.
Todo es como fantasmagoría:
virtualidad fragmentaria de colores y sentidos
para olvidarse de lo realmente bello y visible
y la cognición que lo aprehende.

Hoy el mundo parece orientado a una nueva antropología
del ciberespacio y en tal inteligencia colectiva
lo molecular da diseño y arquitectura y el ser poético
muere, o se margina, por tanta ciencia psicopática:
escondida en las pantallas de egos incapaces
de sentir empatía, compasión, entes despreciadores
de la perduración de este otro que pide
amabilidad y/o simpatía en la calle,
a mirada viva de ojo-con-ojo,
tacto con tacto, voz-a-voz
sin distancia.

Me gustaría que se pensara lo que pienso.
Que no es el fin de la excepción humana
y que no existe tal dualismo entre el hombre
de carne y hueso y ese descrito engendro posmoderno
del hombre como ser no natural.
Que el cogito, aunque no tenga límites,
respeta la animalidad de los sentidos
y no pide el fin de la teleología,
el antropocentrismo y la esencia que me hace
ser como soy: una oreja atenta
que ama el eco del ambiente
y la música de la brisa y la luz solar
y el hermoso juego del ocaso y la noche.


03-05-2007 / Las zonas del carácter

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