Monday, February 28, 2011

¡No me tires moco encima!

Por Carlos López Dzur / Microrelatos

Muy extrañamente, Sem va al Cinema del Mall y paga por ver una película. Las tonteras del celuloide que le gustan son ofertas que compra en vídeos ya viejos, cuando hay ventas de barata y por eso tiene la trilogía de «Godfather» de Francis Ford Coppola. Sem está ya en la Universidad y, precisamente, toma una clase en común con el taquillero. Aunque en cuanto a cine anda retrasado, no en historia social y política. Es estudioso y listo. El taquillero sí estudia Cine, no Ciencias Políticas, y se ríe de lo que Sem designa «escenas de violencia y épica bien tratadas», poniendo ejemplos de secuencias fílmicas de Peckinpah, Kurosawa, Lynch, Kieslowski y aún Kubrick.

Desafiándolo lo instó, «véte a ver lo último de Mel Gibson». El otro dice que la violencia gustosa hay que buscarla en la película La Pasión de Cristo y Sem vino a verla y no pudo. Ya, de por sí, había esta mutua antipatía y no esperaba al Otro como taquillero.

Son cuestiones ideológicas y étnicas. El Otro lo primero que hizo, mirando hacia la gente que hacía fila, fue regañar al condiscípulo por, al parecer, robarse el turno y crear indisciplina en la fila, sin anticipar quién pudiera ser culpable de que dos o tres la abandonaran. Sem nada tuvo que ver. El sólo les abrió paso para que se largaran.

El Otro está protegido por una caseta en el interior del Mall, a prudente distancia de las salas de proyección. Desde los agujeros de la vidriera, se comunica su voz amplificada por el micrófono y se despachan los boletos.

«Aquí no vengas a robarte el turno», dice protegido, pero con impertinencia.

«Y tú, ¿de qué hablas?», pregunta Sem.

«Que te ví pasándote de listo... Y por eso, como verás, al judío se le dio su escarmiento merecidamente», y se refiere a que concuerda con que se haya castigado a Jesús en sus últimas horas con la violencia que el director sugiere en el filme. Pero, para el buen entendedor, este judío es él (Sem) y no Cristo. El otro se molesta de su presencia en la universidad y su acento semítico, que destacó en manifestaciones recientes. «Robaste cámara, eh», lo chotió. En los canales televisivos de toda la nación se le escuchó en defensa de las minorías e inmigrantes. Hasta el otro tuvo envidia de la elocuencia que el judío se sacó de su ronco pecho en cadena nacional.

Es que Sem, el agitadorcillo, siempre «a la mano» en el campus, ya lo encaró desde la única clase que llevan juntos, una sesión de apreciación de cine, que él toma como electiva, y la clase le da otro foro en que se luce. Elocuente, bien informado, pese a esa facha de rascuache mexicano o de árabe trapajoso. Ni siquiera es un judío rico porque el Otro ha conocido algunos de este tipo y que piensan que el Asunto del Holocausto es una exageración y el affaire de Hitler («que haya sido un ogro»), propaganda de judíos anticristianos y anti-occidentales.

Pero éste es un militante de la agrupación Tikkum. Lanza críticas contra los demócratas y republicanos. Hace pinturas ideológicas de Hitler y de Alemania que avergüenzan al profesorado y luego sigue con Stalin y el Ejército Rojo, a quienes responsabiliza de hambrunas planificadas en el Holodomo / Holocausto Ucraniano, con cifras de 10 millones de personas exterminadas... A la izquierda, la derecha, los centros, los llama campos de buitres. Y el otro / taquillero / está ofendido por lo que dijo sobre Yalta en 1945 y el mundo de buitres cuando él defendía a su padre, gran político o senador federal entonces.

«Si nos dice a los norteamericanos buitres, ¿usted es qué? ... mire, le dedico la escena de la crucifixión de los ladrones y del cuervo que se posa en el travesaño, justo encima de la cabeza del peor de los ladrones, y le saca los dos ojos... Eso estuve genial. ¡Bravo por Gibson! y yo añadiría un moco, uno de mi cosecha, que baje sobre los labios del ladrón», y el ofensor retardario se ríe e imita el gesto de sacar un moco de su nariz y lanzarlo por el agujero del vidrio para que caiga sobre la cara a Sem.

Sem había estudiado el desplante. Fue ese desprecio lo que le ofendió y noquitó el dedo del renglón desde el primer día en clases cuando surgió la pantomimama del moco. Antes de que pudiera completar su payasada de echarle un moco a la cara, esta vez filtró su mano por la vidriera agujereada y agarró el micrófono, se echó a un lado para que las personas en la fila vieran las actitudes del Otro.

«¿Sacudes un moco y lo lanzas por este agujero? ¿Qué? ¿No respetas a los clientes del cinema?»

Y la gente vio al Otro con su gesto de desdén, echando un moco por la ventanilla y, con reticencias, abandonó la fila. Sem no vio la película, pero condenó públicamente el moco y, en adición, ese obsceno despliegue de sangre para explicar el maltrato judeo-romano de Jesús, a tres horas del beso de Judas.

2005 / Chapman University


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