Thursday, July 17, 2008

Unas reflexiones sobre «Mr. Conservative»

BARRY GOLDWATER (1909-1998): Durante cuarenta años en la vida pública, se empeñó en ganar el mote de «Mr. Conservative» y, de hecho, lo ganó. El fue uno de los pioneros de lo que hoy se llama la Nueva Derecha, los Neo-Conservadores y The Conservative psycho. En 1952, se convierte en Senador federal por Arizona y sirve cinco términos, el último de los cuales fue de 1969–87. En 1963, hace causa común con los conservadores que se oponen al Acta de Derechos Civiles. En 1964, perdió por un amplio margen en la competencia presidencial ante Lyndon B. Johnson. Su carrera conservadora tiene por causas: Un No al Gobierno Federal, un No al sindicalismo y las uniones, un No al Estado-Benefactor, un No a todo lo que huela a socialismo. Un No a las políticas del New Deal / Nuevo Trato. Un No (inclusive) a metas religionistas. El no es simpatizante de la Derecha Religiosa, que hoy toman como su último recurso en su retórica, los neoconservadores. En uno de sus gloriosos y pocos momentos de lucidez, dijo: «Un buen cristiano debería patearle el trasero a Jerry Falwell». Con su libro The Conscience of a Conservative, publicado en 1960, comienza no sólo un anticomunismo profesional, sino la promoción de los círculos políticos conservadores.

Por CARLOS LOPEZ DZUR

Orange County: En los EE.UU., contrario a otras épocas de su misma historia, la juventud cuando despierta e interacciona es para echar abajo una generación, déspota e hipócrita, que la precede. Cuando la juventud se adormece es porque su ímpetu se corrompe. Su misma ansiedad social la revuelve sobre ese pensamiento débil, constituído de indolencia moral y espejismos de ética malsana, a los que se aferra el poder hegemónico de los conservadores. Quiero decir que la juventud no nace para dar continuidad a ideologías conservadoras. Al surgir, su misión es crítica y desafiante, porque liberalismo / libertad / cambios progresistas / aún rebelión / no son malas palabras. No son armas para matar por la espalda. Todas esas palabras son la frontalidad de una meta. Corregir aquello que, desde el pasado, vino como una semilla mala y se fosilizó en el presente.

Hay de semillas a semillas. No todo en el pasado ha sido malo y, en cuanto ésto es así, se debe conservar lo bueno. Mas el hecho objetivo es que el liberal, si entiende lo que fue bueno, no tiene ningún problema con conservarlo, pero, lo que de plano es semilla mala, una contradicción y una injusticia, se convierte en el motivo central de su inquietud. Es el pensamiento joven de una época, con la ayuda de visionarios de la generación precedente, la que forja el liberalismo como agente fiscalizador. El hombre conservador se lava las manos. Es quien se acomoda como reacción a pedir que no se cambie nada. Defiende la situación dañina de su presente porque, con toda probabilidad, se está beneficiando de ella. El conservador es siempre un egosta que coloca sus intereses en primer lugar. La base del pensamiento conservador es el egoísmo. Un egoísmo eternamente arcaizado que no hace concesiones. Que no puede ser justo ni, en consecuencia, humanitario. El conservadorismo, cuando hace sus concesiones, comúnmente, es porque la violencia lo obligó a ceder y lo ha puesto a raya.

Hay un pensamiento conservador, formulado muy recientemente por Russell Kirk en su libro The Conservative Mind, con el que el liberal coincide, al menos, en sus diez principios básicos. «El hombre debe guiarse por un designio de orden»; corolario liberal para esta verdad es el siguiente. Sin justicia en la distribución de los bienes y el poder, el Orden no es posible. El desbalance no es Orden. Dice Kirk: «El conservador prefiere las costumbres, el orden y la continuidad». Corolario liberal: Hay costumbres que deben desaparecer; algunas desaparecen de un modo natural; otras hay que erradicarlas con la ley. La continuidad natural de una buena costumbre es ideal. Hay malas costumbres que son propiciadas y alentadas por vicio e injusticia. Todos los liberales creen en este tercer principio kirkiano: Es necesario el conocimiento del pasado y el de las costumbres antes que validar las aserciones de un solo individuo. Bien dicho. En países donde se ejerce el colonialismo, la explotación y la injusticia abunda una historia de las víctimas; pero, el gobierno patrocina la ocultación. Desanima el estudio histórico. Tergiversa. Festeja y justifica a los que atropellan. Unos hay que se lucran y mienten en torno a lo que han hecho. Cuando la historia es falseada por los dominadores, la labor del intelectual liberal es desafiar la ortodoxia mentirosa. Los ladrones y los asesinos mienten; las víctimas temen y callan.

«El conservador está guiado por el principio de la prudencia. Debe antes de actuar, examinar los problemas que sus acciones traen consigo». Sea la persona liberal o conservadora, el don de la prudencia es deseable. Obviamente, la experiencia histórica muestra que, por la debilidad humana y la ignorancia, desde el más culto y encumbrado al sujeto más bruto y canalla, han fallado a este precepto. La decisión de George Bush de involucrarse en una guerra con Iraq es tan imprudente como la inexaminada, apresurada y perversa inteligencia que lo asesoró. Todos los republicanos que propalan su adhesión a los Valores Tradicionales Cristianos y creen que, a sangre y fuego, tendrán que acabar con el mundo islámico son infames, violan el mandamiento «No matarás» y, consistentemente, hacen burlas del conservadorismo cristiano que predican. La práctica los desmiente.

El conservador dice que cree en el «principio de la variedad». Esto es, «todos somos diferentes desde nuestra cultura, nuestras raíces, nuestros pensamientos, nuestra inteligencia y nuestras propiedades materiales». No se necesita ser conservador ni liberal para creer dicha obviedad literalmente. Es tan autoevidente que la realidad habla por sí sola. Lo que es importante formular como principio es si utilizaremos las diferencias para excluir, rechazar, temer y oprimir al que no es como nosotros, al diverso, al que no tiene nuestras mismas tradiciones, ancestro, lenguaje, procedencia y color de piel.

«Contrario a hoy», nos recuerda Brian Levin, «en los inicios de la nación estadounidense, las distinciones de estatus en la ley, particularmente las distinciones raciales, tenían la intención de restringir el ejercicio de los derechos civiles. Las leyes sobre crímenes de odio de hoy son una progenie refinada de remedios para una importante clase de leyes post-Guerra Civil y de enmiendas constitutionales». No es cosa que a los conservadores les guste que se discuta; pero, con el principio de variedad todavía los EE.UU, no está armonizado. El conservatismo que Goldwater creyó encarnar y se enraizaría como movimiento cultural en el espíritu de los Padres Fundadores, el ideal de constitutionalismo y republicanismo clásico, le falló al principio de admisión de la diversidad étnica y de creencias. Por mucho tiempo, los sureños blancos evitaron que los africanos en Norteamérica se hiciesen cristianos. Juzgaban, sin ese presupuesto de la prudencia conservadora que no tenían alma.

A partir de 1619, cuando los primeros esclavos arribaron a Virginia, hasta 1773, no había iglesias afroamericanas en Norteamérica. Tarea de conservadores ha sido sustentar el mito de que los esclavos en la nación vivieron felices con su condición; pero, dos historiadores que recaudaron datos de las más diversas fuentes y archivos, incluyendo Wanted posters, cartas, peticiones de cortes y periódicos, John Hope Franklin y Loren Schweninger, demuestran que los esclavos vivieron en constante estado de rebelión con sus amos, expresada con sabotaje a la propiedad, paros laborales, asaltos, asesinatos y fugas. Si se conservador es un estado de prudencia y atención honesta, bueno es que oigan la versión del liberal que respeta intelectual el precepto de Rusell Kirk: conocer el pasado.

«Lo más razonable es creer en el orden, la justicia y la libertad del individuo». Este sería uno de los básicos principios del liberal. «El liberalismo social defiende la no intromisión del Estado o de los colectivos en la conducta privada de los ciudadanos y en sus relaciones sociales no-mercantiles, admitiendo grandes cotas de libertad de expresión y religiosa, los diferentes tipos de relaciones sociales consentidas, morales». Orden y justicia es lo que se negó al indígena y al esclavo en la nación norteamericana. Las estadísticas oficiales de la NAAC revelan que entre 1890 y 1960, 5,200 negros fueron quemados, abaleados o mutilados por turbas («lynch mobs»). Las cifras serían más altas pues los alguaciles y funcionarios locales no tenían un interés en informar sobre estos asesinatos. La culpa de siete décadas de linchamientos recae sobre el gobierno federal.

«El conservador cree que la libertad del individuo y el que este pueda poseer bienes materiales, son dos ideales que están muy relacionados y han de ser conjugados en la sociedad». Pues, no sólo el conservador lo cree. No todos los liberales son socialistas o marxistas. El liberal cree, en adición, que el monopolio de bienes materiales, sea por latifundios o megacorporaciones, es dañino para la sociedad. También amplía su espectro de creencias con la tolerancia a los movimientos sociales, e.g., sindicalismo, ecologismo, feminismo, pacifismo, antiglobalismo y el movimiento que busca acabar contra la discriminación homosexual.

«El conservador cree en los actos voluntarios y se opone a todo pensamiento que obligue a la gente en creer en algo distinto a lo que quieren creer». Sin embargo, mucha de la resistencia para su reinvindicación del afroamericano, las minorías étnicas y el latino, entre ellas, ha tenido que nutrirse de una fuerza extra que no es el acto voluntario y la paciencia. El mejor ejemplo que se puede de que la gente que más dramáticamente sufre, privada de libertad, respeto y compasión, no puede depender por siempre de la voluntaried de otros para que comprendan su causa e instrumenten justicia es el Movimiento de Derechos Civiles. Este es el momento en que se escinde de un modo definitivo el juego cómplice entre blancos liberales y conservadores. Fue un momento de definición en la vida política, moral y social norteamericana.

«El conservador considera que tanto el cambio como la permanencia han de ser reconocidos en los actos de la sociedad». Siempre y cuando la permanencia no sea un contuinuismo político de una administración pública dañina el liberal no tiene problema con tal principio. Y el hecho escueto fue que el momento de un cambio llegó: tras el asesinato de Emmett Till, 14 años de edad, por dos adultos blancos, con el sólo objeto de vender la historia a los diarios, el enojo que el hecho origina y que motiva el boicot a los autobuses de Montgomery, la formación de las Panteras Negras, Student Nonviolent Coordinating Commite (SNCC), en Shaw University en Raleigh, con el fin de coordinar sit-ins, apoyar los derechos civiles y publicitar la resistencia a las maniobras reaccionarias de los republicanos. Aquí

Decía Johann W. Goethe que la juventud «quiere ser más estimulada que instruída». La experiencia de los viejos debe ser avalada por la confianza. Esto es precisamente lo que niega el conservador cuando desautoriza las iniciativas de los jóvenes. Aquí comienza la jactancia que el viejo impone para esconder su debilidad y suprimir la fortaleza de la juventud y su estado espiritual que demanda por cambios. El joven se encara con la historia, con un sentido de porvenir y su lectura de la historia le dice, o muestra claramente, cuán malos han sido los gobiernos que le preceden, cuán crueles han sido las generaciones que piden a él cuenta o mayores votos de confianza.

La asociación de estos dos términos, juventud y liberalismo, no es gratuita. No hay que ser joven en años para ser liberal. En lo que hay que coincidir es con un despertar a ese estado de espíritu con que una nueva generación evalúa lo que ha sido, lo que tiene ante sí y lo que es posible, como cosa nueva, en el porvenir. El presente es la vida tensionada, la historia misma haciéndose autocrítica en el aquí y ahora. No existe juventud entusiasta si no surge en sus mentes la pregunta de la libertad: si la hay realmente, si con ella es posible ser útil y dichoso. Un joven no puede tomar en serio a quien le describe la libertad como una pistola para que se mate con ella. Este es el conservador que con el único consejo que llega ante él, con bandera de hombre ecuánime y maduro, es la petición de que se olvide de la libertad y goce la vida como ha sido prescrita por la generación anterior. «Seremos nosotros los que te hagamos feliz», le dice. Sin embargo, con el ejemplo, sucede lo contrario. El conservador es, por lo general, un viejo que dispara por la espalda al joven. Es un enmascarado que mata con cuchillo de palo.

Para mí, no hay un indicio más claro de un pensamiento débil que el culto a la etiqueta conservadora. Cuando la intención de una generación que malconvive con los jóvenes es asegurar a éstos que la libertad es mala (sin explicar el por qué y sin dar opciones), pienso inmediatamente en el fracaso que han de ser como modelos y mentores para el futuro. Los conservadores creen en el poder perpetuado, el poder en manos de las viejas familias de siempre, que son aquellas para quien la libertad es un estorbo, un mito que se debe destruir. Estos son los conservadores: los destructores y, cuando no, los difamadores de la libertad y los cambios que son por ella. Una idolatría está en el corazón del conservador: el status quo. Conservar para ellos es el desatino imposible: detener el tiempo, no ya en el pasado porque es imposible, sino en el presente. El conservador en el poder, el conservador que funciona en el sistema de capitales, el conservador cuando administra algo que ya está en sus manos, aunque no lo diga con estas palabras, en su corazón lo que más anhela es que nadie le compita, que nadie sea su rival, que no surja ninguna oposición que sea capaz de criticar lo que hacen, limitar lo que tienen, o cambiar las reglas de juego. En realidad, están conservando lo único que creen que es necesario conservar: sus privilegios de hoy.

Un conservador, si lo estudiamos en el terreno histórico, se mueve más cómodamente en las estructuras orgánicas del poder. Casi siempre tiene una extracción privilegiada en la sociedad. En su libro Teoría del poder político y religioso (1796), Louis Gabriel Ambroise de Bonald definió los principios conservadores como: «monarquía absoluta, aristocracia hereditaria, autoridad patriarcal en la familia, y la soberanía religiosa y moral de los papas sobre todos los reyes de la cristiandad». Durante la época del imperialismo británico, la preocupación es la misma. La legislación parlamentaria puede poner en riesgo o amenzar la perpetuidad de la propiedad privada de los grandes agentes financieros de las Indias Orientales y los conservadores están temerosos [Carl B. Cone].

Con estas dos etiquetas y su oposición, es todo un desafío abocarse a tan complicadas y prolijas conductas como las que han habido en la historia. ante la necesidad de regular el funcionamiento social. Un estado requiere estabilidad y orden; pero tiene que contener las herramientas de cambio.

Puede que haya conservadores recalcitrantes en los estratos más bajos de la sociedad; pero el conservadorismo para ser funcional y dar frutos requiere una consciencia aguda de sí mismo, inclusive de su propia perversidad, saber lo que se defiende para traducirlo con la retórica de la mentira, con la manipulación de su verdad. Goldwater hizo tal tarea: tuvo un gran conocimiento de lo que se llamó el One-party system (1910 al 1950) y sus raíces que datan de 1890 al 1910 en la región del Sur estadodounidense. Lo que defiende el conservadorismo se puede reducir a muy pocas palabras: privilegios, control del poder, preservación de la riqueza material de unos pocos. El conservadorismo defiende la cultura del poder por una minoría, su claque. Y, ciertamente, necesita de una ética, enseñar a sus hijos a servir esa cultura del poder, tan milenaria, que los ha sostenido como privilegiados. El consevadorismo de la exclusión étnica (que fue la privación de los derechos de representación del afroamericano, «the disfranchisement of practically all blacks and many white») fue un puñal trapero en manos de Barry.

En este ensayo, vamos a examinar a uno de los primeros políticos estadounidenses de nuestro siglo que es un conservative psycho y que, como tal, no puede ser otra cosa que un obstructor de la juventud y un enemigo de la mayoría. Este hombre fue Barry Goldwater, hijo de una familia de propietarios de una tienda por departamentos en Phoenix (Arizona). Conservar ese patrimonio familiar en una época difícil, como fue la Depresión, marca a Goldwater. Después de la muerte de su padre, heredero del emporio, desde los años '30, él no quiere uniones para sus trabajadores. El no quiere gente que se lamente de salarios bajos. «La pobreza no existe y, si existe, no es el problema mío resolvérsela a ningún empleado». Con esta actitud, no extrañará a ninguno de sus empleados ni a ningún ser pensante que Goldwater sufriera varias crisis nerviosas nervous breakdowns») en 1937 and 1939.

Lo que teóricamente Goldwater ofrece de su visión del conservadorismo y sus raíces está en contradicción con los hechos que cumple en su vida. Hay un divorcio enorme en su filosofía y su praxis. El mejor ensayo que bosqueja su vida y su obra es un trabajo académico de Marco Respinti, con el título Barry M. Goldwater: El Conservadorismo en Acción y, si algo se desprende de su lectura, es el común denominador entre personajes conservadores como son Robert A. Taft, Ronald W. Reagan y Patrick J. Buchanan. Respinti alega que con Goldwater «el conservadorismo alcanza la plataforma principal en la escena política norteamericana, y aún mucho más que con Taft en el pasado... El senador de Arizona fue un verdadero líder, un hombre capaz de elegir adecuadamente a sus asesores u sus empleados, tomando en cuenta no sólo el chantaje del electorado, pero inteligentemente el humus de su país. Su éxito, más allá de la derrota en el tiempo, un cierto goldwaterismo ha triunfadoe en los Estados Unidos de América y Reagan, más adelante, fue su éxito entre una gran porción de la gente norteamericana, quien también tiene la pretensión de clamar por una más directa continuidad con las tradiciones de fideicomisarios de la nación».

Para ser honestos con la realidad, para entrar en política como un joven responsable, hay que reconocerse en el marco político-social que se vive. A Goldwater le tocó ser testigo de una dramática transformación, completada entre 1960 y 1980. El Partido Demócrata decide defender la causa de la igualdad de derechos de los afroamericanos, forzando con ello que la estrategia perpetuada por el Partido Republicano en el Sur de los EE.UU, se colapse. Esta estrategia sureña es lo que el profesor Alexander P. Lamis, de la Universidad de Mississippi, llama «el sistema de un partido» («one-party system»), cuyo propósito fue preservar la supremacía blanca en el poder. Este sistema había perdurado en once estados, antes confederados, y los votantes blancos, en el Norte y en el Sur, en el Este o en el Oeste, no dividían el voto para evitar que el electorado negro detentara una representación en el poder. La publicitada lucha por la presidencia entre Goldwater y Lyndon B. Johnson es la prueba del impacto de la transformación que vendrá irremisiblemente. El sistema excluyente, racista de un sólo partido, que estuvo operando desde el marco del final de la Era de la Reconstrucción en 1877, quedó herido de muerte en 1964, con la aprobación del Acta del Acta de Derechos Civiles. Goldwater eligió ser el que que evitara que el sistema quedase enterrado para siempre. Acusó a los hombres blancos, a los líderes demócratas, de traicionar al Sur blanco. Con la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos de los Votantes de 1965 se estaban jugando el futuro de muchas cosas: la segregación racial, el sistema de partido unilateral (aunque de dos alas), el sur como hogar regional y permanente del conservadorismo económico, «well-to-do businessmen and professional», opuestos a las políticas del gobierno federal en materia racial y de intervención en asuntos económicos.

La política estadounidense, como si de veras hubiese un solo partido, el sistema de «One-Party Politics» como la careta de un racismo institucionalizado, excluyendo al afroamericano, tuvo su época de oro entre 1910 a 1950 y fue un sistema en que «los intereses políticos nacionales de los sureños blancos eran virtualmente administrados exclusivamente por los demócratas; la región regularmente daba todos sus votos del colegio electoral a los candidatos presidenciales demócratas y enviaba virtualmente todos los demócratas a la Cámara de Representantes y el Senado». Como consecuencia, los políticos así elegidos en este sistema de «one-party politics», o ideología oligáquica unilateral, que anestesiaba y esterilizaba dos tercios o cuatro quintas partes de los adultos blancos, reopresentaban «los intereses de las familias sureñas más ricas», quienes triunfaban a menudo sobre los portavoces de personas sin recursos, la gente pobre, étnica y trabajadora. Este sistema es descrito, por Jimmy Lea, de la Universidad del Sur de Mississippi, como «el oligárquico, unidimensional, cerrado e inflexible, Sistema Sólido del Sur, Solid South system». Cuando el sistema acaba, había 4 millones de sureños registrados como electores. Para ellos, aprobadas las nuevas leyes sobre derechos civiles y de electores, se abrirrían oportunidades. Unos 2,000 funcionarios afroamericanos fueron electos en el Sur y ciertamente ninguno de ninguno de ellos con nada que agradecer a Barry Goldwater. Este era el conservador que cerraba la puerta del afroamericano a una nueva etapa de su redención y aceptación en la Corriente Principal («Mainstream») de la vida estadounidense, «por primera vez en tal vez 150 años».

Cuando Goldwater crecía como joven, en medio de una economía inestable, fue parte de un establecimieno privilegiado. «Cuando su padre murió, Barry, que a la sazón contaba 21 años, hubo de ponerse al frente del negocio familiar, unos almacenes que reportaron a los Goldwater desahogo económico y popularidad», escribe José C. Rodríghuez. El no sabría lo que fue el hambre. Ni cómo los duros años de la Depresión provocaron desesperación, pánico y suicidios, entre las clases más pobres. La historia económica dice que aún la clase media tuvo que hacer ajustes: «La clase media y pobre dejó de comprar cosas a crédito y fiado por temor a la pérdida de empleos y a no poder pagar los intereses».

Paul Alexander Gusmorino hace un análisis de esos años y se centra en la distribución inequitativa de la riqueza: «The maldistribution of wealth in the 1920's existed on many levels. Money was distributed disparately between the rich and the middle-class, between industry and agriculture within the United States, and between the U.S. and Europe. This imbalance of wealth created an unstable economy. The excessive speculation in the late 1920's kept the stock market artificially high, but eventually lead to large market crashes. These market crashes, combined with the maldistribution of wealth, caused the American economy to capsize... Maldistribution of wealth within our nation was not limited to only socioeconomic classes, but to entire industries. In 1929 a mere 200 corporations controlled approximately half of all corporate wealth. While the automotive industry was thriving in the 1920's, some industries, agriculture in particular, were declining steadily».

Esta es la época en que a hombres conservadores, como Goldwater, les nace el sentimiento antisindicalista. Obsesionado con la situación que se vive, a Goldwater le llegan a dar un par de ataques de ansiedad. Es ya el jefe del establecimiento económico que heredara de su padre. Y es ya un consumado empresario anti-pobre. Es el conservador maduro que observa, cuida y discierne para apoyar, en la escena nacional y extranjera, sus intereses, no los de nadie más. Gusmorino nos ofrece un testimonio de lo duro que sería dentro y fuera de los EE.UU. conjurar la miseria en ciernes: «En la escena internacional, el rico prácticamente dejó de prestar dinero a otros países. Con las tremendas ganancias que se pudieran hacer en el mercado de bonos nadie quiso hacer préstamos de interés bajo. Para proteger los negocios de la nación, el gobierno de los EE.UU, impuso barreras comerciales más altas (Hawley-Smoot Tariff of 1930). Los extranjeros dejaron de comprar productos estadounidenses. La mayoría de los empleos se perdieron, muchas tiendas cerraron, más bancos quebraron y más fábricas cerraron. El desempleo creció a 5 millones en 1930 y más de 13 millones para 1932. El país se precipitó a una catástrofe. La Gran Depresión había comenzado».

De 1932 a 1960, los demócratas ganan seis de ocho elecciones presidenciales. No todos esas administraciones fueron buenas. El Congreso llega a estar por 24 años dominado por demócratas en el transcurso de esos 28 años. Ciertamente, algo funciona sospechosamente. Sin embargo, son años difíciles. Han sido años en que los EE.UU. ha participado en dos guerras mundiales y ha intervenido en muchas otras, que ya no fueron populares. Son años en que muchas minorías que antes no eran vistas, oídas ni tomadas en cuenta, comienzan a exigir ayuda porque la justicia en el país no es uniforme y la riqueza está mal repartidas. Obviamente, con el crecimiento demográfico, la demanda de trabajo, servicios públicos y otros problemas que crea el crecimiento después de la segunda Guerra Mundial, el tamaño del Gobierno crece. En el tráfago de nuevas demandas de la economía y del gobierno de los EE.UU., va creciendo con ambiciones políticas Barry Goldwater. Y, al parecer, es un hombre que puede hacer algunas concesiones reformistas. Por ejemplo, desegregar la Guardia Nacional de Arizona. ¿Cuántos afroamericanos hay realmente en ella? Puede permitir que la Asociación Nacional de la Gente de Color (NAACP) tenga sus reuniones y confraternice a gusto. El dirá: «Todos somos iguales a los ojos de Dios, pero no lo somos en ningún otro sentido». Hubiese podido decir, para esconder el racismo: Todos los negros son buenos y, máxime, si viven separados, a mucha distancia de mi vecindario; buenos y adorables, si no se acercan a mis hijos y enamoran a mis hermanas. Ante quienes es importante que se conceda una igualdad es ante los ojos de los jueces en las cortes; los carceleros y policías en las calles; los patronos o empleadores, cuando hay que juzgar el mérito y no los colores de la piel.

Para Goldwater fue muy fácil racionalizar. «Para su propio bien, y el de la sociedad, todo hombre es responsable de su propio desarrollo». Idealmente, es así. El nació con salud, con prosperidad, se le pudo enviar a las mejores academias. Tenía el apoyo económico de sus padres y, tarde o temprano, se sabía un heredero. Hacerse responsable de su propio desarrollo no es posible cuando se vive marginalizado por causas estructurales y sistémicas, acosado por el racismo, la discriminación y sumido en la cultura de pobreza. Goldwater y la mayor parte de la población pobre y minoritaria de la nación no hablaban con la practicalidad apropiada el mismo lenguaje. Todos esos aforismos de Goldwater son charlatanería desde la altivez. Son filosofemas de burguesitos sabihondos y ocurrentes. Si Goldwater «concedía dignidad y valía a todo el mundo», como interpreta Rodríguez, ¿por qué obstaculizó legislación que beneficiaba a los afroamericanos? Aún comportándose finalmente como un dixiócrata, su estrategia fue sofística. El fue un tiburón y un camaleón a la vez.

Lo que fue madurando en el pensamiento de Goldwater y que se admite como componente de su conservadorismo es el individualismo y éste concebido como una racionalización del egoísmo. Esto equivale a decir: Ayúdate tú mismo. No pidas a nadie. Ninguno está para tender la mano. Pídele a Dios. No al prójimo. ¿Es ésto posible? La voluntad y el individualismo son dos cosas diferentes. Hay creer en el esfuerzo propio y poner en ello la voluntad; pero, la voluntad vencedora viene de la cooperación. No es justo pedir que se ayude a sí mismo al que no está educado cuando se le ha privado ese derecho. La educación es la que da libertad y, si se niega, no hay individuo. Hay un esclavo sujeto a toda degradación. Una vida echada a perder. Cuando la familia es la primera institución que ha fracasado, ¿quién acogerá al crío? ¿Será justo pedirle: Bástate a tí mismo?

El liberalismo económico no es diferente al conservadorismo clásico ya que coincide en defender la no intromisión del Estado en las relaciones mercantiles entre los ciudadanos (reduciendo los impuestos a su mínima expresión y eliminando cualquier regulación sobre comercio, producción, etc.). Sin embargo, este elemento individualista con que se pretende criticar al Estado-Benefactor está menos acentuado. El liberal promueve un gobierno que no deje de lado la protección a los «débiles». Es cierto que cuando un gobierno da subsidios de desempleo, pensiones públicas, beneficencia pública se multiplican los gastos y la burocracia gubernamental. Para los críticos conservadores, como Goldwater, el Big Goverment es tan impopular como para el pueblo en general y los liberales, como su vanguardia, que se reduzca la protección de los más desfavorecidos.

A muchos simpatizantes de la receta «arreglátelas solo», el pasar el consejo es fácil si cuentan con los medios, la educación o los apoyos, en caso que les tocara la situación de aplicárselo a ellos mismos. Es bueno hacer ahorros y recortes presupuestarios a expensas de otros, que son los más pobres y que tienen menos voz para canalizar sus reclamos y defender sus necesidades ante el gobierno. A la larga, la pobreza es costosa. Los conservadores alegan que la beneficencia entorpece el crecimiento y reduce las oportunidades de ascenso y el estímulo a los emprendedores. Los críticos, por el contrario, consideran que el Estado puede intervenir precisamente fomentando estos ámbitos en el seno de los grupos más desfavorecidos.

Pese a toda su sutileza y colorido, Goldwater permaneció siendo lo que fue e imprime como su impronta en el Partido Republicano: Un halcón anticomunista. Todo lo que oliera a socialismo le hacía sacar las garras.. Votó contra la censura del Senador Joseph McCarthy en 1954, pese a que comprendía las imprudencias y el daño que hizo McCarthy con sus acusaciones, sus cacerías de bruja y su histeria, acusando de agentes comunistas / soviéticos, a quien se le pegara la gana. Quien calla otorga

El libro The Conscience of a Conservative, retrata el verdadero contenido de la consciencia de Goldwater. Evitar la expansión del marxismo en el mundo. Acallar, a través de la Young American for Freedom, una organización que movía su campaña, la nueva voz estudiantil interna que fue declarada la Nueva Izquierda, por sus afinidades de lectura. William F. Buckley, Jr, fue el fundador de YAF. El heredero del anticomunismo de Goldwater fue Reagan. El fuerte crecimiento de los yafos, primeros simpatizantes y activista del goleaterismo, según se suceden los términos de éste y Reagan, apoyan con manifestaciones públicas la ayuda a la Contra nicaragüense, aplauden las políticas anticomunistas de Reagan y justifican la oposición de los republicanos a las Naciones Unidas.

Entre los receptivos a esta consciencia, están Leo Brent Bozell, Jr., escritor católico, actvista, cuyo padre fue co-fundador de Bozell Worldwide. L. Brent Bozell III, también un activista conservador, fundador / presidente de Media Research Center, William F. Buckley, Jr. y como órgano propagandístico el periódico Human Event, National Review, fundada en 1955, y la publicación Nueva Guardia de los YAF. El conservadorismo adquirió y aún sustenta un exceso de causas no endosables por los liberales. Entre éstas: la hostilidad legislativa y policíaca contra la inmigración indocumentada, el desmantelamiento de Acción Afirmativa, rechazo a legislación que protege a los transexuales, patrocinio de grupos vigilantistas como The Minuteman Civil Defense Corps, y si bien protestan, como guerrilla cultural, la presencia de oradores liberales en los campos universitarios, promocionan con invitaciones a conservadores que han sido abiertos antisemitas y racistas (por ejemplo, Nicholas John Griffin, del British National Party (BNP), un incitador convicto de violencia racial.
Cuando se lanza a la política, después de servir como piloto de la Fuerza Area en la Segunda Guerra Mundial y como miembro de la Reserva, después de la Guerra, su primera posición fue concejal de la Ciudad de Phoenix en 1949; su desafío al Senador demócrata y líder de la mayoría, Ernest McFarland, dio la oportunidad nacional de conocer algo más que un nuevo político, cuyo expediente informa su graduación de una Academia Militar, la Universidad de Arizona y su destacada labor en el servicio de suministros en las zonas de guerra en el «Ferry Command», con viajes entre los EE.UU. a India, Africa Centra, Nigeria, Sur América, las Himalayas y la República China. Este hombre se retira como un héroe y con el rango de Major General. Por lo menos, había volado en 165 tipos de aviones diferentes.

Habría de ser valioso; pero, tenía los rasgos por los que un conservador es identificable. Andrew Ferguson los resumió diciendo en su artículo The Conscience of a Curmudgeon: Barry Goldwater, 1909-1998, «irascible, sin parpadeos, uno de los verbalizan con llaneza las verdades incómodas, con ojo agudo para la hipocresía... Los curmudgeon son entretenidos, coloridos y, más importante, totalmente inofensivos». No obstante, este conservador folclórico no fue nada de inofensivo. En su tiempo, los políticos más progresistas y liberales vieron sus otras costuras, no las que entretienen a los que son como él, narradores de lenguaje llano de verdades incómodas. Es el mismo Ferguson quien informa los calificativos que Goldwater ganara cuando se desplegó en acción, no sólo en anécdotas para divertir coloridamente, sin meter miedo. «Fue en variadas ocasiones decrito como peligroso, sicótico, hitleriano, fascista y un punto de convocatoria para los racistas».

Lo que importa que preguntemos es cómo se comportará el Goldwater conservador cuando los desafíos económicos y sociales piden una decisión. En los años en que se inserta en el poder: la fuerza laboral civil de la nación es de 60 millones de personas. Las mujeres integradas a la fuerza laboral constituyen unos 18 millones del total en 1950. Para el año 2,000, dos años antes de la muerte de Goldwater, son 66 millones, con una tasa de crecimiento anual del 2.6%.

DISPARANDO POR LA ESPALDA A LOS JOVENES: He dicho que los políticos, con el espíritu de exclusión y egoísmo, disparan por la espalda. Goldwater fue uno y el modo en que cometió ese crimen moral (asesinar por la espalda a la juventud, en el sentido metafórico que manejo) es negar las oportunidades educativas. El llega al Senado Federal en una época en que la naturaleza de la economía estadounidense comienza a cambiar. La vieja economía de manufactura, con producción estandarizada, en serie, y administrada por organizaciones autocráticas, cede a una nueva economía, en la que los trabajadores que carecen de destrezas laborales no tendrán un lugar. En 1950, el 60% de los empleos podrían ser desempeñados por personas sin destrezas laborales, inclusive sin un diploma de secundaria o entrenamiento particular. Este orden económico se sostuvo en 1970; pero, ya a mediados de esa misma década, no sería posible.

En la nueva economía del conocimiento, la alta tecnología y el internet, la educación es imprescindible. El 80% de los empleos en el mercado actual no es manufactura de cosas. Consiste en mudarlas de lugar, procesarlas y originar información en torno a ellas. En la actualidad, sólo el 16% de los trabajos puede ser realizado por personas que no tengas habilidades especiales, obtenidas a través de la educación. Entre 1960 y 1997, las actividades en las exportaciones e importaciones crecieron a un ritmo una vez y media más rápido que en cualquier otro ramo en la producción doméstica. Los ingresos reales devengados por jóvenes con diploma de preparatoria, pero sin preparación técnica o sin destrezas especiales se han reducido en un 18%; para quienes no tienen siquiera terminada su escuela preoparatoria los ingresos reales (después del ajuste por la inflación) han caído un 40% en los últimos 18 años [Robinson].

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Bibliografía

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