La primera pregunta que me hizo Laura cuando tenía 3 años me dejó descolocada, aunque ahora lo veo en la distancia y creo que no estuve tan mal, porque está claro que los chicos no necesitan respuestas de diccionario cuando preguntan, pero igual impresiona que una enana de 3 años te diga a bocajarro: "Mami ¿qué es la lógica?"...
Luego se me fue complicando la canción, porque pasé por soplarme de la nada respuestas a "¿qué es la química?", ¿Y el honor, Mami, qué es el honor?"... o la que me hizo con 4 años, recién llegada al colegio desde la guardería, y que creo fue la que me graduó de maga (por aquello de sacarme las respuestas de la manga):
-"Mami, hoy tuve religión, la monja nos explicó aquello de que nacemos, vivimos y nos morimos... si somos buenos vamos al cielo y sino al infierno".
Y yo, empezándo a asustarme por lo que intuía iba a venir:
-"Ajá ¿y luego?"
-"Bueno, mami, que si Dios es tan lindo y tan bueno y nos perdona todo, ¿no crees que nos tendría que dar más de una vida para que arreglemos lo que no hemos hecho bien?"
Y mamá (o sea, yo): =oS
Por supuesto le expliqué lo que yo creía y al final le advertí:
-"Mi amor, escucha a la monjita y cuando pregunte en clase o haga exámenes respóndele con lo que ella te enseña en clase, pero tú sigue pensando y haciéndote preguntas, no te creas todo lo que oyes a pies juntillas sin pasarlo antes por tu corazón, ¿me explico?, unas veces estarás de acuerdo, otras no y las dos cosas son igualmente válidas, ¿ok?".
Me miró con esos ojitos absolutamente marrones y hechizantes que tiene y me sonrió, cómplice, desde los pies hasta la cabeza... así me ha salido de maravillosa esta niña que es mi trocito de cielo en vida...
=o)
¿Qué es, mamá, la libertad?, me preguntaste.
La libertad, Verónica, la tan nombrada, la cantada despacio y a gritos, la de alas desplegadas y el espacio interminable por delante.
La libertad... Y me quedé pensando (...)
La libertad es una cama caliente cuando hace frío.
Y el pan desmigándose sobre el vestido limpio.
Es que llueva y nos mojemos si queremos mojarnos,
pero si no queremos..., un buen techo, un buen suelo...
Elegir..., pero no solamente en lo abstracto, en lo ideal.
Elegir en la cosa cotidiana, eso pequeño y obvio que no tiene la dimensión mágica de la paloma, la rama de olivo y el laurel.
La libertad del niño que elige entre un zapato y una zapatilla, entre un caramelo y un chocolatín.
La libertad de la mujer que elige entre un hospital que queda cerca y otro que queda lejos... y en los dos hay algodón, y alcohol, y sábanas lavadas, no solamente la buena voluntad del médico, no solamente el humanitarismo de quien juró salvar vidas.
La libertad del hombre para usar las horas que le sobran después del trabajo..., en vez de buscar un nuevo trabajo, una nueva obligación..., porque si no, el salario no alcanza.
Cuando yo era pequeña como tú, la palabra libertad me llegaba envuelta en la bandera, sacudida por altísimas notas de pífanos y redobles sonoros de tambores.
Era, más que una verdad, una estatua.
Entonces..., yo creía más en los mapas que en el mundo: países pintados de celeste, de verde, de amarillo, ríos azules y montañas pardas..., puntitos para separar las provincias y anchas líneas para separar los países...
El mundo era un montón de casilleros, cada cual con sus hombres que no podían mezclarse ni juntarse con los otros.
La libertad era cuidar su propio casillero.
Pero después conocí el mundo, y no encontré gruesas rayas ni puntos suspensivos trazados en la tierra, señalando los límites.
Pero después conocí hombres de distintos lugares, sabes, Verónica, y no tenían señales que los diferenciaran... y todos querían lo mismo:
bienestar para ellos y sus hijos.
Y querían vivir.
Vivir, eso tan simple, eso a lo que tenemos derecho..., y que a tantos se les termina por falta de remedios, o por falta de techo, o por falta de pan.
Por eso mi libertad ha echado sus palomas al viento, y ha puesto los laureles, los mirtos y las ramas de olivo en un sencillo florero de la casa.
Porque si está limitada por un chico que muere injustamente por falta de las cosas esenciales, si está limitada por un chico que vende flores a la noche o lustra zapatos, o extiende su mano pidiendo... mi libertad no sirve para nada.
Y la cedo a cambio de cualquier rigor que nos obligue a todos a mirar hacia los desposeídos,
los desheredados, los dolientes.
La libertad de hacer crujir el pan, y de abrazarte, porque este abrazo entre un hijo y una madre, apretado y caliente, es el verdadero nombre de la libertad que debemos rescatar para el mundo.
Poldy Bird
El País de la Infancia
Recibido por email de la lista Vitaminas para el Alma
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