Monday, May 10, 2010

¿Por qué Marx dijo: Yo no soy marxista?


Por Javier Biardeau R. / En Aporrea

Es poco conocido que, en vista de la enorme acumulación de disparates e imposturas que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del marxismo, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que yo no soy marxista). Pero la ironía de la historia es que Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates ni imposturas en su nombre, obviamente luego de su muerte en 1883.

Sin duda, para saber si se aproximan o no a las prácticas socialistas revolucionarias que prefiguraba el pensamiento marxiano, algunas acciones, discursos o políticas del llamado Socialismo de, en, o para el siglo XXI, será necesario seguir al pie de la letra, no un trazo filológico o hermenéutico, sino colocar por delante aquella sentencia:

«Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida». (Marx-Engels: La ideología Alemana).

Y en términos de políticas de Estado y su relación con las estructuras de clase, analizar con precisión que:La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política, y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad». (Marx-Engels: La ideología Alemana)

Experimentamos tiempos de interpretaciones polémicas, abiertas y libertarias. Tiempos de hermenéuticas críticas, de deconstrucciones, de semióticas vinculantes, de pensamiento crítico socialista, como base de posturas reflexivas en momentos de crisis de la modernidad occidental, del capitalismo neoliberal, del fundamentalismo de mercado, del modelo de democracia tutelada por el imperio, de sus certezas amalgamadas.

La evidencia polémica indica que tampoco es tiempo de dogmatismos estériles, de seguidismos ideológicos, de calcos y copias, de simples replicas o imitaciones de un pensamiento que se correspondió tal vez, a un determinado ciclo de luchas por el socialismo (ortodoxia bolchevique), a sus inventarios e inercias históricas, pero que sencillamente ha colapsado junto a la implosión del socialismo real.

Nuevos ciclos de lucha para revoluciones sociales y políticas, si quieren ser radicales, no pueden estar acompañadas de una profunda regresión o estancamiento en el terreno del pensamiento crítico, en lo teórico, en lo ideológico, en la epistemología o en la gnoseología. No es con guiones de manuales del comunismo científico, que podrán reimpulsarse las rupturas necesarias en cada uno de los eslabones de las cadenas de la dominación social, en todas sus manifestaciones en la existencia social: explotación económica, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social y negación cultural.

Se requiere una renovación del pensamiento crítico socialista, una plataforma teórica revolucionaria, una red de nodos de pensamientos insurgentes y saberes contra-hegemónicos, de teorías contra-sistémicas que al menos conserven algunos de los espíritus de emancipación radical de Marx y Engels.

Pero no basta autodefinirse, entonces, en las actuales circunstancias como marxista, como asimiladores de las verdades universales del socialismo científico, después de comprender lo que significó para Marx decir que yo no soy marxista, despúes de lo que puede significar el marxismo crítico en una época posracionalista, posmetafisica y poscientífica.

Tampoco basta una profundización del sentido de esta críptica declaración, pues hay que reconocer en el campo de las izquierdas de diferentes tradiciones y corrientes del marxismo, desde las más autonomistas, heterodoxas, críticas, abiertas y libertarias, hasta las más reaccionarias, burocráticas, dogmáticas y despóticas.
Digámoslo con claridad: solo podemos hablar de la multiplicidad de marxismo(s). Esto entraña una pregunta pertinente: ¿Desde cuál marxismo me habla quien afirme hoy: Asumo el marxismo"?

Engels le comentó en carta a Bloch (1890):

«Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos «marxistas» y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado...»

Se refería Engels en esta carta al reduccionismo económico y mecanicismo de muchos “nuevos marxistas”(los que hablaban de infraestructuras y superestructuras como si fuesen campos separados), que pretenden encontrar una suerte de dogma infalible en vez de asumir los problemas de un sistema teórico abierto, en permanente construcción de sus matrices conceptuales, sometido al rigor de la consistencia de sus metodologías, y sin dejar de lado la contrastación de sus proposiciones con los fenómenos, procesos y tendencias de la realidad histórica, política, económica y social.

Engels apuntaba no solo a criticar a quienes cacarean las tesis fundamentales, sino a comprender en profundidad la complejidad de una auténtica revolución teórica inconclusa, un programa de investigación-acción de alcance revolucionario, como momento teórico inmanente a la praxis revolucionaria, que desbordaba las convencionales consideraciones de la filosofía o la ciencia académica; es decir, del episteme dominante en el capitalismo moderno europeo en el siglo XIX.

Y como momento de la actividad teórica crítica, se trataba de una postulación abierta, revisable, debatible, en constante restructuración y renovación. No se trataba de dogmas, entonces. Se trataba de una dialéctica revolucionaria sin dogmatismos. De la conjunción de una concepción materialista de la historia, de una crítica a la economía política burguesa y del despliegue del método dialectico, algo muy distinto a la simplificación del “materialismo histórico” y del “materialismo dialéctico” (DIAMAT/HISMAT).

Por tanto, será necesario referirse polémicamente a algunos elementos sustantivos, en tiempos de “aligeramiento de los fundamentos” de aquella concepción, para cuestionar que sea el modelo de socialismo burocrático-despótico, la vía de construcción del socialismo en el siglo XXI.

Por ejemplo, Marx planteaba un imperativo ético-político en su crítica a la filosofía del derecho de Hegel, que prefiguraba su posición crítica frente a la civilización del Capital:
“Subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable” (Marx: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel).
Voluntad subversiva, humanismo revolucionario. De allí parte la crítica radical de Marx a la civilización del Capital:
“Radikal sein ist die Sache an der Wurzel fassen. Die Wurzel für den Menschen ist aber der Mensch selbst.”. “Ser radical es tomar el asunto de raíz. Pero, la raíz para el hombre es el hombre mismo”. (Marx: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel)

Una de los peores desvaríos de los nuevos marxistas fue el de asimilar acríticamente la versión del Marx joven y el Marx viejo, del Marx ideológico y del Marx científico. Una separación de campos, que opacaba la multiplicidad de la obra crítica y abierta de Marx, que devenía en interpretación codificada, no solo en una lectura sintomal, que pretendía convertirse en clave de bóveda de la literalidad esencial del pensamiento de Marx.

Hoy sabemos que ya no existe aquella metafísica de la presencia en el acto interpretativo, que hay múltiples estratos de significación y contextos de uso en la cadena discursiva, en la riqueza de la obra abierta y crítica de Marx. En fin, que el territorio del pensamiento de Marx es aún una vasta e inexplorada extensión a ser cartografiada desde diferentes marcos interpretativos, pero no acuartelada y amurallada por un dogma, que es en el fondo un revisionismo simplificador y tramposo.

Quién hable desde el dogma se descalifica de entrada. Hay corrientes del marxismo, no una ni dos, sino múltiples lecturas de Marx. Ya no hay aparato político, estatal o académico que asegure tener la única versión del marxismo, que asegure un orden del discurso exclusivo para la obra marxiana.
Lo que existe es una polémica dialógica entre corrientes y tradiciones marxistas, una diversidad de horizontes de comprensión del pensamiento marxiano, con inevitables consecuencias en el campo político-estratégico. Por tal razón, habrá que recordar que:

«Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa». (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista)

El movimiento proletario es un movimiento autónomo, en primer lugar, no es un movimiento heterónomo, guiado desde afuera y desde arriba por otras grupos, sectores y clases, por los intelectuales orgánicos del Capital o de la burocracia estatal.

Es además el movimiento de una inmensa mayoría, de un bloque social de explotados y oprimidos, en función de los intereses de la mayoría inmensa. Se trata del movimiento autónomo de la multitud.

No hay pues compatibilidad alguna entre el imaginario jacobino-blanquista y el imaginario marxiano. Marx no planteó revoluciones de “minorías conspirativas”, o revoluciones desde arriba. Allí hay una disyunción entre Lenin y Marx, y entre toda la ortodoxia soviética y Marx, por más acrobacias que realice la escatología marxista-leninista ortodoxa.

Ni la autoridad intelectual de Bujarin, ni el despotismo de Stalin, sirven ya para engañarnos. La revolución marxiana fue desde entonces una revolución democrática y socialista de multitudes. Sin este atributo deja de ser consistente con el pensamiento marxiano. Por tanto, nada de veneraciones supersticiosas al Estado, a su maquinaria burocrática, a sus funcionarios y capas administrativas, con sus propios intereses:

«La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella». (Marx: Critica al programa de Gotha)

No hay Estadolatría posible en el pensamiento marxiano. El Estado es un órgano que debe estar subordinado en todo momento y circunstancia a los intereses de la nueva sociedad naciente en el proceso de transición al socialismo:

«Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil». (Engels: prologo a la Guerra civil en Francia)

El Estado de transición debe ser nuevo y verdaderamente democrático, devenir semi-estado hasta transformarse en una asociación de hombres y mujeres libres. Continúa Engels:

«Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase».


Queda claro, que los promotores de la veneración supersticiosa del Estado quedan muy mal parados en este texto, el Estado no es el reino de Dios en la tierra, ni el campo donde se hacen realidad ni la verdad ni la justicia. La gente se acostumbra, como decía también Etienne de la Botie en el discurso de la servidumbre voluntaria, a pensar que los asuntos comunes no puedan ser mirados de manera distinta que a través del Estado y sus funcionarios. Pero los asuntos comunes, la experiencia de lo común, los territorios existenciales del comunismo democrático no son asuntos predominantemente estatales. La experiencia de lo común, sus territorios existenciales, desbordan cualquier encuadramiento estatista:

“El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (Marx: La guerra civil en Francia)

Habrá ciertamente para Marx y Engels, un Estado radicalmente democrático de transición, que amputara los peores lados de esta mal (El Estado, estimados es un mal necesario en las primeras fases, pero es un mal). Así como los seres humanos dependen de las circunstancias sociales, históricas y culturales, la praxis revolucionaria puede y debe transformar estas circunstancias, debe amputar inmediatamente los peores lados de este mal, sobre todo el lado despótico del Estado.

No basta leer a Marx y Engels, a través del filtro de Lenin o de cualquier ortodoxia soviética, hay que prácticamente sumergirse en las aguas del pensamiento de los clásicos, antes de someterse a las lecturas de las corrientes, sean socialdemocratas reformistas o marxista-leninistas ortodoxas.

Para deshacerse del trasto viejo del Estado, nuevas generaciones tendrán que educarse en condiciones nuevas y libres. No será con una educación para la servidumbre al Estado, para la sumisión ideológica al Estado, en condiciones donde no impere la más amplia libertad, que se podrá deshacerse del "trasto viejo del Estado», y así mismo, de la Estadolatría.

«Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase. Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos». (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista)

La producción, entonces, estará concentrada en manos de la sociedad, será propiedad socializada, no estatizada. Y para que esta condición sea cumplida, el proletariado debe ser clase gobernante, no clase espectadora o mediatizada, clase representada o sometida, en fín clase que deviene clase gobernante del órgano del Estado, de un Estado radicalmente democratizado, que impulse la transformación de la sociedad burguesa, de su régimen de producción, de las condiciones socio-genéticas del antagonismo de clase, para sustituirla por una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

Se trata nada mas y nada menos que de una comunidad de hombres y mujeres libres, no de un Estado totopoderoso que administra los intereses comunes en nombre de la asociación. El Estado es el órgano subordinado, no el órgano subordinante. En otro texto Engels agrega:

«La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución. Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción. Para esto, no hay más que un camino: que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas, que ya no admite otra dirección que la suya».

La estatización puede ser una medida transitoria de una fase transitoria, pero es incompleta e incluso una falsa solución del conflicto, si abandona el horizonte de la socialización económica y política, de la crítica radical a los estados de dominación económica y política. Es la sociedad la que debe tomar sin rodeos, posesión efectiva de las fuerzas productivas, otorgándole una dirección al modo de producción, apropiación y cambio. Se trata como veremos de la planificación social, no de la planificación estatal en sentido estricto:

«Haciéndolo así, el carácter social de los medios de producción y de los productos, que hoy se vuelve contra los mismos productores, rompiendo periódicamente los cauces del modo de producción y de cambio, y que sólo puede imponerse con una fuerza y eficacia tan destructoras como el impulso ciego de las leyes naturales, será puesto en vigor con plena conciencia por los productores y se convertirá, de causa constante de perturbaciones y de cataclismos periódicos, en la palanca más poderosa de la producción misma.” (Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico)

La planificación social se hace con plena conciencia de los productores directos; es decir, con conocimiento de condiciones y causas de los procesos y tendencias económico-políticas, con la intervención decisiva de los trabajadores, no con la planificación de los burócratas como presuntos representantes del interés general. El proletariado es no sólo clase gobernante en el poder político, sino clase gobernante en el terreno del poder económico, pués como dirá Gramsci, la hegemonía nace en la fábrica. La palanca de la producción estará en manos de una mayoría inmensa en favor de la inmensa mayoría.Se trata entonces de democracia económica y social, de planificación democrática de los trabajadores y consumidores. Continúa Engels:

«Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero, una vez conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, en nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de producción. Mientras nos resistamos obstinadamente a comprender su naturaleza y su carácter -y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores-, estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros, y nos dominarán, como hemos puesto bien de relieve. En cambio, tan pronto como penetremos en su naturaleza, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán, de tiranos demoníacos, en sumisas servidoras».

En manos de los productores libremente asociados, con conciencia y conocimiento de la acción, tendencia y efectos, comprendiendo la naturaleza y carácter de las modernas fuerzas de producción, es posible transformar el sistema económico capitalista para hacer de sus fuerzas económicas no «tiranos demoniacos», sino »sumisas servidoras».

Esto implica una doble apropiación por parte de los productores libremente asociados: apropiación social y política de las fuerzas productivas, pero además apropiación científico-técnica, del saber-conocimiento previamente expropiado por los gestores y administradores delegados por el despotismo del capital.
Lucha por la apropiación del conocimiento, por el saber experto para la gestión de las fuerzas productivas, por parte de las clases trabajadoras, para participar en la dirección de las fuerzas económicas a través de la planificación social. Ruptura de la división despótica del trabajo, nueva cooperación social en el trabajo.
“Es la misma diferencia que hay entre el poder destructor de la electricidad en los rayos de la tormenta y la electricidad sujeta en el telégrafo y en el arco voltaico; la diferencia que hay entre el incendio y el fuego puesto al servicio del hombre. El día en que las fuerzas productivas de la sociedad moderna se sometan al régimen congruente con su naturaleza, por fin conocida, la anarquía social de la producción dejará el puesto a una reglamentación colectiva y organizada de la producción acorde con las necesidades de la sociedad y de cada individuo. Y el régimen capitalista de apropiación, en que el producto esclaviza primero a quien lo crea y luego a quien se lo apropia, será sustituido por el régimen de apropiación del producto que el carácter de los modernos medios de producción está reclamando: de una parte, apropiación directamente social, como medio para mantener y ampliar la producción; de otra parte, apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute».

Aquí Engels es más claro que todos los burócratas del socialismo real: reglamentación colectiva y organizada de la producción de acuerdo a las necesidades de la sociedad, y, ¡oh sorpresa!, de acuerdo a las necesidades de cada individuo. La ampliación de la producción es necesaria en el proceso de apropiación social; es decir, aumentar la productividad de medios de vida y de disfrute para asegurar, la apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute.

«De cada quien de acuerdo a sus necesidades, de cada cual de acuerdo a sus capacidades» (sentencia que fue originaria de Louis Blanc, y no de Marx o Engels) debe ser conjugada entonces, con la cuestión de la planificación social de los productores libremente asociados (no con la mera planificación de la burocracia del estado), lo que implica, que "el libre desarrollo de cada uno sea condición del libre desarrollo de todos».

Una visión, por tanto, completamente democrática y libertaria de la planificación social, que desborda cualquier imaginario estatista-despótico, que impida la implicación e intervención directa de los productores directos en la dirección de las fuerzas económicas:

«El modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución. Y, al forzar cada vez más la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución ha de producirse. El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado».

Para Engels, a diferencia del imaginario jacobino-blanquista o del imaginario burocrático, la condición de posibilidad de la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, es que el proletariado sea efectivamente clase gobernante.

El problema del poder político de clase está directamente vinculado al poder económico, para comprender el camino por la que una revolución democrática y socialista ha de producirse, en el horizonte de destruir la estrecha concepción corporativa o particular de soberanía en tanto clase, para abolir las condiciones del antagonismo de clase. Veamos:

«Pero con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo, el Estado como tal (Engels lo dice con claridad, no es que espera a que se extinga el Estado, sino que destruye el Estado en cuanto tal). La sociedad, que se había movido hasta el presente entre antagonismos de clase, ha necesitado del Estado o sea, de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y, por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente».

El Estado de clase mantiene las condiciones exteriores de la producción, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de la opresión; en el caso del capitalismo, bajo el trabajo asalariado. Patrono público o privado es patrono explotador. Para Engels, todas las ficciones jurídicas del contrato libre se vienen abajo, cuando comprendemos que las normas jurídicas requieren de la existencia del Estado para mantener su vigencia y eficacia, bajo el uso de la coacción organizada de clase.

La norma jurídica del contrato libre depende para su vigencia de la fuerza pública del Estado. Es el Estado burgués quien asegura la legislación laboral y las condiciones de opresión, mediante el uso o amenaza de uso de la violencia legal. Para Engels, las llamadas superestructuras intervienen eficazmente en las infraestructuras (Como aparece claramente en la carta a Bloch y en otros documentos):

«El Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad era el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido»; se extingue. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor de esa frase del Estado popular libre en lo que toca a su justificación provisional como consigna de agitación y en lo que se refiere a su falta de fundamento científico. Partiendo de esto es también como debe ser considerada la reivindicación de los llamados anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana». (Engels: Del socialismo utópico al Socialismo científico)

El Estado ni la revolución se hacen por decreto. Seria interesante desentrañar frente a estos enunciados cómo algunas corrientes aparentemente marxistas, se convirtieron en una suerte de filosofastros del Estado, en defensores de la permanente intervención de la autoridad represiva del Estado en las relaciones sociales, llevando al paroxismo el «gobierno sobre las personas», el despotismo generalizado.

Habrá que recordarles siempre que se trata de un órgano subordinado a la sociedad, que debe ser radicalmente democrático aún el las fases de transición, y que depende enteramente del control de «la inmensa mayoría para el interés de la mayoría inmensa» de sus instrumentos administrativos, de planificación y políticos. Sin Estado radicalmente democrático, sin socialización del poder, sin autogobierno de masas, no hay revolución socialista alguna.

La conclusión provisional es sencilla: los promotores del Socialismo de Estado, del Socialismo Burocrático-Despótico podrán autodenominarse marxistas, pero a la luz del pensamiento marxiano, se comprende por qué Engels crítica a los llamados nuevos marxistas, y por qué Marx llegó a decir: Yo no soy marxista.

jbiardeau@gmail.com

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