Sunday, May 16, 2010

Dos mundos frente a frente


Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta puertorriqueño

La nación norteamericana está viviendo unos tiempos convulsos. Sus problemas políticos están matizados por unos grupos de extrema derecha que son altamente peligrosos para la estabilidad de la nación. Por otro lado, su economía sigue mostrando signos de una debilidad continua. Sus pilares económicos más fuertes han sido jamaqueados con una intensidad de terremoto grado diez. Las frecuentes guerras internacionales van desmejorando su poderío imperial. Y las agitadas luchas sociales siguen dividiendo a sus ciudadanos. Ese mundo anglosajón parece estar luchando por su supervivencia.

La nación norteamericana tiene unos doscientos treinta y cuatro años de fundada. Luego de la segunda guerra mundial emerge como el nuevo imperio que iba a dominar el mundo. Hasta el día de hoy ha sido así. De hecho, ningún otro imperio en la historia humana ha alcanzado tanto poder económico, político y militar. Pero hoy se encuentra frente a frente a otro poder: el poder del mundo hispano. Desde México hasta Argentina son muchos los inmigrantes que han llegado a los Estados Unidos en busca de una mejor vida. Los estudios más conservadores ponen a unos 45 millones de hispanos viviendo en suelo estadounidense. El hecho de que México comparta frontera con Estados Unidos, nos dicen esas estadísticas, que son los mejicanos los que componen el grueso de inmigrantes. Al presente se habla de unos 12 millones de ellos que son indocumentados. Es aquí donde estos dos mundos chocan frente con frente.

La periodista mejicana, Sanjuana Martínez, en su libro titulado Sí se puede, nos pinta un cuadro doloroso de sus compatriotas que lo arriesgan todo para llegar a los Estados Unidos. La autora nos dice: «Un colectivo tradicionalmente relegado, casi invisible, que de pronto se convierte en actor determinante del sistema económico y político. Fuerza productiva que a través de esta nueva lucha sin precedentes surge en una revuelta pacífica, en un desafío bastante claro: los 45 millones de hispanos existen y exigen derechos».

Con lentitud y resabios los políticos norteamericanos, especialmente los republicanos, han tenido que abrir los ojos a una realidad innegable. Son muchos y están entre nosotros, dirán en Washington. Claro que hay que atenderlos. Ese conglomerado humano trabaja, paga impuestos y espera gozar de las cosas buenas que le ofrece la vida. Y están en busca de su acomodo en el ajedrez político norteamericano. Si están legalmente en la nación, entonces no tienen problemas para mejorar sus horizontes. Pero, ¿cuál es la situación de esos 12 millones indocumentados? Aquí el panorama es totalmente diferente. No importa cuan genuina sea su aportación a la nación americana, estos hombres y mujeres son marginados y empujados por el mundo anglosajón que no tolera otras etnias dentro de su territorio. Así se va cuajando toda clase de fricción entre estos dos mundos: anglosajón e hispano.

La intolerancia contra ese mundo latino es vieja y sigue caminando por las ciudades y calles del pueblo americano. Muchos creyeron, de forma honesta, que con la llegada de un presidente negro a la Casa Blanca las cosas podían dar un giro espectacular hacia la tolerancia y la hermandad. Los hechos, desde ese día inaugural, desmienten ese cambio y deseo. Y el futuro no augura nada placentero. La humanidad siempre ha estado fabricando pensamientos intolerantes y murallas aislantes. El nacionalismo ha desembocado en fatídicos sentimientos de las llamadas razas superiores.

El problema de los indocumentados es viejo y creo que ya ha llegado a un nivel de efervecencia muy álgido. Y el Congreso sigue arrastrando los pies en un asunto de tanta importancia. Demócratas y Republicanos no logran construir un proyecto de ley que sea beneficioso para ambas partes: el pueblo americano y los millones de indocumentados. Y es que «las autoridades y los sectores sociales más conservadores de Estados Unidos han optado por poner fin al problema poniendo fin a quienes la protagonizan y padecen: criminalizando la inmigración, erigiendo un muro en la frontera, deportando masivamente a quienes –se dice- quebrantan la ley cada vez que respiran», dice la autora del libro antes mencionado.

La prueba última que se da contra ese mundo hispano se fragua en la legislatura del estado de Arizona. Todo el peso de un odio incalculable se transforma en ley para barrer, de una vez y por todas, la presencia non grata de todo ser humano que no sea anglosajón. Las mentes enfermas de estos seres de piel clara muy bien pudieran escribir otro decreto prohibiendo el matrimonio entre anglosajones e hispanos. ¿Y por qué no?, pudieran también decretar que todo hijo nacido de esa prohibición fuese dado a la muerte. Así lo estipulaba un mandato de un faraón que pretendió exterminar al pueblo judío. Siglos después, un maniático desapareció del planeta Tierra a unos 6 millones de seres humanos.¡Qué casualidad!

En ambos casos el pueblo judió fue el elegido para ser borrado del mapa. La intolerancia, los odios y las aberraciones siguen cabalgando por todas las latitudes del planeta. Arizona muy bien pudiera estar tirando la primera piedra y asfaltando el camino para otra gran matanza de seres humanos. Y no olvidemos que la extrema derecha político/religiosa tiene un gran apuro en instaurar un gobierno de tipo teocrático en los Estados Unidos. Estos embelequeros creen que están trabajando en nombre de Dios.

Estados Unidos es un país altamente agrícola. La agricultura es la vida de los pueblos. Si no se siembra, si no hay cosechas, entonces la humanidad moriría irremediablemente. Nos dice Sanjuana Martínez: «Son ellos los que limpian y atienden los restaurantes, los que cuidan a los niños, los que construyen las casas, los que preparan la comida rápida, los que cultivan las verduras, los que pagan impuestos federales sin recibir beneficios…sin ellos la economía estadounidense sufriría un grave impacto».

La mexicanofobia tiene muy alterados a los cazainmigrantes de Arizona. La agrupación Protect Arizona Now cuenta con miembros que se autodenominan supremacistas; es decir, personas que defienden la superioridad de la raza blanca y que cada vez van teniendo mayor poder a nivel nacional. Estos maniáticos, que no son otra cosa que patriotas de la muerte, han llegado a decir que el verdadero propósito de los mexicanos en Arizona es buscar ganar ese territorio para devolverlo a México. Solo mentes atrofiadas producen pensamientos tan disparatados.

El problema de los indocumentados se está recrudeciendo. La nueva ley promulgada en Arizona tiene visos de romper fronteras, o sea, el virus infeccioso de la mexicanofobia está contagiando a otros estados. Y una reciente encuesta habla de que una mayoría de los ciudadanos americanos está de acuerdo con la ley de Arizona. El panorama inmediato se ve ominoso para todos los latinos en Estados Unidos. El futuro no es nada halagüeño para esa humanidad que tanto beneficio aporta a la nación norteamericana.

El Congreso tiene que sacudirse de sus miedos y resolver este grave problema antes que la bomba estalle. Una fuente bíblica nos dice: «Aunque el pacto de la Ley limitaba los derechos de los extranjeros, se les debía tratar con justicia y equidad, y debían recibir hospitalidad en tanto respetaran las leyes del país». Exactamente, eso es lo que buscan los extranjeros que viven y trabajan en suelo estadounidense. Jesús enseñó: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Esos nobles principios como que no tienen espacio en la vida de los pueblos hoy día. Actuamos como manadas de lobos protegiendo nuestros perversos intereses. Pero nos llamamos discípulos de Cristo. ¡Soberana hipocresía!

Para que no lo olvide: Allá en Arizona hay unos trogloditas que pretenden hacer un holocausto con el pueblo hispano. Aquí, en Puerto Rico, tenemos unos verdugos que quieren subir al patíbulo la puertorriqueñidad. ¡Mucho ojo!

Caguas, Puerto Rico

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