Tuesday, July 7, 2009

El Libro de la guerra / Unas notas


La mayor parte de los textos de esta colección, El Libro de la guerra, fue compartida a través de la internet por casi un decenio. Muchísimas revistas electrónicas de España, los EE.UU. y América Latina, han acogido mi voz poética como colaborador. Han escarbado en mis páginas websites, seleccionando textos y comentándolos. Quienes por atentos a mi mensaje me han escrito y solicitado mis libros, en innumerables ocasiones, me han conmovido. Me satisface el hecho de que lectores y poetas, que son cibernautas privados e independientes, han reconocido a mi persona como poeta social y existencial y se identifican conmigo. El hallazgo o moraleja: el poeta nunca está solo. Vive una complicidad entre ladrones maravillosos.

De algún modo, he sido el intérprete de sentimientos que muchos comparten y de ideologías en ciernes. Hayan o no pedido mi autorización para reproducir o publicar mis poemas, mis lectores me han acreditado como autor, no estrictamente solo y entretenido con su propio acervo. Además de publicárseme en sus páginas privadas, en contacto con mis lectores se ha iniciado un proceso dialógico, beneficioso por colectivo y, al mismo tiempo, por íntimo.

Según descubro las publicaciones inconsultas, o al enterarme de que una parte de mi obra se reproduce y es leída con entusiasmo por mis lectores (* a juzgar por las estadísticas de acceso a mis páginas, o los casuales encuentros), he sentido una sensación de homenaje y la solidaridad intelectual y filosófica con anarquistas modernos. Este hecho rebosa mi alegría y mi esperanza. Mis poemas sociales, su trasfondo anarquista, adquieren, o representan aún, paradójicamente, más interés que aspectos de mi quehacer literario que yo, por otra parte, considero estética y filosóficamente superiores, por ejemplo, mis libros en la internet: Heideggerianas, Teth, mi serpiente y Tantralia.

Yo escribo por amor y por compulsiva confesión ante motivos que se dan en el tiempo esporádica, súbita e impredeciblemente. Quiero sentir la universalidad del sentimiento humano, independientemente de que concierna a alguien de los míos, mi tribu sentimental in situ o mi territorialidad y temporalidad soluta. Ser parte del mejor futuro (en cuya base esté la recaptura de los sentimientos e ideales universales) ha sido mi meta. Tarea ardua cuando uno es condicionado y tentado, poderosamente, con la idea que Norteamérica es el axis mundi. Que el sistema político-social avanza, o catapulta, al Sueño Americano que todos apetecen y no al monroísmo, corregido y aumentado... Que esta nación es cuna de libertades individuales y progresos materiales sin parangón... ¡Casi siempre pretensiosidades!

Queriéndose sepultar veladamente las caducidades de épocas y mitologías como fueron la Política del Garrote y el Ugly American, se piensa que el soldado norteamericano es inequívocamente la víctima, el héroe incondicionado, eterno inocente y único ser humano valioso, cuya vida se confronta(rá) con la guerra, sus pérdidas trágicas y sus desafíos. Sobre esta ejemplaridad, la del gringo heroico, se construyen los chantajes culturales y espirituales.

Para mí, ha sido difícil este juego, o lavado de cerebro, porque yo amo a las gentes en el lugar en que están y Norteamérica es parte de mi geografía circundante, mi ser-en-el-mundo. Aquí, en California donde vivo, tengo las aspectaciones de mi Soluto y mi destino en común, pero yo estoy en contra de la obediencia programática y de lo que se conspira bajo tal pretexto. Yo sólo admiro a lo que amo, contrario a J. E. Rodó, y no imito lo que no quiero, contrario a J. F. Sarmiento y Victoriano Lastarria.

En consecuencia, me solvo con testimonio diferente, antiestamentalista y no encajo dentro de las promociones simplificadoras en boga, mismas que parten del pretendido fin de la Guerra Fría y de la confrontación ideológica que redujo a la URSS a pedazos. Más peligrosas tendencias están a la vista, por ejemplo, la política del choque de civilizaciones que Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger postulan y abogan; las narcodemocracias y las tendencias a socavar, con el neocolonialismo, las bases del Estado-nación o las soberanías nacionales. Mi punto de vista será viciosamente descrito como antipatriótico, no importa que la validez de mis argumentos contra el totalitarismo de izquierda y derecha, a los que impugno, deje su diáfana conceptualización. No soy anti-occidental ni antiestadounidense. Afirmo solamente que los grandes símbolos del poder globalizador, imperial y neocolonialista, están en Washington y sus aliados europeos, y que Norteamérica necesita un despertar y un liderato de calidad y discernimiento que no se vuelva de espaldas al mundo. El oportunismo crítico-político suele abocarse muy facilonga y demagógicamente en favor de las llamadas ideologías hegemónicas y orgánicas. En los EE.UU., por absurdo motivo, terminan siendo the mainstream tendencies or currents, y los mismos liberales dan consenso a las mismas. ¡Y todos a creer como rebaño en la dicha de mentirijillas, las promesas vacías, Don Dinero, el Capital Ficticio, los horóscopos, las Telenovelas y las slogans!

¡Yo también detesto tan vulgares rollos!

Admito, pues, que soy un poeta marginal. Uno al que los círculos de cultura hispánica y editoriales chicanas objetan y pasarán por alto, pese a que me formé entre chicanos y cubano-riqueños, residentes en los EE.UU.. Estos grupos (dizque de Cultura Latina en los EE.UU.) parecen solamente interesados en nombres y anécdotas en torno a momentos estereotípicos de la historia que no son, en rigor, el resultado de la cultura filosófica, sino meramente indicios de la lucha étnica e históricamente forcejeante ante el desafío de irse-resolviendo-avanzado, realidad que conduce masivamente a muy poca angustia y trascendencia, a fortalecer a Don Nadie.

El que mis lectores comuniquen para mí (¡quizás algo que no es tan mío como de ellos!), emoción y asombro desinteresado, ha transmitido sus preocupaciones a las mías. Ha confirmado la fuerza de temas por los que necesito apasionarme con la luz que ellos me señalan o me descubren como explorador en el lenguaje.

Por otra parte, estos poemas son residuales. Más que un libro con temario planeado y unitario, aquí hay la presentación de textos sueltos, publicados e inéditos, en distintas fechas y lugares. Textos que yo no he podido asignar a colecciones más formales en que trabajo, como son El hombre extendido, Heideggerianas, Libro de anarquistas, Manual de filosofía para incrédulos y otros.

La razón principal del poemario (152 textos) es el eco de la simpatía que me provoca una petición reiterada de mis lectores cibernautas, quienes sospechan que soy un creador serio, con oficio. Empero, de veras ignoran que la prisa por publicar libros ya la perdí. Ha sido más positiva la espera. Mi primer libro La casa (1980) fue germen para una obra más precisa, Heideggerianas (aún inédita, pese a sus fragmentos en la internet); El hombre extendido (1988), premiado por el Chicano Literary Contest de la Universidad de California, Irvine, es sólo una fracción de lo que ha sido compartido por la ediciones de Arundel Books.

Soy poeta en el sentido de que, al comunicar metafóricamente, me siento parte de una comunidad nueva. Hallé un nexo dialógico con la gente que subvierte la palabra discursiva, manida y automatizadamente predecible; pero el discurso poético de mis proposiciones alude a una solidaridad muy anhelante y profunda: un despertar conscientivo que funciona en favor del redescubrimiento social y humano más allá de la coersión y la propaganda, la hipocresía y el pensamiento débil de la poesía o el arte (incluyendo las artes plásticas y las interpretativas) como adorno y cursilería.

Esta colección El Libro de la guerra es una reacción a lo que Nietzsche llamara el prejuicio de la razón, la metafísica de la subjetividad, la palabra como el sustrato de la mentira que falsea la realidad, convirtiéndola en un devenir de apariencias y sobre el cual la razón del Yo legisla moral y despóticamente. Es también la esperanza por el hombre nuevo, que no triviliza el esfuerzo por la creatividad ni la concientización de la responsabilidad, librándola de la ilusión y la palabra coqueta que se sostiene por una falsa simbiosis o armonía con la sociedad.

Este es un libro antimetafísico y, por ende, su mensaje, o intención más elemental es devolver el regocijo, despreocupar, sin escapismo, desde el fondo dionisíaco de la más profunda psiquis humana. Hay todavía mucho juego esperanzador; digo que, aunque ya que vivimos demasiado amargados por el mundo aparente del Orden y las Armonías apolíneas, artificiosamente antihumanas, aún dentro de esta finitud intraquila y angustiante, está la fuerza de reconciliación y el ancla: ¡la alianza originaria del movimiento! Es cierto que hay en este libro un análisis subyacente sobre el origen de la violencia, la sicología de la mentalidad colonialista y neocolonialista, la fascinaciones con la pandilla y la élite, la voluntad de poderío que se arriesga al sobredominio; pero la idea central es que la renuncia al conocimiento innato de la inocencia y profesar el altruísmo, construyéndolo en favor de los mitos de la certeza sensorial de su dependencia del Estado, es el suicidio.

Una última observación sobre Libro de la guerra. Este poemario es el cadáver y renuncia personal a seguir construyendo mis textos alrededor de lo que, en el proceso creativo de una etapa, llamé El Libro de suicidas. De hecho, la guerra más que un canto a la vida es un suicidio. Me dí cuenta y dejé de explorar el suicidio como útil para mi canto y para mis teorías de una sociedad más justa y libre. De modo que ya no habrá un libro de suicidas en mi bibliografía, sino una transformación del guerrero desde la apertura del mundo. Una sublimación, si se quiere, que será el encuentro con el Juego y lo Insojuzgable de la creación. Así nos apartarmos del oír apolíneo. Heraklés cortaba las orejas a los enemigos, hecho simbólico de por sí. Yo corto los hábitos de la credulidad: la Oreja de Don Nadie. La forma más perfecta del adoctrinamiento y de la tiranía de la metafísica es la que apela al concepto discursivo del poder por el poder mismo.

Nietzsche profesó la eliminación permanente de los límites, agitada movilidad de todos los límites. Este es el sueño y la utopía del Ser que reside en el ente finito del Hombre. Esta es la idea sobre la cual yo impulso mi sentido de esperanza.

Carlos López Dzur
Orange County, California

5 de enero del 2002


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