Thursday, July 30, 2009

La cultura de la corrupción




Facsímil de portada


Por CARLOS LOPEZ DZUR / Administrador de La Naranja de OC

Están tañendo las campanas y sospechosamente. Se acumulan los pertrechos muy anticipadamente. Los pájaros disparan a las escopetas y me pregunto: «¿Qué le dijo el comal a la olla si ambas tienen el culo prieto? Sirva este introito para referir la publicación del libro de Michelle Malkin, Culture of Corruption: Obama and His Team of Tax Cheats, Crooks, and Cronies [Regnery Publishing, 2009, 376 ps].

Este libro, descrito como best-seller por The New York Times, no me sorprende. Claro está, si algo asombraría es su desbalance y superficialidad. La intención del libro es sectaria, no académica.

Malkin publica con una casa editorial que compra lo que ella vende: impresiones desarticuladas que sustancian la mezquina idea de que el Partido Republicano es el verdadero nido de los pulcros patriotas, lo que no es cierto. Tela y mucha para cortar hay en ambos partidos. Los EE.UU., como un país corrupto, es algo que se observa y trasciende las fronteras nacionales. Antes de la Admistración de Obama, Norteamérica fue percibida como la sexta en la lista de las naciones más corruptas del mundo. En una encuesta, realizada el año pasado (2008), 58% de los que respondieron a Transparencia Internacional, organización con sede en Alemania, nombraron a Argentina y 52% a Japón como los lugares con más corrupción política. Turquía, India, Gran Bretaña y Estados Unidos fueron los siguientes en la lista.
Ver

No es un libro honesto, si una temprana pieza de propaganda, esto es, aunque, sean, en cierto modo necesarios, estos lanzamientos de cagada, sirven a una visión personalista y subjetiva de la política de partidos. No fundamentan, a través de un análisis, los mecanismos estructurales que hacen posible la corrupción. Hasta un intelectual corrupto como Samuel P. Huntington es capaz de definir lo que la corrupción mejor que Malkin. Dice bien el aludido: «La corrupción es una conducta de funcionarios públicos que se desvía de las normas aceptadas a fin de servir a objetivos privados... es, por supuesto, una medida ilustrativa de la ausencia de institucionalización política efectiva. Los funcionarios públicos, al carecer de autonomía y coherencia, subordinan los roles institucionales a demandas externas» [Huntington: Political Corruption: Concepts & Contexts, 2002, ed. Michael Johnston y A. J, Heidenheimer]

José María Tortosa, autor del libro Corrupción, no sólo refleja en sus páginas los perfiles sicológicos de los corruptos, en cuanto individuos, sino «cómo se hacen los acuerdos entre los grandes negocios y el gobierno capitalista», porque, contrario al libro que reseñamos de Michelle Malkin, la corrupción estructural es una «enfermedad del capitalismo». Hay una «esencia criminal de la política capitalista de Estados Unidos que revela la bancarrota del sistema en si mismo». Y ésto es así, particularmente, cuando las empresas frágiles, envejecidas y pequeñas, se ven obligadas a recurrir más a la corrupción al darse la coyuntura de que pocas manos concentran el capital. Mientras las ganancias de capital lo permitan, empresas como las descritas comprarán a los políticos y la política será el escenario para que, entre bambalinas, los cabilderos ejecuten sus oficios. Detrás de los cabilderos, como se ilustraría con infinidad de casos, están también las más grandes corporaciones y bancos. Si en Washingon, D.C., únicamente, operan más de 20,000 cabilderos, ¿cómo puede escandalizarse Michelle Milkin y pensar que sólo en el sector demócrata es que están?

Fue el sociólogo C. Wright Mill uno de los primeros pensadores de la historia moderna en poner sobre el tapete la noción de «élite de poder» con su inmoralidad institucionalizada, que incluye a ese agente subvertor llamado el cabildero. También uno de los analizadores que subrayaría cómo los grandes pulpos inclinan la ley a ellos, obstruyéndola y chantajeando a los investigadores y jueces. Esto sucede sea el capitalismo de cualquier tipo, privado, mixto o de Estado, o sea el país una democracia o una dictadura.

Cuando se pone de moda la frase «cultura de la corrupción», quizás el caso más importante explotado por los demócrata fue el del cabildero en Washington, Jack Abramoff. Se vio perdido y se declaró culpable de fraude, evasión de impuestos y conspiración para sobornar a funcionarios públicos a cambio de una sentencia de entre 9 y 11 años en prisión. Admitió haber robado cientos de millones de dólares de cuatro tribus indígenas nativoamericanas —la Coushatta de Louisiana, la Choctaw de Mississippi, la Saginaw Chippewa de Michigan y la Tigua de Ysleta del Sur Pueblo en Texas. Las tribus contrataron a Abramoff para que representara sus intereses (casinos de juego) en Washington. Abramoff, a través de un socio, representaba a los casinos y, por otro, defendía intereses opuestos. Por otro lado, más de $4.4 millones, en el lapso de los pasados seis años, fue entregado a varios candidatos y comités de campañas, incluyendo donativos por más $100, 000 para la campaña de reelección de George Bush.

Al estudiar la trayectoria de este ladrón y corruptor de la política estadounidense (que en el fondo no tiene preferencias partidarias, sino los intereses de sus codicias y agendas personales en favor del capitalismo), descubrimos que su verdadera lealtad estuvo, como explicara Ian Thompson, «con los movimientos del ala de extrema derecha y los neofascistas, ambos dentro y fuera de los Estados Unidos». Ver, esto es, el anticomunismo, el sionismo y el imperialismo, el apoyo al apartheid mediante el descrédito del Congreso Nacional Africano y su dirigente Nelson Mandela y el apoyo a los pobladores israelíes en Cisjordania.

Ciertamente, los cabilderos son una parte sustancial del problema de la corrupción en la nación. El donativo mayor que legalmente se puede recibir para una competencia senatorial es es de $2,400. Pero el ex-Gobernador republicano, Charlie Crist, obtuvo de los cabilderos de la AT&T, Fidelity National Financial y CSX Transportation, $139,250 y de los cabilderos de la industria de la salud, otros $50,700. «Crist recaudó $4.3 millones en los primeros 50 días de su campaña, más que duplicando el récord para un candidato senatorial en la Florida». Mientras eso sucedía, «Barack Obama se comprometió a rechazar dinero de los cabilderos federales durante su campaña del 2008 en un esfuerzo por señalar su independencia de los intereses especiales» Ver, lo que no significa que todos los demócratas hicieron lo mismo. Mas las palabras de Obama son demasiado duras: «Los cabilderos mercenarios han pagado para escribir las leyes y han logrado recortes masivos de impuestos para las empresas petroleras, regalos innecesarios a la industria farmacéutica y múltiples contrata sin licitación para la reconstrucción en el Golfo Pérsico. En estos rejuegos están envueltas altas sumas de dinero, miles de millones de dólares, es un verdadero barril sin fondo que se mantiene a expensas de los contribuyentes y en detrimento del bienestar social y económico del pueblo estadounidense». [Esteban Caldera: «Los cabilderos, el soborno y el corredor de los malditos», en: El Faro Latino / Blog]

Las conspiraciones de cabilderos y legisladores «para que los intereses de grupos selectos sean colocados en agenda en el Congreso, aún por encima de las legítimas necesidades del pueblo norteamericano», han convertido al pasado y presente Congreso en «el más corrupto en la historia del país». Thomas E. Mann, del Instituto Brookings, con el mero Escándalo de Abramoff, el de la venta de acciones ilícitas (de la Comisión de Valores y Cambios, agencia reguladora de Wall Street) con Bill Frist, el del congresista republicano Randy Duke Conningham (quien renunció, tras aceptar sobornos por 2.4 millones de dólares para promoción de contratos militares), los escándalos republicanos durante el gobierno de Bush representan «los más grandes en el Congreso en más de un siglo». Ver

Hay corrupción en el Partido Demócrata. Cierto. El ejemplo más preclaro viene tras una investugación de diez años que dio fruto. Gracias a la Operation Bid Rig, fue descubierta una red delictiva que incluyó a los tres alcaldes demócratas de Hoboken, Peter Cammarano, el de Secaucus, Dennis Elwell y el de Ridgefield, Anthony Suárez, y la vicealcalde de Jersey City, Leona Beldini (demócrata) y el Presidente del Consejo Municipal de New Jersey, dos miembros de la Asamblea estatal, los legisladores estatales Daniel Van Pelt (republicano) y L. Harvey Smith (demócrata) y varios políticos, demócratas y republicanos, puso en evidencia la variedad de la inmoralidad institucionalizada: extorsión, soborno, lavado de dinero y tráfico de órganos humanos. El investigador especial del FBI, Ed Kahrer, llamaría a este caso, uno de los peores en la historia reciente: «El problema de corrupción de New Jersey es uno de los peores, sino el peor, en la nación».

«En otro caso de lavado de dinero, varios rabinos de Nueva Jersey y Brooklyn fueron acusados de crímenes que van desde el tráfico de órganos provenientes de donantes israelíes hasta el lavado de las ganancias por la venta de carteras piratas Gucci y Prada». La pocavergüenza trasciende el Estado, avanza hacia corromper lo sagrado y sus instituciones. Entonces, se soborna para callar la justicia, la prensa y a quien sea. Sucede en América Latina y, créase, aquí en Norteamérica, tierra de tapachines sofisticados.

No digo que estos inventarios del quehacer corrupto sean innnecesarios; sirvan los ejemplos que se ofrece para que el país entienda las vertientes de la politiquería y la inhabilidad imperante en la nación para poner a raya a los politicones («crooked politicians») que entran al servicio público únicamente para hacerse ricos. Una tesis que Milkin quiere probar, a seis meses del gobierno del nuevo presidente, es que aunque vestido de cordero, es un lobo. «Obama had a lot of pretty words during his campaign, but he is absolutely just as corrupt as the worst career politician».

La ideología «conservadora», desde la que Malkin, se apertrecha no es otra cosa que un parapeto de servicios a la Ultraderecha del Partido Republicano. No hay que ser muy listo para discernir de qué se trata esta guía de acusaciones, enfocada en el equipo de Obama y que, si bien la inserta en el marco de la cultura de corrupción, Malkin evita declarar que la misma impera por muchos decenios. Los «cronies» de Wall Street no es un asunto de partidos particulares. Es un engranaje sistémico del capitalismo mismo. Los descarados evasores de impuestos se hallan en ambos partidos, lo mismo que los rateros con corazón de cuervos «petty crooks» y vendedores ambulantes de bazofia, entiédase buscones.

John G. Peters y Susan Welch, dos investigadores de la Universidad de Nebraska, especializados en el estudio de la corrupción política, han observado en sus estudios de algunos periodos de competencia eleccionaria congresional, que la mayoría de los candidatos acusados de corrupción son reelegidos y la pérdida de votos que sufren oscila entre el 6 y 11% del voto esperado. No es necesariamente que la corrupción esté condonada; pero el hecho es que, en la conducta de los votantes, no se está retribuyendo, como se debe a los defraudadores de la confianza pública. Peters y Welch mencionan los sorprendes ejemplos «de miembros del Congreso y otros releectos «by overwheming majorieties even after indictments or convictions for gross violations of the public trust» [The effects of charges of corruption on voting behavior in congressional elections: The American Political Science Review, Vol. 74, No. 3 (Sep., 1980), pp. 697-708] Si bien cualquier persona con sentido común comprendería que al incumbente malo hay que sacarlo de circulación, o sujetarlo a sanciones electorales, los problemas a la vista son que el proceso político / las campañas en particular en el país más que educar desinforman y desorientan. La información suele ser inadecuada y poco confiable a la hora de probar actividades de corrupción y, siendo este el principal asunto, las alegaciones de corrupción parecen tener un efecto pequeño en la emisión del voto por el electorado. Los debates son amañados.

Acusarse de una cosa y de otra tiene sentido para los estadounidenses cuando se alcanza una evidencia convicente y el acusado termina en la cárcel o fuera de circulación. El que sólo es acusado por asociación casi siempre libra su sospechosidad y sale airoso. En este catálogo de acusaciones que ventea la periodista Malkin hay más ruido que nueces y ese es el modo como lo ven los demócratas y el electorado en general. De hecho, el término cultura de corrupción fue acuñado, o forzado a su uso propagandístico por los demócratas mismos, para describir a la serie de escádalos pol1ticos que afectara al Partido Republicano durante los primeros dos años del segundo término presidencial de George W. Bush. Como resultó efectivo para derrotar al GOP, ahora los republicanos andan en contraofensiva utilizando el término y machando en él, si bien tiran sus piedras y esconden la mano.

Cuando los demócratas manejaban el término de «cultura de la corrupción», en sus miras estuvo el líder de la mayoría en el Congreso, Tom DeLay, procesado por cargos de lavado de dinero («money laundering»), Bob Ney, declrado culpable de aceptar sobornos, Randy Cunningham, convicto de aceptar $1.3 millones en sobornos, Dennis Hastert, ocultador de la conducta inapropriada de Mark Foley, y beneficiairo de donativos de Jack Abramoff por más $100,000. Foley tuvo que renunciar después que un escádalo sexual que lo involucrara con un adolescente de 16 años de edad. Curt Weldon fue investigado por el FBI por venta de influencias políticas y cabildeo en favor de dar contratos a su hija y finalmente fue abandonado por su partido, pese a que, como caradura, no quiso renunciar a su cargo. Scooter Libby, convicto de perjurio, obstrucción a la justicia y mentir al FBI. El Senador Bill Frist, quien es médico, fue criticado por un panel de ética de la Northwestern University por hacer diagnósticos, sin examinar personalmente a un paciente y cuestionar otros diagnósticos sin ser él un neurólogo durante el Caso Schiavo. Esta fue sólo una pequeña lista de lo que pasara entre los pluscuanperfectos de la moralidad y pulcritud política.

En este turno, Malkin quiere destacar el protagonismo negativo como hipócritas y corruptos de los miembros de la Administración Obama. Ser hipócrita es un juicio de valor, hueco y vacío en términos de comisión real de delitos. Entre los atacados en su libro están el Czar de Desarrollo Urbano Adolfo Carrión, la zarina del Departamento de Salud Nancy DeParle, el embajador Louis Susman, la Secretaria de Estado Hillary Clinton, el Vice Presidente Joe Biden y la Primera Dama Lady Michelle Obama.

Malkin alega lo siguiente: «El equipo de Obama es un grupo dysfunctional y peligroso de cronies («business-as-usual cronies»). La corrupción va desde ricos banqueros wealthy como Rahm Emanuel y Valerie Jarrett, hasta la pague por jugar / pay-to-play / Michelle Obama y Joe Biden, y hombres éticamente censurables, bailout-bungling money como Larry Summers y Tim Geithner en la Tesorería, el abogado del crimen corporativo Eric Holder en el DOJ, a la Service Employees International Union, y la siempre expansiva red de cabilderos de Washington». A éstos añade...

Una organización, sin fines de lucro, ACORN, siglas de la Association of Community Organizations for Reform, ha estado bajo el fuego de los conservadores desde que el año pasado dio su apoyo a la candidatura de Barack Obama y el anuncio de que planea participar en el Censo del 2010. Para la autora y los republicanos, los directores de ACORN ejecutan una conspiración criminal «to launder federal money in order to pursue a partisan agenda and to manipulate the American electorate».


No comments:

Post a Comment