Tiempo Argentino
Por Tomas Forster
El reconocido filósofo, lúcido pensador de la realidad política argentina, se refirió en esta entrevista a los temas que el gobierno puso sobre el tapete y que desvelan a la oposición: los Derechos Humanos, la Ley de Medios, la Asignación Universal por Hijo, la estatización de las jubilaciones. Marxista convencido, no le ahorró críticas, sin embargo, a la izquierda dogmática del país y dejó fijada su polémica posición frente a la militancia de los años setenta.
A través de los relatos de su abuelo rabino llegado a fines del siglo XIX, en las iniciáticas caminatas por el centro porteño, en la única afiliación partidaria al Club Infantil Socialista, en su particular vivencia durante los años del primer peronismo, en el arribo incierto a la París de la posguerra para estudiar en La Sorbona, y luego en la vuelta a estas pampas de la mano de la insoslayable experiencia de la revista Contorno, León Rozitchner encontraría los cimientos de su pensamiento y de su propia identidad.
Hombre de izquierda, abierto a múltiples influencias y referente de la articulación entre marxismo y psicoanálisis freudiano, Rozitchner rechaza las posturas congeladas que vociferan categorías anquilosadas y se ubica como un intelectual punzante con el que se puede seguramente disentir, pero jamás atribuirle posiciones oportunistas o autocomplacientes. Respaldado en sus cualidades de encendido y fértil polemista, pero, al mismo tiempo, poseedor de un inusitado espíritu reflexivo, este filósofo supera con holgura las ocho décadas pero no pierde las mañas. Y, como un reflejo de su vitalidad extraordinaria, analiza con vehemencia y pasión el actual proceso político.
Partiendo del elogio mesurado a varias de las medidas impulsadas por ambos gobiernos kirchneristas, el autor de Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia y Perón: entre la sangre y el tiempo, se muestra escéptico frente a las nuevas formas de militancia que propició el oficialismo y afirma que “el peligro de caer nuevamente en manos de la derecha pasa por no apoyarse decididamente en las bases”. A su vez, como profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, sienta su posición sobre el conflicto educativo y cuestiona a Ernesto Laclau.
–¿Cómo analiza la irrupción del kirch-nerismo?
–Al kirchnerismo hay que situarlo evidentemente en la derrota del pueblo argentino que viene desde el apoyo que le dio al golpe militar, a la Guerra de Malvinas y a Menem. Esto constituye un derrotero que marca un fracaso político monumental. Todavía estamos en la dificultad que conlleva salir de esa destrucción. Entonces, ¿sobre qué fondo el kirchnerismo puede hacer una política de transformación? Con los desechos de la derrota del campo popular, bienvenida sea la aparición de este gobierno. En ese sentido, se abre tenuemente una posibilidad distinta que es fundamental pensarla a partir del campo de la política de Derechos Humanos. Cuando Kirchner hizo bajar el cuadro de Videla al jefe del Ejército, la Argentina sintió un respiro de liberación. Algo cambió en la subjetividad de cada uno de nosotros, dicho de otra forma, nos sacamos el terror de adentro.
–¿Qué escenario habilitó aquel acto?
–Se inauguró un escenario con otra subjetividad en lucha frente a la subjetividad derrotada, mezquina, que dejó el proceso militar y el neoliberalismo. Igualmente, hay que decir que habilitó, pero también cerró. Porque la idea de transversalidad política se dio siempre por arriba y nunca por abajo. Tendría que haber cambiado eso apoyado en una nueva construcción de poder popular. El peligro de caer nuevamente en manos de la derecha pasa por no apoyarse decididamente en las bases.
–¿Con la movilización por la Ley de Medios y el matrimonio igualitario, no se evidencia una mayor participación política de la sociedad civil para lograr medidas inclusivas que en muchos casos se traduce en algún tipo de militancia?
–La ley de matrimonio igualitario era importante promulgarla, porque era un reclamo de buena parte de la sociedad, pero me parece que es una medida que no va a conmover profundamente la conciencia aterrorizada de la gente que es necesario enfrentar y suscitar para movilizar a sujetos políticos. Sí es un dato interesante la derrota que sufrió la Iglesia con Bergoglio a la cabeza, que se tuvo que mandar a guardar. Y la Ley de Medios hasta que no se efectivice no puedo analizarla en profundidad y me trae más dudas que otra cosa. ¿Quién va a tener los medios? ¿Cómo hacés para que una comuna tenga un medio sabiendo que sin guita es muy difícil sostenerlo? Indudablemente, el debate que se está dando es muy interesante, pero me trae dudas lo que vaya a suceder cuando se ponga en vigencia. No obstante, la ley en sí la conozco y me parece adecuada. No es que uno se deshaga en críticas anticipadamente, sino que hay que poner el acento en cómo se va a llevar a cabo. Porque me podrá gustar o no el programa 6-7-8, pero no me gustaría una televisión 6-7-8. Tiene que haber una pluralidad de alternativas y, principalmente, tiene que quedar en claro que los que no tienen la palabra tienen que tomarla y no que suceda que otros hablen por ellos.
–¿Qué otros logros valora del proceso vigente y cuáles son las cuestiones pendientes?
–El haber recuperado las jubilaciones era elemental, porque el capitalismo financiero se había llevado hasta los ahorros de los trabajadores. Pero, por ejemplo, lo que está pasando con la medicina no se ha encarado. Las prepagas hacen lo que quieren, todo se tercerizó. En las cosas de la vida cotidiana, y con esto me refiero a los precios de los alimentos, la salud, y la calidad educativa, no veo que estemos avanzando. Todas las cosas positivas que realizó este gobierno pueden quedar truncas si no se desarrolla un apoyo popular a través de medidas que apunten directamente a las mayorías postergadas.
–¿No coincide con los que sostienen que el kirchnerismo habilitó el retorno del debate político y generó una nueva mística militante?
–Tiene que surgir una militancia que rompa con aquella militancia setentista que llevó al fracaso al campo popular. Hay formas nuevas y grupos que no están incluidos en los lugares tradicionales y que están militando de otros modos. Pero eso no está integrado porque es como si hubiera un corte entre lo abajo-abajo y lo abajo creado por el arriba. Faltan más medidas que interpelen no por la palabra, sino por los hechos, incorporando concretamente a los excluidos.
–¿La Asignación Universal por Hijo no es una decisión que busca revertir la situación de los postergados?
–Es muy positiva, pero la inflación se la come. Es una medida tomada de arriba hacia abajo, pasiva, que no exige una presencia activa de los sectores populares. Y no por decir esto uno se convierte en antikirchnerista ni mucho menos.
–¿Teniendo en cuenta la importancia de la estructura del PJ en el armado kirchnerista, el oficialismo puede integrar y representar a los sectores no peronistas de cara a las próximas elecciones?
–No puedo afirmar nada de acá a un año, porque pueden pasar muchas cosas que cambien lo que está pasando. Lo que en este momento se percibe es un clima de creciente apoyo hacia el gobierno y una oposición que está perseguida y no sabe qué hacer para encontrar el punto que la unifique frente a la iniciativa constante que muestra el oficialismo. La relación de la sociedad con el gobierno se revitalizó, pero siguen faltando los pilares sólidos que hagan más resistente a este proceso. Uno lo que pide, finalmente, es que este gobierno profundice realmente sus políticas.
–¿Cómo ve a la oposición de centroizquierda que lidera Proyecto Sur?
–Tengo simpatía por Pino Solanas. Pero su encono feroz contra los Kirchner no le resulta en lo más mínimo. Verlo en el programa de Grondona, riéndose, la verdad que me revolvió el estómago. Es lógico que Pino utilice los medios masivos para divulgar su mirada, pero no que se sonría ni festeje los chistes de sus peores ejemplares. No es contradictorio enlazarse con ciertas fuerzas que está movilizando el kirchnerismo. Es un error político tomar al oficialismo como principal adversario. A Sabbatella sí lo veo en esa senda, dentro de lo que puede y sin tener el alcance nacional que tiene la figura de Pino. Lo veo como un tipo que está luchando.
–¿En qué difieren y que tienen en común las movilizaciones de los estudiantes secundarios y los universitarios?
–La izquierda universitaria siempre desplazó las energías hacia fuera de la universidad, sobre un campo que no le correspondía, porque sacaba a la gente del ámbito universitario perdiendo su propia base de afirmación para hacer algo que les quedaba grande. Hoy, los pibes están haciendo su primera gran experiencia después de muchos años, luego de la lucha contra la Ley de Educación Superior que impulsaba el menemismo. El discurso de la izquierda dogmática ya no corre, es absolutamente ineficaz. Aun definiéndome como marxista, no estoy de acuerdo porque ese es un marxismo vulgar, puramente economicista. Achican todos los problemas. Las agrupaciones universitarias están en un lenguaje meramente partidista y no incluyen al actor estudiantil en su conjunto. En cambio, a los chicos del secundario, con toda su inexperiencia a cuestas, los veo más conscientes del lugar del estudiantado. Por algo son los que vienen impulsando esta ola de movilizaciones y tomas. Pero en la facultad veo indiferencia, y rechazo hacia las prácticas de buena parte de las agrupaciones dominantes y desinterés teórico por los problemas políticos y sociales. Obviamente que los docentes también tenemos que hacernos cargo de esa situación.
–¿Es posible pensar en una nueva cultura política de izquierda en el momento político que vive Latinoamérica?
–Van surgiendo formas atípicas y alternativas a las que imponen los centros del sistema, sobre todo en los países cuya cultura aborigen fue sojuzgada por el imperialismo cristiano, pero aún sigue siendo un actor con mucho peso en la actualidad. Bolivia, Ecuador, un poco Venezuela, son reflejo de eso. La izquierda perdió el rumbo cuando se olvidó el problema de nación. Ahí perdió el sentido del materialismo histórico, porque si hay algo que define la pertenencia de un ser humano a un colectivo es el espacio terrestre que ocupa como propio. Ellos se manejan todavía con categorías de derecha, como si el nacionalismo fuera algo simplemente etéreo y no tuviera nada que ver con su verificación en la terrenalidad que lo sostiene. No hay internacionalismo que no provenga de un lugar nacional. Vos no podés sostener una idea internacional si no tenés una base firme nacional de apoyo. Esta izquierda actual, poblada de sectas, sufre un idealismo absurdo.
–¿El concepto de populismo es un significante vacío en constante litigio, como asegura Ernesto Laclau, o es una categoría irrecuperable?
–Laclau es un fenómeno llamativo. Cae parado como el intelectual que le baja línea al gobierno pero no lo podés tomar en serio. El libro sobre el populismo (La razón populista) se basa en descripciones de momentos históricos a los que llama populismo, porque están caracterizados por fuerzas mayoritarias que acompañan un liderazgo fuerte. ¿Con eso hacés una teoría? No me interesa Laclau, que puede ser explicado como en el campo del espectáculo en el que aparecen Tinelli o Mirtha Legrand. El populismo se convirtió en una categoría despectiva, difícilmente recuperable. Al definir a las experiencias actuales latinoamericanas como populistas me parece que se las limita y quedan congeladas en sus posibilidades de desarrollo.
–¿Con qué intelectuales le interesa polemizar e intercambiar posturas?
–Y a esta altura… sólo con mis amigos. Con Horacio González, Eduardo Grüner, Ricardo Abduca, Alejandro Horowicz y algunos amigos jóvenes que tengo –Cristian Sucksdorf, Diego Sztulwark–, con los que encontré una perspectiva de la realidad mucho más inteligente y libre. Me interesa la gente conmovible, con la que se puede discutir y que esté dispuesta a la charla de buena leche. Los inconmovibles, en general apóstoles de la derecha patética, allá ellos.
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