Saturday, February 27, 2010

Seguimos picando fuera del hoyo


Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta puertorriqueño

Puerto Rico lleva 112 años bajo la bandera y soberanía de los Estados Unidos. Y bajo la bandera y soberanía de España navegamos por unos 405 años. Este largo tiempo nos sirvió para sembrar y cosechar un idioma fuerte e indestructible. Gracias al idioma español aún conservamos una cultura y costumbres de profundo arraigo. Indiscutiblemente, somos un país latino. A pesar de toda esa historia, nuestro pueblo ha tenido que luchar largamente para no ser absorbido plenamente por el coloso norteamericano. Desde el mismo día que las fuerzas armadas de los Estados Unidos invadieron nuestra geografía, un gran sentimiento pro-americano ha convivido con el resto de nuestro pueblo.

Pero esa asimilación no la promueven los norteamericanos, sino unos puertorriqueños que han nacido y vivido siempre en la equivocación. Pretenden ser lo que no son. Quieren torcer las leyes de la naturaleza y todo un bagaje histórico para lograr la integración total con la nación norteamericana. Quieren la estadidad para Puerto Rico. Dicen que nuestro destino político es mejor servido si llegamos a ser el estado 51de la Unión. Pero desde aquellos días de la invasión, en el 1898, los intereses invasores dejaron bien claro que no tenían la más mínima intención de hacer de Puerto Rico un estado más de la nación norteamericana. Para los invasores Puerto Rico era una cara muy diferente. Nos vieron muy pobres, sin recursos naturales y con un idioma de cuatro siglos que se resistió a ser asimilado en aquellos primeros intentos del siglo pasado. Hoy, orgullosamente seguimos pensando y hablando el idioma de Cervantes y Unamuno. El idioma español ha sido nuestro Rocinante en esta larga cabalgata histórica. Hasta el día de hoy el idioma español ha sido la gran muralla que ha evitado que las aguas de la estadidad hayan contaminado nuestras playas y ríos. Así de noble ha sido este drama político.

Pero el puertorriqueñismo anexionista no ceja en sus intentos por convertirnos en el estado 51 de la nación norteamericana. Su pico y pala siguen afilados y sin descanso. Siguen empeñados en hacer limonada de manzana. Reniegan lo que son para ver si les otorgan un rango al cual no tienen derecho.

Hoy ese anexionismo a ultranza vive en la cúspide del poder político. Nunca antes el pueblo puertorriqueño le había entregado tanto poder a los estadistas del patio. Esos líderes se sienten tremendamente confiados en una victoria de cualquier plebiscito que se le someta al pueblo. En esa carrera andan. Quieren aprovechar este cuatrienio para empujarnos las bondades de la estadidad por mar, tierra y aire. Pero la realidad histórica sigue siendo el verdugo que azota con todo rigor esas manipulaciones políticas absurdas. El idioma español es la montaña que los anexionistas quisieran tirar al suelo. Quisieran dinamitarla para destruirla. Pero una población de unos 3.9 millones de seres humanos no podrá ser asimilada nunca jamás. No importa cuán poderosa sean esas fuerzas asimilistas. Serán fuertes, pero son feos. Serán fuertes, pero son ignorantes. Serán fuertes, pero son arrodillados.

Puerto Rico está sumido en una enorme crisis económica. El desempleo continúa en un altísimo 14%. No hay forma de crear los empleos necesarios para que nuestra sociedad pueda progresar económicamente. El éxodo de profesionales es alarmante. Vuelan como palomas buscando mejores oportunidades. Los menos afortunados se refugian en las fuerzas armadas norteamericanas. Allí se les pinta un mundo de maravillas. Pero las guerras del Tío Sam siguen chupándose la sangre de esa juventud. Por esa gran necesidad militar fue que el Congreso resbaló y nos atosigó la ciudadanía americana. Y ese es uno de los argumentos en que se montan las aspiraciones del anexionismo puertorriqueño.

La historia reciente es bien clara. Somos tan poco importantes para los norteamericanos que la Casa Blanca de George W. Bush nos amenazó con entregarnos a otro país. Los pro-americanos del patio temblaron como nariz de conejo. Hoy, las hordas anexionistas vuelven a la carga. Un nuevo proyecto de plebiscito se cierne sobre las montañas y ríos de nuestro pueblo. En la Cámara de Representantes se está cocinando el HR-2499 con miras a someter al pueblo nuestro a otra amargura plebiscitaria. Puerto Rico tiene un largo historial pasando por ese via crucis político. En tres plebiscitos -1967, 1993 y 1998- se ha despilfarrado una fortuna y todavía nos quieren acostar nuevamente en la sala de operaciones de las pasiones políticas. Con el dinero del pueblo suelen cometerse feas barbaridades. Y no hay manera de zafarse de este juego político que tanto daño le hace a Puerto Rico.

Una cosa está diáfanamente presente en cada plebiscito. El Congreso, donde residen todos los poderes sobre nuestro pueblo, no está dispuesto a otorgarle la estadidad a Puerto Rico. Algunas razones son: el alto costo para sostener ese nuevo estado, la delegación política –dos senadores y seis representantes- que tendría nuestra isla en el Congreso, que superaría la de unos 25 estados, ya no contamos con la importancia estratégica militar y la más importante de todas: ¡nuestro idioma español! Sencillamente, somos un pueblo totalmente diferente al pueblo norteamericano. No somos blancos con ojos azules, somos muy pequeño, no tenemos recursos naturales y nuestra población, mayoritariamente, no habla inglés. Y aquí es donde radica el gran miedo del Congreso. La estadidad, esa que se desplazó desde Nueva Inglaterra hasta California, fue pensada en inglés, fue creciendo en inglés y fue terminada en inglés. En esa estadidad no cabe una nación latina. Así de sencillo. Veamos.

En las discusiones del proyecto HR-2499, ya están las voces disidentes por razones del idioma. El congresista Steve King coincide con el podero periódico The Washington Times en el rechazo del nuevo intento plebiscitario. ¿Por qué? Porque temen que Puerto Rico, ya como estado, no pueda ser asimilado. No quieren vivir la experiencia de Canada, donde «el bilingüismo oficial lleva casi inevitablemente a la discordia y la balcanización».

Así de fácil le ponen punto al asunto de la estadidad para Puerto Rico. Y seguimos picando fuera del hoyo.¡Qué cosa más grande, caballero!

Caguas, Puerto Rico

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