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adjetivos marinos, superlativos desesperados, expresiones terribles y vocales transparentes.
Algunas sólo se habían pronunciado una vez, otras permanecían tímidas y secretas. Las iba guardando en una caja de cristal, temeroso siempre del pececillo depredador de lo lingüístico. Las conservaba con esmero, y los días de fiesta, sólo los días de fiesta, las enseñaba ilusionado a los vecinos.
Rafael Pérez Estrada
El ladrón de atardeceres
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